En la ceremonia del 11 de septiembre en 2016, el presidente Barack Obama recordó y honro a las víctimas del terrorismo. Sin embargo, ¿cuál era su posición cuando visitó la Moneda, Chile en 2011? Chile fue la siguiente escala del viaje de Obama por América Latina de marzo de 2011 (después de Brasil.) Para la […]
En la ceremonia del 11 de septiembre en 2016, el presidente Barack Obama recordó y honro a las víctimas del terrorismo. Sin embargo, ¿cuál era su posición cuando visitó la Moneda, Chile en 2011?
Chile fue la siguiente escala del viaje de Obama por América Latina de marzo de 2011 (después de Brasil.) Para la vasta mayoría de personas en América Latina, así como para muchas en América del Norte y Europa, Chile invoca un precedente: el acontecimiento terrible del 11 de septiembre de 1973 -el universalmente conocido golpe de Estado militar organizado por los Estados Unidos. El golpe se consumó contra el gobierno de Salvador Allende, electo democráticamente. A raíz de ello, muchos miles de personas fueron encarceladas, torturadas, asesinadas, forzadas a marcharse al exilio o desaparecidas. Todas las organizaciones de izquierda socialistas y comunistas fueron violentamente suprimidas. El propio Allende, una de las personalidades y símbolos socialistas y revolucionarios más importantes de América Latina, murió ese mismo día en el Palacio de la Moneda (un edificio de gobierno).
El 21 de marzo de 2011, en Palacio de la Moneda, Obama junto con su anfitrión Sebastián Piñera Echenique, presidente de Chile, se dirigieron a sus invitados y a algunos periodistas en una ronda de prensa. En sus palabras de apertura, Obama no se refirió al golpe militar de 1973 y mucho menos a la responsabilidad del gobierno de los EE.UU., pero sí señaló: «Chile ha construido una democracia firme». La primera pregunta que un reportero dirigió a Obama, a pesar de sus comentarios sobre la transición a la democracia, fue:
«En Chile […] hay algunas heridas abiertas vinculadas con la dictadura del General Pinochet. Y en ese sentido, líderes, líderes políticos, líderes del mundo, de los derechos humanos, incluso diputados […] han dicho que muchas de esas heridas tienen que ver con los Estados Unidos […]. En ese nuevo discurso […] ¿introduce usted la idea de que EE.UU. desea colaborar con las investigaciones judiciales al respecto, inclusive que el gobierno de los EE.UU. desea pedir perdón por lo que hizo en esos años tan difíciles de la década de los setenta en Chile?»
Obama, la misma persona que escribiera y en varias ocasiones hablara citando o parafraseando a William Faulkner, «el pasado no está́ muerto ni enterrado», en sus palabras de apertura pasó por inadvertido el golpe de 1973. En respuesta a la pregunta del corresponsal, se refirió́ al golpe sólo como el testimonio de una relación «extremadamente inestable» entre los EE.UU. y Chile. Tras lo cual declaró: «no debemos quedarnos en la historia […]. No me es posible responder por todas las políticas que pertenecen al pasado». Recalcó así la importancia de «comprender nuestra historia, sin quedarse en ella».»
En la misma vena de esquivar el tema del papel desempeñado por los EE.UU. en el golpe de 1973, durante otro discurso pronunciado horas más tarde en el Palacio de la Moneda, se vio obligado a referirse vagamente al asunto. Se refirió al Palacio de la Moneda en el cual «Chile perdió su democracia hace varias décadas».
También arremetió un ataque frontal a Cuba. Pasó por alto la postura anticomunista de los EE.UU. que motivó el golpe de 1973 contra el gobierno socialista de Allende que recibía el apoyo de los comunistas chilenos. Las relaciones bilaterales entre Cuba y Chile durante los días en que Allende fuera cabeza de Estado revestían un tono muy fraternal. Aun así, Obama, en su momento, hizo un voto «por el apoyo a los derechos de las personas a fin de que puedan determinar su propio futuro -y, claro, esto implica al pueblo de Cuba».
A nadie debiera sorprenderle el uso selectivo que Obama hace de la historia respecto del acontecimiento del golpe de 1973 en Chile. Obama señaló́ en su segundo libro, a quienes desean enterarse, la postura que adopta ante la cuestión de los golpes militares contra el pensamiento progresista o socialista y sus actos. Así, escribe:
«A veces, en discusiones con algunos de mis amigos de izquierdas, me encontraba en la curiosa posición de defender determinados aspectos de cómo Reagan veía el mundo. No comprendía por qué, por ejemplo, los progresistas debían sentirse menos preocupados por la opresión que había dejado tras sí la Cortina de Hierro, que por la brutalidad derramada en Chile.»
Es importante que las personas reflexionen seriamente sobre la manipulación que Obama hace de la historia y del contenido político implícita en su uso del pasado. Esto constituye la manera en que Obama y los adeptos del modelo de democracia competitiva bipartidista estadounidense utilizan la historia selectiva con el fin tomar sus distancias con otras administraciones (en el caso de Obama) y, desde luego, con toda la historia de intervenciones militares estadounidenses en el continente. Este proceso permite dar un «nuevo rostro» a la injerencia de los Estados Unidos. La conducta de estos grupos llega al grado de cooptar la oposición a la añeja política estadounidense, de manera a que esta resistencia sea recuperada y aplauda la nueva imagen de los EE.UU. con Obama al frente.
El presidente «nuevo rostro» va al Palacio de la Moneda donde el gobierno de los EE.UU. fue responsable de la muerte de Allende y utiliza la hostilidad contra el golpe militar organizado por su país y el sentimiento pro Allende. Lo hace cuando intenta convertir ese sentimiento en favor de los EE.UU. y al fingir que su gobierno está tratando de darle vuelta a la hoja, para así granjearse la confianza de los chilenos. Recordemos el comentario de Obama mencionado en su segundo libro, sobre su enojo contra los progresistas y la izquierda que fallan en su opinión sobre el golpe de Estado en Chile. Yuxtapone esta tendencia política progresista a la represión oculta bajo la Cortina de Hierro. El razonamiento de Obama sobre la Cortina de Hierro respecto de Chile arroja luz sobre un ejemplo tradicional muy importante acerca de la política exterior de los Estados Unidos. Independientemente de la opinión que uno pueda tener sobre la ex U.R.S.S. y los países de Europa del Este de los años setenta y ochenta, ¿cuál ha sido la política sempiterna de los EE.UU. desde la Revolución de Octubre de 1917? Su conducta ha sido la de apoyar cualquier cosa que se oponga a las ideas u opciones socialistas, progresistas y revolucionarias.
Basta con dirigir una mirada hacia el siglo XX para encontrar su apoyo inicial a los fascistas en Alemania e Italia que condujo a la Segunda Guerra Mundial (porque Estados Unidos traía los hilos cruzados con la U.R.S.S.), así como toda la serie de operaciones sangrientas en América Latina (entre otras, El Salvador, Guatemala, Cuba, Nicaragua, Brasil, y Granada). No es difícil darse cuenta con quien se ha alineado el gobierno de los EE.UU. y contra qué fuerzas ha luchado.
El uso selectivo que hace de la historia está al servicio de esta política sobre la cual intenta colocar una nueva aura. Lo que sigue siendo un problema por resolver es que muchas personas todavía prefieren pasar por inadvertido su escritura y sus declaraciones -una suerte de nebulosidad en los razonamientos causada por una fe tambaleante en la leyenda del pensamiento único de estadounidense de que en el sistema bipartidista presidencial pueden realmente competir los programas de «cambio» y el statu quo.
Arnold August es periodista y conferencista canadiense, el autor de los libros Democracy in Cuba and the 1997-98 Elections y Cuba y sus vecinos: Democracia en movimiento