La separación entre Iñigo Errejón y Pablo Iglesias ha vuelto a traer a colación el vínculo entre el 15 M y las diferentes propuestas políticas de izquierdas que han surgido o ganado notoriedad a partir de la aparición de Podemos. Podría pensarse que el 15 M se usa para justificar las decisiones tomadas o también […]
La separación entre Iñigo Errejón y Pablo Iglesias ha vuelto a traer a colación el vínculo entre el 15 M y las diferentes propuestas políticas de izquierdas que han surgido o ganado notoriedad a partir de la aparición de Podemos. Podría pensarse que el 15 M se usa para justificar las decisiones tomadas o también para acusar al contrincante, que no enemigo, de traicionar el ideal del 15 M.
Considero que la división entre el proyecto errejonista y el de Podemos no es producto del abandono del imaginario 15 M por parte de alguno de los dos, sino resultado de la complejidad del mismo.
El 15 M surgió a partir de una demanda de unión, independientemente de la ideología de cada cual, contra la corrupción de los diferentes actores políticos. Aunada a esa había otra: que surgieran nuevas formas de participación política, más allá de los partidos o los sindicatos. La ciudadanía quería participar, más allá de los viejos moldes. No había una demanda, en un principio de un mayor asambleísmo. Solamente de una apertura a nuevas formas de participación. Dicha participación podía ser asamblearia u online, estable o momentánea, eso no se especificaba.
Conforme fue avanzando el 15 M en las plazas surgió un rasgo central. Las formas de argumentar debían basarse en evidencias, ya fueran evidencias estadísticas, vivenciales… etc. Se trataba de escuchar lo que la otra persona tuviera para decir, ya fuera en forma de datos o de vivencias. Se buscaba una discusión que, aunque pudiera ser apasionada, también fuera muy argumentada.
Una demanda más que se fue construyendo en dicho movimiento fue el de la meritocracia. Aunque quizá no de forma explícita, rondaba la idea de que los jóvenes, sobradamente preparados en todos los aspectos, eran los que más habían perdido con la crisis, y que eso era consecuencia de que no se vivía en un país donde imperase la meritocracia, sino el amiguismo.
Posterior a las acampadas del 15 M se da todo un ciclo de protestas que dura años, y en los que las solicitudes que imperan son socialdemócratas – defensa de la educación pública, de la sanidad, de las pensiones, etc. Es decir servicios públicos-.
Todo este ciclo de protestas valorizaron ciertos discursos y formas de hacer, a las que el campo político español no prestaba atención – desde la defensa de las demandas socialdemócratas hasta formas de argumentar y de presentarse-.
Podemos conectó con estos discursos y formas de hacer no por una estrategia marketiniana, sino porque la trayectoria vital de sus dirigentes y participantes, les había hecho desarrollar formas de hacer que conectaban con las de dicho ciclo de protestas. El 15 M posibilitó que la experiencia militante en movimientos y organizaciones sociales asamblearias, fuera un capital a utilizar en la política española. Conectaba la idea de otra forma de hacer política. También posibilitó que cierta forma de argumentar muy sosegada y basada en datos, que quizá sea más posible desarrollar a partir del trabajo de profesor, fuera un capital que luego del 15 M se valorizaba en la política española. Es decir, un capital capaz de ser llevado de una esfera a otra. Asimismo permitió que el hecho haber sido estudiantes brillantes en las aulas fuera un capital capaz de ser movilizado en el campo político. Por último, el hecho de que algunos de sus dirigentes tuvieran cierta trayectoria en partidos que habían apoyado los servicios públicos en el pasado conectaba con demandas provenientes de las mareas.
La división dada en Podemos no es el resultado de una traición al ideal del 15 M por parte de ninguna de las dos partes. Ambos contrincantes intentan capitalizar valores presentes en el 15 M. Una parte enfatiza su identidad de izquierda. Y en tanto identidad de izquierda, conecta con demandas socialdemócratas presentes en el 15 M. La otra parte hace énfasis en la demanda de una nueva política, en donde la forma partido no es importante.
La división tampoco se trata de diferencias estratégico-instrumentales para ganar elecciones. Se trata de una lucha por posicionar ciertas formas de hacer – que tienen que ver con trayectorias vitales -por encima de los otras. Es esa lucha la que ha terminado escindiendo el partido. Muy posiblemente era una escisión inevitable, ya que no estaban en disputa meras estrategias políticas, sino visiones del mundo que priorizaban en un caso ciertas formas de hacer -por ejemplo una política no tan partidaria- y otras formas de hacer en el otro caso – una política donde las decisiones tomadas en conjunto en el partido sí es importante-.
No obstante, convendría que ninguno de los dos proyectos pasará por alto que el 15 M era muchas cosas, y no solo una. Era una nueva forma de argumentar, y una demanda de una nueva política -no tan partidaria-. Pero también era una demanda de defensa de lo público y de igualdad entre todas las personas.
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