Nuestro alcalde pertenece a ese partido llamado Popular (ellos sabrán por qué), aunque siempre me pareció que él era de un partido «obrero». O al menos eso es lo que sus logros delatan: obras, obras, obras. Siendo por familia y sentir de derechas, nuestro hombre ingresó en Alianza Popular, la misma de los ministros de […]
Nuestro alcalde pertenece a ese partido llamado Popular (ellos sabrán por qué), aunque siempre me pareció que él era de un partido «obrero». O al menos eso es lo que sus logros delatan: obras, obras, obras.
Siendo por familia y sentir de derechas, nuestro hombre ingresó en Alianza Popular, la misma de los ministros de Franco, de Arias Navarro, de Fraga, y que no aceptó la Constitución, la de aquel circo de Hernández Mancha y su partido menguante, la de Verstrynge llamando a la puerta del PSOE. En aquella ocasión un joven de 28 años entró en la cúspide de AP de la mano de un viejo de casi setenta como lugarteniente. Era Alberto, que parecían unas gafas sacadas del semisótano de la biblioteca, al que la luz de la vida le dañaba los ojos.
No perteneció a un «clan» de Alianza Popular, más tarde el PP. Así que le tocó solo un hueco en la política «en minúscula»: la regional y municipal. Concretamente, la asamblea de Madrid. Allí anidó y en la estela de Aznar llegó a presidente autonómico.
De esta etapa quedan varios logros, el desarrollo de la periferia de la capital, y la modernización y extensión del metro, principalmente. Hay otro hecho que vino de su mano pero que permanece en la semioscuridad, y es el gran endeudamiento a que sumió a la administración regional en aras a financiar su política de inauguraciones. Ese endeudamiento es público, mediante sociedad interpuesta. Sin embargo, la explotación de las inversiones es compartida con empresas privadas. De ese modo se socializan deudas y se privatizan beneficios. Ha sido en ese sentido toda una escuela para lo que habría de venir después. Otra consecuencia ha sido sus conocimientos y eventuales complicidades con el mundo de la construcción, dada la magnitud de los proyectos y dineros involucrados.
Con ese bagaje nuestro protagonista, que nunca ha ocultado su apego por la «gran política» y en particular por el sillón de la Moncloa, aspiró a la sucesión. Solo logró que lo desterrarán al ayuntamiento de Madrid y además atado en corto por la aún entonces primera dama. Por si fuera poco, le añadieron como cancerbera a la marquesa, a la sazón colocada en la comunidad de Madrid. El final de esa partida fue perder todo mando en el partido, quedando reducido a gafas y ayuntamiento. Su futuro se presenta incierto, pues aunque siempre se le presenta como la «alternativa interna» y «la juventud» del partido, lleva casi veinte años en ese papel y el arroz se está pasando. Cuando acabe su mandato en el ayuntamiento, si no consigue otra colocación pública, habrá de volver a su vida y patrimonio privados. ¿Habrá pensado en su futuro personal?
Aunque lleva relativamente poco tiempo en el ayuntamiento, la «movida» que ha generado en Madrid es respetable, y siempre con la especialidad de la casa: aumento de gastos y endeudamiento a límites estratosféricos. Veamos cada uno de sus logros.
En primer lugar se rodeó de una Guardia de Corps, relevando a la policía municipal de sus amplias funciones de tráfico y constituyéndola en auténtico cuerpo armado disponible. Para sustituirlos en las calles se creó un nuevo tipo de personal, el agente de la movilidad, que no es más que un empleado con gorra mal pagado, personal laboral en general, externalizable en cualquier momento. Y de paso sustituye funcionarios bien pagados y formados, por este empleo de baja calidad, muy en línea con la ideología de su partido.
Sucedió que se juntaron el hambre con las ganas de comer. A su espíritu faraónico y ganas de destacar en su puesto de pequeño hombre público se unió un imprevisto cambio de gobierno y, lo que es más importante, cambio repentino en el ministerio de fomento. A sus amigos y deudos de la construcción les entró un sudor frío y acudieron a él. En realidad, tras el endeudamiento en que sumió a la administración autonómica, el ayuntamiento de Madrid es la otra gran administración nacional con importante capacidad de gasto que les quedaba. Estas dos fuerzas se peleaban por gritar más fuerte una que la otra: ¡¡¡QUEREMOS OBRAS!!!
Así nos presentó su gran proyecto del siglo XXI, el valle de los caídos del nuevo milenio: la reforma de la M-30. Formalmente se trataba de sustituir la autopista que circunvala Madrid en un primer anillo por otra autopista de mayor capacidad y seguridad. En realidad se trata de proporcionar pingües negocios y ganancias a la oligarquía de la construcción, tras la orfandad habida en fomento. Esta vía no es municipal, así que tras varias maniobras de oscura legalidad y nula elegancia pasó a ser la Calle 30 de Madrid. Ha puesto Madrid patas arriba. El tráfico no tiene nombre, las molestias a los vecinos de las obras y contaminaciones perversas menos aún.
El proyecto se ha planteado con poca publicidad, ninguna opinión vecinal, de un modo un tanto furtivo. Con razón catalogó al Alcalde el parlamento europeo como algo similar a un «señor feudal», que más que ciudadanos parece tener súbditos. Porque así es como está tratando a la ciudadanía en este asunto y en los que de él derivan.
Nos contó que con esa obra se ampliaba la capacidad de tráfico en Madrid y que al final todo quedaría muy bonito, como la casa de la señorita Pepis; esa historia es la de siempre, con ese cuento llevamos veinte años de obras sin parar. ¿Para qué queremos más tráfico? ¿Tal vez para que los fabricantes vendan más coches? La verdad es que va a quedar más bonita, vamos a tener más coches, más humo y contaminación, más ruido. Lo más lindo del caso es que … ¡ya teníamos M-30! No se trataba de hacerla, sino de ¡romperla y volverla a hacer! Cuatro años de caos circulatorio.
Esa obra nos va a costar un billón de pesetas, al contado, casi el doble a plazos contando intereses. Eso es lo que EL nos ha dicho, pero como dice tantas cosas, me permito dudar de que sea así. Aún creyéndole, supone unos 2.000 euros al contado por cabeza. Quiere decir esto que una familia de cuatro miembros asume una deuda por ese concepto de 8.000 euros, porque aunque el tomador sea el ayuntamiento, al final los paganos somos todos. Para hacernos una idea, esa cifra es superior a la prevista para la ampliación del canal de Panamá.
No me opongo al endeudamiento y a la inversión. Pero me parece absurdo romper lo que ya existe para volverlo hacer algo más bonito, cuando con ese dinero se podrían hacer varias líneas de metro, multiplicar los servicios públicos del ayuntamiento y en especial los sociales, ampliar rutas, frecuencias y unidades en la E.M.T, y un largo sin fin de acciones útiles a la ciudadanía. En vez de eso, se ha dedicado a rehacer lo existente con un despilfarro que beneficia a él sabrá quien y ha conseguido hacer pasar a Madrid de ser de las ciudades menos endeudadas per cápita a ser de las que más deuda arrastran. Se trata de una carga a las generaciones venideras y condenar a la inactividad inversora a futuras corporaciones municipales.
El impacto ecológico es enorme. Ha cortado árboles que necesitaron cincuenta y cien años para criarse. Y en cantidad desmesurada, alrededor de veinte mil árboles adultos. Si, ya sé, nos dice que va a plantar el doble; me alegro, así mis biznietos podrán tomar algo de sombra a sus faldas. Yo seguiré tragando sol y polvo. Y al hilo del argumento ecológico, me viene a la mente el otro gran proyecto suyo, la transformación del eje Prado-Recoletos y el embellecimiento de Madrid. Traducido al castellano, que el resto de vecinos que no ha disfrutado de las obras de la M-30 va a tener ocasión de disfrutar otras nuevas. Tan insensato es ese plan que sus amigos constructores le han sugerido que hasta la heredera de Tyssen, nobleza incluida, se echó a la calle a protestar mezclándose con la plebe. Veremos en qué queda todo ese plan, pero mi opinión es que es irrealizable esencialmente por falta de fondos.
Fondos y dineros. «Eso es lo que necesito» sueña el alcalde, y de esa necesidad se va alimentando el nudo corredizo que empieza a sentir en su elegante cuello blanco. Para financiar tan tremendos proyectos ha hecho falta recurrir a excepcionales medios. «A grandes males grandes remedios», ha debido pensar. De ese modo se ha desatado una obsesión por las multas y sanciones de tráfico. Nos ha duplicado el recibo de contribución urbana. Ha dicho que la calle es de él, y que si queremos aparcar que paguemos por ello. Así han nacido los parquímetros.
Los adornó con la excusa de ser útiles para regular el denso tráfico del centro. Seguramente es verdad, pero en su megalomanía debe creer que su ínsula y gobernación llega hasta Toledo y que en consecuencia todo el término municipal completito es centro. O sea, todos a pagar. Los vecinos de los barrios obreros, barrios periféricos, se han echado a la calle, sacando ÉL el capote y creyendo que los puede torear como a las abuelitas del barrio salamanca. Como no podía ser de otro modo en ese partido, la función de los parquímetros se externaliza y subcontrata a otra empresa privada propiedad de … ¡parientes de concejales del PP!, con contratos precarios a sus trabajadores.
Este asunto constituye un error que tal vez sea decisivo dentro de unos meses. No porque dichos vecinos dejen de votarle, cosa que nunca han hecho, sino porque está siendo desenmascarada su prepotencia, su arrogancia, y se está descubriendo como una nulidad vacía por dentro que se fortalece en la mediocridad y altanería de su pose exterior.
Madrid ha pasado de ser una ciudad para vivir por sus vecinos a ser un negocio de donde extraer dinero. De su paso por la comunidad de Madrid ha aprendido ingeniería financiera. Así que, igual que entonces, ha constituido una sociedad municipal que gestione la gran obra y que se endeude, estando el ayuntamiento tras ella. Repite jugada, socializa la deuda. Y privatiza los beneficios, puesto que en la explotación de la nueva autopista también participan empresas privadas. ¿Suena a algo?
En la Puerta del Sol hay una señora marquesa que se muere de la risa con cada metedura de pata de nuestro personaje. Ignoramos las causas, pero no se lleva bien con él. Tal vez ha sido un «encargo» de don Vito Acebes, o de más arriba; o tal vez sea algo personal. Lo cierto es que en su partido se le tiene en la misma estima que la inquisición tenía por Pilatos o por Judas. ¿Judas? ¡sí, el de las treinta monedas de plata!
Espero que no repita como Alcalde ni como cargo público en nada que me pueda afectar. Yo entiendo que él ha de cuidar su futuro particular y personal, y rodearse de buenos amigos, especialmente si son ricos o de influencia; y sabemos que la riqueza más rápida hoy día se encuentra en la construcción. También sabemos que la corrupción acecha por esos lares, que pregunten sí no en Marbella. Esperemos que en Madrid la cosa no sea tan grave. En fin, él sabrá, que seguro está mejor relacionado que yo.
Lo dicho, espero que no repita en el cargo. Al Capone también cayó por asuntos menores, y de esos por aquí no faltan.