El pasado 16 de abril fue inaugurado el VIII Congreso del PCC con trecientos delegados —cifra disminuida por la amenaza de la Covid-19— en representación de poco más de 700.000 militantes.
Veinticuatro horas después, fueron trasmitidos por la televisión el acto de inauguración y la presentación del «Informe Central», en voz del general de Ejército Raúl Castro, primer secretario saliente.
En la imagen de fondo del escenario era evidente la ausencia de Marx y Lenin, pero más notoria fue —aunque intrascendente para muchos— la falta de obreros en la sala y de referencias a ellos en el referido informe. Solo tres veces aparece la palabra obreros en el documento: para referirse a su opresión en la etapa capitalista, como adjetivo a «comedores» y en una mención a «obreros agrícolas» dentro de una lista de ocupaciones. Los obreros industriales —según Marx, la clase más revolucionaria cuya misión histórica es destruir el capitalismo mediante la revolución socialista— no son aludidos ni una vez.
La composición del plenario hacía patente también la escasa representación de intelectuales y artistas, campesinos, empleados de servicios y trabajadores por cuenta propia. La gran mayoría eran miembros de la burocracia en sus diferentes niveles (nacional, provincial y municipal/empresarial) y esferas de la sociedad (cuadros político-administrativos, militares, de organizaciones sociales, economía, educación, etc.).
El texto del «Informe Central», resumen del trabajo partidista de cinco años para cumplir lo acordado en el cónclave anterior y delinear el futuro mediato del país, contiene un aspecto medular que vale la pena interpretar y glosar a la luz de los resultados del cónclave.
Si hay algo que no debe dar lugar a ambigüedades en el contexto cubano, es la determinación de cuál es «el alma de la revolución». La frase fue acuñada por Martí como subtítulo para uno de sus artículos más conocidos: «El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la revolución y el deber de Cuba en América» (Patria, 17-4-1894, OC, t.3, pp. 138-143). En dicho texto esclarece cuál había de ser el alma del partido para serlo de la revolución:
Si desde la sombra entrase en ligas, con los humildes o con los soberbios, sería criminal la revolución, e indigna de que muriésemos por ella. Franca y posible, la revolución tiene hoy la fuerza de todos los hombres previsores, del señorío útil y de la masa cultivada, de generales y abogados, de tabaqueros y guajiros, de médicos y comerciantes, de amos y de libertos. Triunfará con esa alma, y perecerá sin ella. Esa esperanza, justa y serena, es el alma de la revolución.
Adviértase en las dos últimas oraciones —que enfatizo con toda intención—, que para Martí, no es el partido en sí mismo, sino la convocatoria inclusiva y multiclasista de la que este debía ser portador, lo que constituía «el alma de la revolución».
Durante el Primer Congreso del PCC, en 1975, Fidel planteó la tesis que sirvió de lema al VIII Congreso: «El Partido es hoy el alma de la Revolución». Retomó entonces la expresión martiana y la aplicó al sentido unitario del accidentado proceso de unificación —del cual el primer congreso fue expresión conclusiva—, entre las principales organizaciones antibatistianas (M-26-7, DR-13-3 y PSP); que sería enriquecido luego con la incorporación de miles de trabajadores ejemplares seleccionados por sus colectivos laborales en todo el país.
Fidel expresó además lo que consideraba una peculiaridad de Cuba, donde el Ejército Rebelde había hecho la Revolución y esta, a su partido, a diferencia de lo estipulado en la tradicional visión leninista.
En ocasión de su informe al reciente congreso, Raúl sostuvo lo siguiente:
«En su Informe Central al Primer Congreso del Partido el compañero Fidel sentenció: “El Ejército Rebelde fue el alma de la Revolución y de sus armas victoriosas emergió libre, hermosa, pujante e invencible la Patria nueva”. Esa afirmación conserva total vigencia en la actualidad, por ello reafirmo que las Fuerzas Armadas Revolucionarias, nacidas del Ejército Rebelde, no han renunciado ni renunciarán a ser por siempre “el alma de la Revolución”».
Revisando el texto de marras, se constata que en el fragmento citado por Raúl, Fidel se refería al momento del triunfo de enero de 1959, cuando el Ejército Rebelde era protagonista indiscutido de la unidad revolucionaria; esa donde el antiguo partido comunista (PSP) fuera el hermano menor y el último en sumarse. Desde que las tres se fundieran, primero en las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI, 1960), luego en el Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS, 1962), y definitivamente al concluirse el proceso de creación del PCC en 1965, aquella expresión quedaría obsoleta.
De ahí que Fidel hablara en pasado, y dijera: «fue», en lugar de «es», pues se refería al lugar que había tenido inicialmente el Ejército Rebelde, y le otorgara entonces al partido la categoría de «alma de la revolución».
En el contexto actual de Cuba, existen al menos cuatro respuestas posibles a la interrogante de cuál es el «alma de la Revolución», ellas son: 1) es el PCC; 2) son las Fuerzas Armadas Revolucionarias; 3) las dos, porque son la misma cosa; 4) fue el Ejército Rebelde, luego el PCC, y ahora vuelven a ser las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Las evidencias concretas no permiten una respuesta definitiva. Según el artículo 5 de la Constitución de 2019, lo sería el PCC, definido como «fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado»; pero por el poder que acumulan en la economía y las altas esferas de poder político, parecen ser las Fuerzas Armadas Revolucionarias y su poderoso holding GAESA, propietario de sectores claves de la economía nacional.
La incorporación de la dirección de GAESA al Buró Político, que cuenta además con otros tres generales, dos de ellos al frente de los ministerios armados, parece confirmar la segunda opción. Más que brazo armado de la Revolución y del Partido; las actuales Fuerzas Armadas Revolucionarias se erigen en usufructuarias de sectores claves de la economía, y ahora también acceden a las más altas esferas de la política partidista.
Esa superentidad económica-militar podrá llegar a ser el amo de la Revolución, pero no será nunca el alma. Su carácter de casta, utilitarista y esotérica, carece de aquel espíritu popular e inclusivo que era para Martí «el alma de la revolución».