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Entrevista a Carlo Frabetti

El amor de los libres

Fuentes: La Jiribilla

No parece escritor, ni académico y mucho menos un genio matemático. No usa espejuelos ni corbata. No tiene el ademán ensimismado, ni las extremidades quebradizas. Por el contrario, es un sujeto fornido, despierto, incisivo. Lleva canas de experiencia, es cierto, pero en rulos informales que le caen sobre la nuca y a ambos lados de […]

No parece escritor, ni académico y mucho menos un genio matemático. No usa espejuelos ni corbata. No tiene el ademán ensimismado, ni las extremidades quebradizas. Por el contrario, es un sujeto fornido, despierto, incisivo. Lleva canas de experiencia, es cierto, pero en rulos informales que le caen sobre la nuca y a ambos lados de la cara. Los ojos negros diminutos escudriñan al interlocutor buscando las junturas de su discurso, los resquicios por los que luego habrá de colarse. La nariz aguileña remata el perfil latino, faltaría más, es italiano. En lugar de portafolios usa un bolso de tela; en vez de zapatos, sandalias. Parece salido de los 60, como uno de aquellos hippies que se negaron a aceptar que su mundo, la contracultura, había muerto.

Carlo Frabetti es escritor, no a pesar de ser matemático, sino precisamente por ello. Creció en una familia donde se disfrutaba de ambos placeres: la literatura y las matemáticas. Porque, de eso está convencido, los números también son un placer. Lo que sucede es que no se enseñan como deberían, como un relato. En los años que pasó dentro de las aulas, notó que tanto los niños de nueve años como los jóvenes que iban a graduarse de Ingeniería, solían arrastrar dificultades relacionadas con los mismos conceptos básicos. En parte por eso, para acercar las matemáticas a los niños, fue que comenzó a escribir.

En Cuba ya muchos de ellos lo conocen por su saga del enano Ulrico, Malditas matemáticas. Alicia en el país de los números, El cuervo dijo nunca más, El vampiro vegetariano o Calvina. De hecho, se encuentra ahora aquí en calidad de jurado de la edición 53 del Premio Casa de las Américas en el apartado de Literatura para niños y jóvenes. Pero hablar solamente de libros infantiles con un hombre que también es periodista, militante de izquierdas, crítico del cómic y teórico del amor; más que un crimen, es una ingenuidad.

Sé que al leer el párrafo anterior, él mismo me hará recordar, con el castellano silbante de los españoles -hace años que vive entre ellos-, las palabras de Michel Tournier: la literatura infantil es aquella que también pueden leer los niños. O las de C. S. Lewis, quien decía que no tiene caso leer un libro a los diez años si no vale la pena leerlo nuevamente a los 50.

Porque Frabetti cree firmemente que un buen texto para niños, también debe poderlo disfrutar un adulto. «Si un libro tuviese un contenido ideológicamente pernicioso no se lo daría a un niño -asegura-, pero si me aburriera leyéndolo, tampoco». Está convencido de que jamás hay que subestimar su inteligencia y mucho menos adoctrinarlos:

«Eso me parece peligroso, si uno se plantea el libro con esa óptica es fácil caer en lo que ha sido la literatura infantil en otras épocas: más que literatura era una prolongación de la pedagogía, aquello de instruir deleitando. Creo que, sobre todo, el libro debe estimular al niño, no darle consignas, recetas o pensamientos preelaborados; sino estimular su imaginación y plantearle paradojas, situaciones insólitas, que le induzcan a reflexionar y a sacar sus propias conclusiones. Hay que huir del adoctrinamiento y de la pedagogía en el sentido escolar del término.»

 

Se ha hablado mucho de la dicotomía entre el pensamiento lógico y el pensamiento por imágenes. ¿Cuánto le aporta el pensamiento lógico, propio de las matemáticas, a la literatura?

En mi caso, muchísimo, en sentido general, por desgracia, todavía poco. La matemática te suministra no solo herramientas, sino unos hábitos mentales que son adecuados para afrontar cualquier tipo de problema, hasta un problema estético. Evidentemente no es una herramienta suficiente, pero te permite ordenar los materiales que tienes en la cabeza, estructurarlos. Te ayuda a diferenciar lo que es una conclusión lógica, que se desprende de una manera inequívoca de unas premisas, de algo que es una mera conjetura; algo que muchos escritores, incluso ensayistas, no tienen muy claro. Por eso la matemática es una parte elemental de la educación, pero se enseña de una forma inadecuada, porque lo que se debería hacer es enseñar a valorar y a utilizar estas herramientas para todo tipo de situaciones. Pero, en lugar de eso, la mayoría de las veces se enseñan una serie de destrezas operativas para resolver problemas tipo, en los que el estudiante no sabe muy bien lo que está haciendo. Sabe que siguiendo un número determinado de pasos va a obtener un resultado y si ha seguido bien la receta, el resultado será correcto. En cambio, si le planteas cualquier variante o pregunta un poco capciosa se queda bloqueado. Esto es dramático porque ese tipo de enseñanza no sirve para nada.

Entonces, ¿cómo construir un relato para enseñar las matemáticas?

En realidad ya está hecho. La sabiduría popular, que siempre rellena los huecos que deja la cultura oficial, la llamada alta cultura, ya hizo ese trabajo, es lo que conocemos como matemática recreativa, algo que existe en todos los folclores. En cada cultura hay jueguecillos que plantean situaciones cotidianas que se pueden resolver con puro ingenio y que ayudan mejor que cualquier clase magistral a entender el sentido profundo de las matemáticas.

Los niños aprenden observando el mundo que les rodea e intentando entender por qué pasan las cosas, con eso tienen bastante, si encima les plantean la necesidad de un aprendizaje puramente abstracto, que para ellos no tiene nada que ver con esa realidad cotidiana, pues la mayoría se quedan abrumados. El ser humano descubrió las matemáticas a lo largo de su historia, a partir de necesidades básicas, luego vino la teorización y la abstracción. Pero si se escamotea al niño ese proceso necesario, nacido de la relación del ser humano con la naturaleza, primero se le está privando de una parte muy importante de nuestra historia como especie y, además, se le priva de las herramientas para llegar hasta la abstracción. Algo que a la humanidad le ha costado mucho conseguir no podemos pretender que un niño de diez años lo consiga de la noche a la mañana, habría que facilitarle ese tránsito.

Usted es un entusiasta de las tecnologías. ¿Cómo estas han ido cambiando, no solo la manera de entender la literatura, sino a ella misma a nivel formal?

Las nuevas tecnologías están cambiando los hábitos de lectura y de escritura. También están creando situaciones y espacios de una mayor participación. Sin olvidar que los lectores más jóvenes se convierten más rápidamente, a veces sin darse cuenta, en escritores. Hay textos que antes solo podían leer en una revista donde no tenían la posibilidad de expresar su opinión, ahora hay blogs que permiten comentar aquello que se ha leído, incluso entrar en discusiones con el propio autor. Es algo que está modificando a la literatura y creo que de una manera muy positiva, porque hay una mayor participación y el diálogo es fundamental. Lo que no puede ser es que el conocimiento, el arte o la literatura, sean algo unidireccional, que fluyan de unas personas que supuestamente poseen los saberes o las habilidades, hacia un público puramente receptor. Gracias a las nuevas tecnologías se está facilitando romper esa situación y que haya posibilidad de diálogo e interacción entre la gente que escribe y los lectores que muchas veces se convierten en coautores.

Internet ha democratizado la comunicación entre las personas y se ha convertido en un espacio de debate abierto y socialización. Sin embargo, ¿no cree que también se están reproduciendo los mismos mecanismos de dominación que existen en el mundo físico?

Eso en alguna medida es inevitable. Cuando apareció la imprenta y se democratizó la lectura y la escritura, las instancias dominantes, empezando por la Iglesia Católica, intentaron controlar el nuevo medio y en alguna medida lo consiguieron. Todos los poderes establecidos siempre intentan colonizar los medios. Pero la propia magnitud, versatilidad y abaratamiento económico, hacen que sea más difícil de controlar. Con Internet ocurre ese mismo proceso, pero en una medida mucho mayor. Por ahí fluyen todos los días centenas de millones de mensajes y contenidos absolutamente incontrolables. Por más que se intenta regular la propia desmesura del medio hace que sea imposible. Pueden controlar a algunas personas, organizaciones, pero constantemente aparecen otras. Es cierto que también se hace difícil navegar por ese océano gigantesco de información. Pero lo que me parece más interesante es la relativa rapidez con que se pueden tejer lo que podríamos llamar como redes de confianza.

Me explico: uno no puede controlar todas las fuentes de información. Si nos ponemos a pensar nos damos cuenta de que existen un montón de cosas que damos por supuestas que en realidad son actos de fe. Nunca he estado en Australia, por tanto, podría no existir en lo que a mí respecta. ¿Por qué creo que existe Australia? Porque una serie de testimonios, tanto institucionales como personales, de los cuales me fío, me dicen que sí. ¿Y por qué me fío de esos testimonios? En algunos casos por pura acumulación, porque sería muy difícil que miles de personas se hubieran puesto de acuerdo para engañarme.

Cada niño, desde su más tierna infancia, al principio se cree todo lo que le dicen sus padres, luego se da cuenta de que en algunas cosas no son tan fiables. Pero saber de qué información te puedes fiar y de cuál no es un proceso que dura toda la vida. Pues todo eso en Internet al principio era incontrolable, un poco caótico; ahora, gracias a la propia rapidez y ubicuidad del medio, podemos contrastar continuamente la información. Si ves algo que te resulta dudoso, en diez minutos, sin salir de casa, puedes acudir a 20 fuentes distintas, cruzar esas informaciones y por una simple cuestión de estadística o de sentido común uno saca su conclusión. De una forma en que prácticamente no nos damos cuenta, estamos adquiriendo la capacidad de validar o invalidar con gran rapidez nuevas informaciones. Esto abre un horizonte totalmente nuevo y hará que aquello que el poder ya no pueda hacer lo que siempre ha intentado: controlar el discurso, la descripción del mundo.

Fue lo que ocurrió con Wikileaks.

Ese sería un buen ejemplo. Pero hay otro muy claro con las guerras en Irak. Para la primera guerra de Irak, en el 91, se montó una película en los medios que falseó por completo la realidad y que nadie pudo rebatir de forma contundente, costó mucho en los primeros años de los 90 desmontar la película. Con la segunda mal llamada Guerra del Golfo -porque fue una pura invasión- lo intentaron de nuevo pero ya no pudieron. Internet, los teléfonos móviles y las redes sociales ya estaban ampliamente difundidos y hubo una continua refutación del discurso dominante. Ahí ya no hay vuelta atrás, es un fenómeno irreversible y a partir de ese momento el poder ya no tiene el monopolio de la información.

No obstante, muchos ven en la ley SOPA un intento de censurar Internet, una amenaza a la libertad de expresión.

El poder va a intentar por todos los medios y con todos los pretextos lícitos e ilícitos controlar lo que pasa en Internet. Pero insisto, la magnitud es demasiado grande, no se le pueden poner puertas a un campo y a Internet, que es un campo gigantesco y multidimensional, pues menos todavía. Habrá intentos y el poder conseguirá algunos objetivos, dificultar ciertos procesos, anular otros, la batalla ya se está librando y es sin cuartel, pero tengo claro que no tienen nada que hacer al respecto.

Gracias a esto fue que se pudo convocar a un movimiento como el de los indignados. Recientemente se ha hablado de que en EE.UU. artistas como Yoko Ono, Willie Nelson, incluso el cineasta Michael Moore, piensan grabar un disco para recaudar fondos en apoyo a Ocupy Wall Street. ¿Cree que el fenómeno pueda convertirse en una nueva contracultura, como en los 60?

Creo que puede tener éxito allí donde la contracultura fracasó, precisamente porque no disponía de un espacio propio. ¿Qué pasó con la contracultura? Pues que una parte fue comprada por el sistema. Un ejemplo claro es el cómic underground, que comienza siendo algo muy subversivo y acaba como un negocio, mientras aquellos que siguieron siendo subversivos fueron anulados y su capacidad de expresión quedó reducida a unas revistas con escasísima difusión. Ahora eso no es posible, cuando un mensaje tiene fuerza estética, o política, o las dos cosas a la vez, se difunde como la pólvora. Hay una capacidad por parte de los usuarios de la red para validar o invalidar sobre la marcha, en tiempo real, lo que se va produciendo. Eso va a permitir el surgimiento de una contracultura mucho más vigorosa y con posibilidades de continuidad. Y no hablo solo de productos culturales, sino también de movimientos sociales que son cultura y política a la vez.

El movimiento 15-M ha podido tener continuidad y la está teniendo, a pesar de todo lo que han hecho por fragmentarlo desde dentro y desde fuera. Sin embargo, ha logrado esa continuidad gracias a las redes sociales, a una larga experiencia en centros ocupados. Es un poco pronto para hacer un diagnóstico, pero estoy seguro de que va a haber un antes y un después.

Es un fenómeno interesante, porque se trata de un movimiento no comprometido ni con el sistema que genera desigualdades ni con una izquierda muchas veces titubeante, casi que podría hablarse de una síntesis dialéctica entre los dos extremos.

Es una buena forma de expresarlo. Aunque decir que la izquierda ha sido titubeante es muy generoso. Más que titubeante, en los casos concretos de España, Italia o Francia, ha pactado de una forma clarísima con la socialdemocracia y ha servido para neutralizar a la verdadera izquierda. Sobre todo entre los jóvenes, la política institucional está muy desprestigiada. Pero, a la vez, son claramente antisistema y ser antisistema significa ser anticapitalista, porque, al fin y al cabo, el sistema es la expresión del capitalismo. Muchos de una manera muy rápida están cobrando conciencia de ello. Antes decían: «Somos apolíticos». Pero ya no, ahora dicen: «No estamos con ningún partido, pero lo que estamos haciendo claro que es política». El movimiento 15-M ha madurado muy rápido y se ha decantado, lo que eran reivindicaciones puramente coyunturales y elementos infiltrados de otras organizaciones, han ido quedando detrás. Soy bastante optimista con respecto a las posibilidades, creo que ya se han dado muchos pasos y que no hay marcha atrás. Con más o menos dificultades, contradicciones, titubeos, va a seguir adelante.

 

En un artículo llamado «Cambio de paradigma», usted criticaba la noción positivista del conocimiento dividido en parcelas, pues la realidad es compleja y en ella todo se conecta. Decía, además, que el intelectual no solo debe asumir un papel activo de lucha, sino que debe bajar del púlpito y participar en el debate en condición de igual con el resto. ¿No cree que este cambio de paradigma tenga que ver con que el modelo de la comunicación se ha modificado para ser mucho más horizontal, donde el conocimiento se construye en comunidades?

Claro, si esto se controla o se elige desde una posición de superioridad en la escala del conocimiento, esa persona o institución, que supuestamente lo detenta, escoge continuamente el terreno de juego: con quién dialoga, en qué términos y dónde. Es el problema de la endogamia académica, que por desgracia es casi la norma en muchas universidades. Tiene que ver con el poder, en última instancia. Si estoy en una posición de poder, no voy a entrar en diálogo con nada que pueda cuestionar mi situación privilegiada. Mientras yo decida cómo, cuándo, dónde y de qué se habla, estoy seguro. Si permito que las reglas del juego, el terreno o que los temas de discusión escapen de mi control, corro un riesgo.

Pero las nuevas formas de comunicación hacen que enrocarse en ese búnker sea cada vez más difícil, por suerte. Por ejemplo, tengo una sección de divulgación científica en un diario español. En ella hay un blog, y los lectores preguntan, objetan, comentan todo lo que quieren y a veces me ponen en situaciones complejas, porque cuestionan lo que digo desde otros campos del saber y muchas veces eso me obliga a replantear mi posición, a informarme antes de contestar. Es un diálogo continuo que te pone en cuestión, pero si nadie lo hace uno se apoltrona y no crece. Por tanto, para crear ese clima multidisciplinario, la capacidad de comunicación que ofrecen las nuevas tecnologías es fundamental.

Es como la idea de la construcción del conocimiento como un rizoma. Hasta ahora ha imperado el modelo del árbol, un tronco del que salen muchas ramas que a su vez se subdividen, pero todo jerarquizado. En cambio, el rizoma es una estructura en red, a la que se conectan varios nodos. Un nodo que cronológicamente haya aparecido después puede tener la misma importancia que los nodos iniciales, no hay una jerarquía rígida y se da una continua retroalimentación. Gracias a eso ha cambiado nuestra manera de ver el mundo, creo que para bien. A pesar de que la estructura en árbol es más clara, más diáfana, más cómoda, te ofrece más seguridad; una estructura en red plantea dudas, vacilaciones, a veces no sabes bien dónde estás, pero si se acepta el reto se convierte en un estímulo intelectual constante.

Usted también ha cuestionado la noción del amor de la sociedad actual, dice que es un mito propio del patriarcado que ha servido para subyugar a la mujer. Aunque obviamente lo decía en un sentido sociológico, ¿sucede así en todos los casos?

Hay que distinguir entre el amor entendido en un sentido amplio y el enamoramiento, usamos el mismo término, lo cual tampoco es casual. Estoy convencido de que el amor, como enamoramiento, no solo es un mito, sino que es el mito nuclear de nuestra cultura, porque ahí está la esencia del patriarcado. Ya desde el amor trovadoresco, la mujer comenzó a dejar de ser un objeto sexual, una sierva o una paridora de niños, a ser una especie de diosa. Esto no es más que otra maniobra para evitar que se desarrolle como persona en términos de equidad con respecto al varón: a la que no puedo mantener en la cocina la pongo en un altar, pero un altar también es una forma de reclusión.

Nuestra concepción actual del amor, a pesar de lo mucho que se ha avanzado en el reconocimiento de los derechos de la mujer, sigue manteniendo la idea de que la relación entre hombres y mujeres se basa en la posesión de la persona, el creerse con derecho a controlar y monopolizar la intimidad del otro. Este mito está tan arraigado, que cuando la realidad defrauda esa expectativa, la gente puede llegar con frecuencia al homicidio, al suicidio o a cualquier otro tipo de excesos.

Soy consciente de que es muy difícil combatir esa noción mítica del amor, pero me parece que es un trabajo fundamental. Tanto que creo que esa visión es incompatible con el socialismo. Sé que es una afirmación muy drástica, pero incluso en sus manifestaciones más válidas y avanzadas, como el que se da en Cuba, aún siguen vigentes muchos elementos heredados de la antigua visión del mundo y creo que mientras no se superen no habrá un cambio cualitativo pleno que permita entrar en otro tipo de sociedad.

¿Cómo sería el amor ideal en esa sociedad mejor?

Lo que pasa es que pretender plantearlo en términos cronológicos, sería una visión no dialéctica de la cuestión, porque una forma libre de vivir la relación amorosa y una sociedad libre están en relación dialéctica, se determinan mutuamente. Cada vez que amas de una forma más libre estás propiciando el advenimiento de una sociedad más libre. A tiempo que cuanto más libre es la sociedad en la que vives, más fácil es que vivas de una forma libre tus relaciones amorosas. Ahí hay una dialéctica que, lamentablemente, está muy atrasada todavía. Yo no puedo concebir, ni creo que nadie pueda, cómo será amar en una sociedad libre, porque si no fuera radicalmente distinto a cómo es ahora no valdría la pena tanto esfuerzo. Por desgracia nuestra sensibilidad, emotividad y nuestra forma de amar, están profundamente condicionadas.

Pero sí creo que se pueden apuntar algunas características. Una forma de amar no enfermiza, no neurótica, tiene que prescindir por completo de la posesividad y de la dependencia. El modelo podría ser lo que se entiende por una buena amistad, que también es bastante rara, no es muy frecuente porque en la amistad se dan los mismos mecanismos, aunque tal vez de una forma menos compulsiva. Sin embargo, con los amigos y las amigas, cuando no hay relación amorosa, en general somos menos posesivos, respetamos mucho más su autonomía, su derecho a relacionarse con otras personas. Creo que debe ir por ahí, llegar a ser sumamente respetuoso con el hecho de que la persona con la que tienes una relación amorosa no es una prolongación de ti, ni tu propiedad. Al contrario, es un ser autónomo, libre, un individuo con todas sus peculiaridades y que nunca vas a poder abarcarlo ni entenderlo por completo. Si en una relación amorosa pudieran existir las mismas reglas del juego que en una amistad, hubiéramos avanzado mucho. Aunque esto es pura aproximación, porque cómo será solo lo sabremos cuando lleguemos a ello. Si llegamos algún día, espero que sí.

Fuente: http://www.lajiribilla.cu/2012/n560_01/560_24.html