Alejandra Holzapfel y Haydee Oberreuter, sobrevivientes de tortura durante la dictadura chilena, son dos de las caras de la labor de visibilización de la violencia contra las mujeres, especialmente de la violencia sexual y el aborto forzado como un tipo específico de tortura.
En la comuna de Macul de la ciudad de Santiago de Chile, en la esquina de la calle Irán con Los Plátanos, se encuentra uno de los 1.168 espacios de detención y tortura utilizados durante la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet. Popularmente conocido como La Discotéque, por el alto volumen de la música que encubría los gritos de las detenidas, o La Venda Sexy, por el carácter sexual de las torturas, no fue hasta el pasado 1 de septiembre que, tras la lucha permanente de sobrevivientes y organizaciones defensoras de derechos humanos, el Estado recuperó el inmueble para convertirlo en el Sitio de Memoria Irán 3037.
Alejandra Holzapfel es la presidenta de la Asociación de Memoria y Derechos Humanos Irán 3037, entidad que ha trabajado incansablemente para resignificar el lugar y convertirlo en un espacio para la reparación, la justicia y el nunca más. Sobreviviente de tortura, Holzapfel cuenta su historia a los grupos de personas que se reúnen periódicamente en el parque frente al inmueble, convertido en un bosque de la memoria. De sus árboles cuelgan las fotografías de las 33 compañeras detenidas desaparecidas en este centro activo entre 1974 y 1977.
Los actos conmemorativos de los 50 años del Golpe de Estado han servido a las entidades de la sociedad civil para persistir en la necesidad de hacer justicia y trabajar en la memoria, pese a las voces negacionistas que siguen embruteciendo el relato sobre la violencia durante la dictadura. Estas entidades no olvidan, por ejemplo, las declaraciones de la diputada ultraderechista Gloria Naveillán, que el 23 de agosto aseguró que la violencia sexual ejercida hacia mujeres durante la dictadura era “parte de la leyenda urbana”.
En 2014 Holzapfel presentó, junto a un grupo de exprisioneras políticas, una querella contra el Estado centrada en el reconocimiento de la violencia político sexual como un tipo específico de tortura. El objetivo era diferenciar la violencia sexual de la definición generalizada de tortura.“Necesitamos enfatizar el carácter de género que asumió la represión hacia las mujeres, las torturas que generalmente fueron distintas a las de los prisioneros hombres, aun cuando muchos de ellos igualmente sufrieron violencia político sexual. Nos enfrentamos a declaraciones negacionistas que intentan invisibilizar este tipo de prácticas, algunas de ellas presentes hasta el día de hoy”, cuenta.
Alejandra Holzapfel frente al excentro clandestino de secuestro, tortura y exterminio Venda Sexy. / Foto: Marta Saiz
Para Holzapfel, el fallo histórico de esta querella –que el 21 de agosto de 2023 la Corte Suprema ratificó– implica el reconocimiento de las prácticas extendidas de violencia político sexual durante la dictadura y las condenas a 15 años de prisión a los torturadores Raúl Iturriaga Neumann, Manuel Rivas Díaz y Hugo Hernández Valle. “Con esta jurisprudencia estamos protegiendo a las nuevas generaciones de niñas y jóvenes que han sido violentadas sexualmente por los aparatos represivos del Estado chileno en marchas estudiantiles, feministas o de la dignidad”.
El informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura de 2003 –Comisión Valech I–, recibió el testimonio de 3.399 mujeres. Casi todas ellas, sin distinción de edad, declararon haber sufrido violencia sexual y 316 haber sido violadas. Sin embargo, también se estima en el informe que la cantidad de mujeres violentadas sexualmente es muy superior a los casos reflejados en el documento.
Holzapfel tenía 19 años cuando fue detenida por la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA), la policía secreta de la dictadura. Era diciembre de 1974. Estudiaba segundo de Veterinaria y era militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). De madrugada, unos hombres fueron a buscarla a su casa justo la misma noche que Beatriz Bataszew, compañera de militancia, le pidió refugiarse allí. “Los milicos le dijeron a mi madre que me tuviera preparado el desayuno. Que regresaría a las 7 de la mañana”, recuerda.
Aquellos hombres la subieron a una camioneta y le vendaron los ojos. Ella trató de contar las cuadras, pero perdió la cuenta. Primero la llevaron a Villa Grimaldi, donde pasó a ser el número 617. “Ahí ya una dejaba de ser persona”. La desnudaron y revisaron por todas las partes de su cuerpo en busca de algún documento. “Buscaban degradarte completamente como ser humano”. Estuvo cinco días allí.
Ante los grupos de visitantes de Irán 3037, la activista siempre omite los detalles de las torturas; “Ese lado me hace daño. Ya ustedes saben todo lo que pasó”. Para ella, lo importante es lo que venía después, cuando regresaba de la sala de interrogatorio: “El amor y la solidaridad entre mujeres fue la clave para sobrevivir. Fue tan importante querernos entre nosotras, que nuestras compañeras nos recibieran con amor y cariño… Con todas esas mujeres, hasta el día de hoy, somos como hermanas”. Después de Villa Grimaldi, la trasladaron a Irán 3037, donde se reencontró con Bataszew, detenida tres días después de ella. En ese lugar, además de varias salas de tortura, había un subterráneo donde las prisioneras eran violentadas sexualmente por un perro adiestrado para ello. El animal respondía al nombre de Volodia, satirizando al senador comunista Volodia Teitelboim, exiliado en Moscú. “A partir de ese momento y hasta el día de hoy no puedo tener contacto con animales. Y me duele terriblemente porque cambió la vida, hizo girar todo mi proyecto vital”, explica.
Acción de recuerdo en lo que será el Sitio de Memoria. / Foto: Bernat Marrè
De su paso por Irán 3037, donde calcula que estuvo unos 11 días, Holzapfel también destaca esa solidaridad y amor entre compañeras. Como sabían que los torturadores no se acercaban a una mujer si tenía la regla, cuando una de ellas tenía su periodo dejaba papeles manchados de sangre en el baño, para que las demás se los pusieran. “A las mujeres nos decían que nuestro rol era lavar, cocinar y atender al marido, no militar por la calle. Y que por eso nos merecíamos todo aquel castigo. Nosotras solamente éramos jóvenes que queríamos un mundo mejor”, subraya.
A Holzapfel la delató su profesor de educación política y miembro del comité central del MIR, que tras sufrir torturas continuadas empezó a colaborar. “Yo estaba al otro lado defendiéndolo y fue tremendamente decepcionante, porque lo idealizaba. Me costó muchos años entender por qué él había colaborado de esa manera y yo, que era una militante nomás, estaba siendo cuidadosa con mis compañeras”, dice. La activista todavía recuerda una de las frases que respondía a sus torturadores cuando estos le pedían información: “Aunque quede una compañera, volveremos a ser miles”.
Haydee y el pez volador
Dice Haydee Oberreuter que llegó a la adolescencia en un país donde formar parte de organizaciones políticas era algo muy natural. Originaria de Valparaíso, entró a la universidad para estudiar Historia en el año 1972, donde llegó siendo una dirigenta, una heredera de su tiempo. “Éramos personas que queríamos ser parte activa y comprometida con el proceso de la Unidad Popular y de los cambios que acontecían”, comenta.
Su labor como opositora en el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) la situó en el punto de mira de la dictadura. En 1975 y para forzar su entrega –llevaba a cabo su actividad de manera clandestina– militares secuestraron a su madre y su hija de apenas un año de edad. Ya en el cuartel Almirante Silva Palma, en Valparaíso, diez hombres la torturaron con la intención de hacer que perdiera al hijo de cuatro meses que esperaba. Gritaban que lo hacían por el bien de la patria. “Convirtieron a Sebastián en un terrorista antes de venir al mundo”.
“Ni siquiera te castigaban por ser tú misma; lo hacían para que tu compañero sufriera, porque estaban injuriando algo que, supuestamente, le pertenecía. Para los militares, las mujeres éramos meros daños colaterales de la actividad política de los compañeros. Era una agresión con una connotación más agravante, de discriminación e invisibilización”. Como ella misma explica, las torturas que sufrió fueron especialmente brutales por su condición de mujer “alienada” de los roles asociados a las mujeres de la época: “También nos castigaban por estar embarazadas y hacer política”.
Haydee Oberreuter posa para la fotografía. / Foto: Bernat Marrè
Pasaron más de dos décadas hasta que Haydee Oberreuter contó su historia públicamente: “Me dolía que, como los mismos torturadores dijeron, quien me viera supiera que me habían abierto de pecho a pubis”. La primera entrevista en la que habló sobre el tema se la concedió a la periodista Alejandra Matus y fue publicada en diciembre de 2004 en la revista Plan B. Aquel ejemplar llamó la atención del abogado Vicente Bárzana que, sin conocer a la activista, redactó y presentó una querella ante la justicia por crímenes de lesa humanidad cometidos en contra de Oberreuter. Diez años más tarde de aquella denuncia, la Corte de Apelaciones la acogió y designó a una jueza para investigarla. Finalmente, en 2016, se condenó a cuatro exagentes de la Armada –Manuel Atilio Leiva, Juan de Dios Reyes, Juan Orlando Jorquera y Valentín Evaristo Riquelme– como responsables de las torturas y la muerte de Sebastián.
En las vistas judiciales, la activista tenía que lidiar con los alegatos de la defensa, que apelaba a la edad de los acusados para evitar su encarcelamiento: “El mismo ser infame que me abrió de arriba a abajo está tomando sol en Villa Alemania sin haber pagado ni un solo día de cárcel. No lo hizo ninguno de los tres que quedan vivos”.
La sentencia supuso un fallo histórico al ser una de las primeras causas sobre crímenes de la dictadura que llegó a condena. Sin embargo, el aborto forzado en tortura no es un delito tipificado en Chile y esa es una de las luchas que todavía sigue dando Oberreuter. Instada constantemente a pasar página, hoy es una de las voces más poderosas de la sociedad civil en la defensa de las familias de personas desaparecidas y víctimas del terrorismo de Estado entre 1973 y 1990. Fue subsecretaria de Derechos Humanos en 2022 y parte de 2023, y actualmente es consejera del Instituto Nacional de Derechos Humanos. Su testimonio también fue recogido por la directora Pachi Bustos en el documental Haydee y el pez volador.
“Espero que durante este año podamos llevar el tema del aborto forzado como crimen de lesa humanidad a los tribunales. Junto a otras dos compañeras, con las que estuve detenida en Tres Álamos, queremos abrir el debate con la ultraderecha. ¿Por qué no tipificar el delito si ellas sostienen que la niña existe desde el momento de la concepción? En sus propias palabras, mataron a una persona. Por eso les cuesta pelear conmigo”, explica. La defensora afirma que el aborto forzado necesita ser tipificado para generar garantías de no repetición. El Informe Valech I apunta que, de las mujeres que ofrecieron su testimonio, 229 fueron detenidas estando embarazadas y 11 de ellas sufrieron violencia sexual. Además, debido a las torturas sufridas, 20 abortaron y 15 tuvieron a sus hijas en presidio.
Pocos años después de sufrir el aborto forzado y las torturas, Oberreuter volvió a quedar embarazada. Contra todo pronóstico, aquel bebé sí sobrevivió. “No solo nació, sino que contribuyó con su crecimiento dentro de mi panza a distender los músculos, la piel… puso en su lugar todo lo que no dejaba enderezarme. Vino a sanarme”, comparte.
En 2016, tras el fallo de la Corte, Oberreuter decidió liberar simbólicamente a Sebastián de aquel cuartel donde se había quedado 40 años atrás. Bajo la figura de un pez volador. Para liberarlo al cielo y al mar. “Siendo luz, no dolor”. Reunió a las personas más cercanas en una ceremonia en mitad del mar de Valparaíso, donde arrojaron peces voladores de papel para iniciar, por fin, un proceso de duelo y reparación.
“Quería que Sebastián tuviera la posibilidad de volar cuando lo quisieran atrapar bajo el mar y de nadar cuando lo quisieran agarrar en el aire. Regalarle la posibilidad de estar siempre salvándose”.