Tengo que confesar que después de la resaca electoral y el debate de investidura he empezado y borrado esta carta varias veces y, al final, lo que me ha salido es desnudar las dudas, preocupaciones y reflexiones de estos últimos tres meses. No voy a perder muchas líneas describiendo el contexto de crisis civilizatoria en […]
Tengo que confesar que después de la resaca electoral y el debate de investidura he empezado y borrado esta carta varias veces y, al final, lo que me ha salido es desnudar las dudas, preocupaciones y reflexiones de estos últimos tres meses.
No voy a perder muchas líneas describiendo el contexto de crisis civilizatoria en el que nos encontramos, pero lo hago porque si no, no se entiende mi reflexión. Ya lo hemos dicho muchas veces: crisis de energía y materiales, estado de emergencia climática, pérdida de biodiversidad… En definitiva, nos encontramos ante el desmantelamiento de la base material que sostiene la economía, la sociedad, la vida humana.
En esta situación, con la economía globalizada estancada y teniendo problemas estructurales para que crezca de forma sostenida y permanente, generando puestos de trabajo, asistimos a un proceso de saqueo, desposesión, expulsión de personas de sus territorios, fragilización del derecho al trabajo, empobrecimiento acelerado de muchas personas que solo cuentan con el colchón familiar como seguro. La precariedad vital se encierra en las casas y allí, mayoritariamente, las mujeres sostienen de manera cotidiana la vida como pueden.
En Francia, esta semana Greta Thunberg intervenía en el Parlamento y la extrema derecha se burlaba de ella; ese mismo día, se aprobaba allí también el CETA, otro tratado de libre comercio que apuntala la arquitectura de la impunidad, blinda privilegios y beneficios de sectores económicos y empresas a las que, sin duda, veremos dentro de poco declarando situaciones de emergencia climática, como las hemos visto «incidiendo» en las metas y medidas que plantean los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
La extrema derecha irrumpe y, a pesar de discursos y cordones, ha sido asimilada. Coincido con el último editorial de CTXT cuando decía que ha costado tres meses normalizar a la extrema derecha y se lleva cinco años de guerra contra una socialdemocracia que es presentada como antisistema o lesiva para el orden. Manifiesto mi preocupación ante el Abascal menos franquista y más neofascista que hemos visto en el debate de investidura.
Con toda esta complejidad delante, falta, me parece a mí, una buena reflexión y evaluación de lo que ha sucedido en los últimos años con los proyectos emancipadores, y es imprescindible hacerla sin crispación y con tranquilidad. Evaluar con sinceridad significa exponer la propia vulnerabilidad, pero es necesario hacerlo para no seguir alimentando las cegueras epistémicas de las que habla Fernando Broncano en su último libro. Sin duda, ha habido análisis interesantes y acertados sobre los resultados de los últimos procesos electorales. Muchos de los que más me han interpelado son antagónicos entre sí, pero creo que cada uno de ellos encerraba un trocito de verdad.
Coincido con Rita Maestre cuando afirmaba que el Ayuntamiento de Madrid no se ha perdido por falta de unidad de la izquierda. Creo que la idea añeja de unidad de la izquierda concebida como la negociación de listas por arriba, aunque por abajo la gente no se soporte, no funciona, no ha funcionado nunca y no creo que lo haga jamás. Cuando no soportas a la gente, es difícil echar las horas que hay echar codo a codo para construir en común, ni se tiene tolerancia y comprensión con los errores que se cometen. En los últimos años he ido a muchísimos pueblos y ciudades, y he participado en cientos de conversaciones y encuentros. He escuchado, me han contado y he visto una violencia y desprecio brutales entre quienes supuestamente caminaban juntos.
Lo que sucedió en Madrid en 2015 no fue esa unidad de la izquierda. Fue un proceso de confluencia, de encuentro, insuficientemente estudiado, que no resultaba sencillo, que tenía algo de caótico y desordenado, pero que funcionó. La conformación de Ganemos Madrid se gestó durante años. Eran claramente sectores minoritarios, pero muy militantes, que trabajaron de forma más o menos coordinada alrededor de los municipalismos.
Mientras tanto, se producía la irrupción de Podemos, que tenía la mirada puesta en las elecciones generales y no tanto en las municipales. En el caso de Madrid, Podemos tardó meses en decidir si se presentaba y si hacerlo en una candidatura amplia. Para cuando lo hizo, Ganemos ya tenía cierta fuerza para negociar el acuerdo. Estamos hablando de un Podemos con montones de círculos repletos de personas entusiasmadas y con ganas de cambiarlo todo.
La negociación y el acuerdo no fueron nada fáciles: listas plancha o proporcionales, carta financiera, programa, agrupación de electores o partido instrumental… Pero con mucho esfuerzo y voluntad de ir juntos, se logró. Manuela Carmena se configuró como una candidata muy adecuada para contrarrestar un liderazgo tan sólido como el que tenía Esperanza Aguirre. Muchas personas nunca habíamos oído hablar de ella, pero todo el mundo se sumó a construir el personaje y apoyar la candidatura.
Todos los que la vivieron coinciden en señalar la excepcionalidad de aquella campaña electoral. En todos los barrios, casi manzana por manzana, se sacó literalmente a la gente a votar. Miles de personas militantes, de Ganemos y de Podemos, buzonearon, hicieron charlas informativas, debates, acciones de calle, performances, carteles, teatro. A aquella explosión, incontrolable por quienes gestionaban la campaña, se le puso incluso un nombre: desborde.
El resultado es que se consiguió gobernar por una diferencia de apenas unos miles de votos. Es importante recordar esto porque ganar no tuvo nada que ver con la unidad de la izquierda clásica. Fue algo que la superó, fue más bien la fuerza sinérgica de colectivos y personas que empujaban desde diferentes ángulos en la misma dirección. Una pasada.
En la primavera de 2018, una encuesta encargada por el grupo municipal de Ahora Madrid adelantaba los resultados que finalmente se produjeron en 2019. Hace tres meses, los votos de las generales hacían temer que el ayuntamiento se perdiese.
Solo con el ánimo de pensar y mejorar conviene hacerse algunas preguntas o consideraciones.
Es obvio que Madrid En Pie obtuvo unos resultados bajísimos. En mi opinión, se esperó demasiado. Hubiese sido preciso, creo, empezar mucho antes, inmediatamente después de ver que no había posibilidad de generar un proceso como el de 2015. Hay quien dijo que fue embarcarse en una misión imposible. Hay que reconocer que durante estos cuatro años se abandonó y no se cuidó la tremenda red de personas que configuraron por abajo Ahora Madrid. Los círculos de Podemos se fueron marchitando pero también muchos de los espacios de Ganemos. La cosa es que cuando se quiso tirar de ellos, quedaba poco y mucha gente no estaba dispuesta a meter la energía que metió entonces.
Yo fui, por trabajo, a hacer unos talleres en barrios en los que creció la abstención y me encontré con la sorpresa de que algunas de las personas que asistían, personas de las que esconden los pies debajo de la silla para que no se vean los zapatos gastados, de las que llevan la pobreza escrita en el cuerpo y en la mirada, no eran conscientes de que tres semanas más tarde había elecciones municipales. No es que manifestasen enfado o decepción con nadie, es que simplemente sentían que las elecciones no tenían que ver con ellas, no esperaban nada de ellas.
También fue pasmosa, para mí, la laxitud con la que IU se tomó la campaña.
Pero más allá de lo que sucedió con Madrid en Pie, que quizás se haya hablado y reprochado más en redes, es importante hacer algunas reflexiones sobre Más Madrid. ¿Conociendo la encuesta del año anterior y viendo el ascenso y fuerza del trifachito, no se hubiera debido hacer el esfuerzo, por responsabilidad, de recomponer la confluencia en vez de hacerla saltar por los aires? Igual que se apeló a la responsabilidad para que no se presentase Madrid En Pie, creo justo apelar a la responsabilidad de no perder a nadie.
Creo que quienes lideraban los proyectos, siendo conscientes de la diversidad y escasa diferencia con la que se había ganado Madrid, tenían la responsabilidad de hacer lo imposible por mantenerlos unidos. Era responsabilidad del equipo de Manuela Carmena resolver el disenso hablando, deliberando y dialogando.
Se fio todo al poder de la marca Carmena y se perdió. Se hizo una buena campaña -considerar que fue buena no significa compartir los mensajes – y se obtuvieron buenos resultados pero el bloque de derechas ganó. Creo, sin actitud de reproche y solo por aprender y reflexionar, que no fue responsable ni inteligente prescindir de nadie. Más Madrid está explorando un camino alternativo pero es preciso reconocer que, aun pegándose a la marca Carmena, con bastante tiempo y recursos para pensar la estrategia en Madrid, con un importante apoyo mediático y teniendo enfrente a los líderes de la derecha menos brillantes desde las primeras elecciones de la democracia, los resultados conseguidos han sido modestos. Si la contienda era contra Podemos -bastante desarbolado en Madrid-, desde luego han sido muy buenos, pero se corre el riesgo de creer que se ha ganado cuando en realidad se ha perdido menos que otro.
Y no es sólo lo que pasó en Madrid en 2019. Unidas Podemos está, creo, muy descompuesto a nivel interno y cada una de sus partes, dividida en varias. Cuando hablas con gente de dentro dicen que es una verdadera «picadora de carne humana». En todos los territorios, con alguna excepción, las peleas y desconfianzas entre los partidos emancipadores, nuevos y viejos, son tremendas.
El reciente debate de investidura ha plasmado lo difícil que va a ser que llegue al gobierno una opción que simplemente quiera mejorar las condiciones laborales o convertir la vivienda en un bien de uso y no en un negocio especulativo. No digamos ya afrontar la crisis ecosocial desde una perspectiva justa. Esta «negociación» ha sido una vergüenza, una tomadura de pelo por parte del PSOE que profundiza una desconfianza hacia la política que en el momento que vivimos es muy peligrosa y abre el paso a opciones muy oscuras. No quiero ni pensar en las presiones internas y externas que habrá para que en la Vicepresidencia del Gobierno se haya llegado a manipular documentos antes de filtrarlos.
Lo preocupante del debate de investidura es que la falta de honestidad, la mentira, la manipulación y el ruido mediático ya no son solo patrimonio de la ultraderecha. Lo preocupante es constatar que los programas de mínimos que pretenden mejorar las condiciones de vida de la gente no son tolerables.
Creo que nos hace falta un movimiento social y ciudadano fuerte. No sé si Pedro Sánchez hubiese podido actuar igual con miles de personas en la calle, exigiéndole lo que había prometido. No hablo de crear nuevos partidos políticos, sino de cohesionar un movimiento diverso, dentro y fuera de las instituciones, de personas y grupos conscientes de los retos que afrontamos y que aborde desde diferentes miradas la autodefensa colectiva que vamos a necesitar, que necesitamos ya.
Verse obligado a optar entre eliminar del discurso todo lo que suene feo, incómodo o radical, y una izquierda a la que se arrincona como vieja, radical o perdedora, es una trampa muy poco útil, y no hay que caer en ella.
Una persona que fue importante en el proceso de construcción de Ahora Madrid me decía hace poco: «Construimos un proyecto en el que cabíamos todos, un proyecto que sí fue ganador y ahora nos llaman perdedores quienes todavía no sólo no han ganado nada desarrollando su estrategia, sino que han perdido lo que ganamos».
Hace años participé en una mesa redonda sobre los liderazgos en la izquierda en la que también estaban Pablo Iglesias y Miguel Romero. Volviendo sobre ella, me reafirmo en lo que planteé. Necesitamos liderazgos colectivos, compartidos, menos viriles -ya sean hombres o mujeres quienes encarnen esa virilidad-. Necesitamos entender que los líderes son mucho más que portavoces brillantes. En una organización hace falta debatir, organizar reuniones, preparar documentos e ir construyendo el consenso a la vez. Hace falta mediar, estudiar, construir organización, hay que festejar y celebrar y una persona puede no ser la más adecuada para liderar todo eso. Hacen falta perfiles diferentes, reparto del poder, contraste permanente, poder discrepar con tranquilidad y tener espacios para hacerlo.
Las políticas feministas, que ponen la vida en el centro, requieren más que simplemente nombrarlas. Por lo que veo a mi alrededor, los partidos de viejo y nuevo cuño son espacios de violencia y maltrato permanente: purgas, descalificaciones en público y en privado, traiciones, despidos con unas formas que no he visto ni cuando trabajaba en empresas transnacionales. Resumiendo, un intenso dolor y rabia desde los que no es posible construir nada que sirva para regenerar la vida política.
Estas actitudes, exhibidas impúdicamente en los medios de comunicación y redes sociales, generan desconfianza y falta de credibilidad. Si el cambio climático es el gran problema de nuestro tiempo, si lo más importante es frenar a la ultraderecha, si lo fundamental es proteger a las personas más vulnerables, si los feminicidios, las muertes en el Mediterráneo son tan importantes, ¿cómo es posible que el grueso del tiempo se emplee en pelear, conspirar, o expulsar a aquellos que supuestamente están más cerca de ti? ¿Cómo es posible que todo lo importante sea permanentemente pospuesto?
La parte del coche que no vemos a través de los retrovisores, que permanece oculta e invisible, se llama ángulo muerto. Es pequeña pero tremendamente peligrosa. El ángulo muerto de los grupos políticos es el tipo de vínculos, relaciones y organización interna que se construye en ellos. Podemos considerarlo un asunto menor y decir que la izquierda siempre se pelea, como si fuese una especie de ley natural, como la ley de la gravedad.
O podemos trabajar las relaciones, hacer visible su importancia y dotarlas de naturaleza política. Tan importante como el programa que defendemos es cómo nos organizamos y relacionamos para hacerlo.
Vengo de una experiencia modesta, pero creo que Ecologistas en Acción es la única organización que conozco que además de sumar cientos de grupos ecologistas ha sabido mantenerse unida, creando una identidad y orgullo de pertenencia. Sigue existiendo, no sin conflicto pero sí con la convicción profunda de que estamos mejor juntos que separados, que somos más eficaces y más fuertes. Invertimos mucha energía mediadora para conseguirlo. Es cansado porque mantener es mucho más laborioso que crear. Son tareas de Sísifo, cíclicas, recurrentes, menos brillantes y visibles pero imprescindibles, como el propio trabajo de cuidado en las casas.
Quiero reivindicar la renuncia activa a la política de la humillación. La humillación solo puede generar sumisión, rabia y violencia. Humillas cuando ninguneas, insultas, agredes, cuando quieres exigir que la gente renuncie a sus convicciones y trayectorias vitales y acate decisiones no explicadas ni debatidas; humillas cuando desprecias el exceso de memoria o la falta de experiencia; humillas cuando engañas o incumples compromisos.
Quiero reivindicar la honestidad, la lealtad, el diálogo, la escucha de verdad, la construcción colectiva y el amor político -amor por la vida y por la gente- como valores básicos para construir un movimiento fuerte y potente.
Habrá quien al leer esto enarque una ceja y le parezca buenrollista e ingenuo pero, aunque un partido puede alcanzar un buen resultado con una campaña de ‘marketing’ electoral, afrontar la crisis de energía y minerales, resolver los conflictos por el agua que vamos a vivir, encarar las migraciones forzosas, la precariedad ya estructural y creciente, el odio a las diversidades sexuales… requerirá incorporar todo eso que está fuera de los imaginarios comunes y tomar opciones que si benefician a unos, no gustarán a otros.
Para eso hace falta organización, pedagogía social y construir procesos que acojan, cuiden y protejan con una lógica diferente a la de las expulsiones.
Crear este movimiento requerirá curar heridas, pedir perdón y perdonar, formarse para construir alternativas, respetar que unos queramos hacerlo fuera de las instituciones y otras quieran hacerlo dentro. Quienes no sepan pueden aprender, y quienes no quieran creo humildemente que deberían dar un paso a un lado hasta que entiendan que lo que está en juego -que es lo que ellos mismos dicen que está en juego- es tan incierto que organizarnos para afrontarlo juntos es probablemente la tarea política más hermosa y llena de sentido vital que tenemos por delante.