Decía Luís Buñuel en Mi último suspiro, que nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento. Sin ella no somos nada. Pero la memoria es también invadida constantemente por la imaginación y el ensueño y, puesto que existe la tentación de creer en la realidad de lo imaginario, acabamos por hacer una […]
Decía Luís Buñuel en Mi último suspiro, que nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento. Sin ella no somos nada. Pero la memoria es también invadida constantemente por la imaginación y el ensueño y, puesto que existe la tentación de creer en la realidad de lo imaginario, acabamos por hacer una verdad de nuestra mentira. Lo cual, por otra parte, no tiene sino una importancia relativa, ya que tan vital y personal es la una como la otra. Dijo Valle-Inclán que las cosas no son como son, sino como se recuerdan. Pero a veces, descubrimos que el pasado se ha borrado, es decir, que la memoria reinventa el mundo. El pasado es mucho más variable, flexible y manejable de lo que la gente cree, y también pudiera ser que los recuerdos no aparecen en nuestro pasado, sino otro presente nuestro que ignoramos. Leemos en La ignorancia, de Milán Kundera: «Nuestra memoria, la pobre, ¿qué puede hacer? Sólo es capaz de retener del pasado una miserable pequeña parcela sin que nadie sepa por qué precisamente ésa y no otra.»
El año pasado en Marienbad (1961) es un filme que nos ofrece un juego fascinante a través del tiempo y la memoria. Dirigida magistralmente por Alain Resnais y escrita por Alain Robbe-Grillet. Es también una de las películas más enigmáticas de la historia del cine.
¿Qué ocurrió realmente el año pasado en Marienbad? Rara vez una película ha suscitado polémica más activa e incluso virulenta. Se llegó a decir que ni tan siquiera el director y el guionista estaban de acuerdo; que según el primero, el año anterior se había producido un encuentro entre los dos protagonistas, mientras que, según el segundo, el episodio entero no era sino una fantasía imaginada por el narrador. Pero esta divergencia no era sino un recurso fríamente pensado, una indicación al espectador de cómo debía abordar la película; es decir, sin ideas preconcebidas.
La primera voz que se escucha en el filme es la del narrador, que va diciendo al principio sin que se le entienda muy bien, y luego cada vez más claramente; «Una vez más recorro estos pasillos,atravieso estos salones y galerías en este edificio de siglos pasados…», mientras la cámara recorre morosamente los interiores de un gran hotel barroco. En uno de los grandes salones, el público contempla inmóvil una obra teatral. «Y ahora«, dice la actriz sobre el escenario, «soy finalmente tuya«. Cae el telón. El final de la obra prefigura la entrega de la protagonista de la película al acabar ésta. Poco a poco, a través de fragmentos de conversación, planos de personas cuidadosamente situadas o de grupos estáticos, la película va creando su perturbador universo, que puede ser real o imaginario. Los tres personajes principales comienzan a revelar sus respectivas identidades: la mujer melancólica que se aloja en el hotel junto a un imperturbable hombre que puede ser o no su marido, y un insignificante extraño, el narrador, quien afirma que la mujer le prometió encontrarse con él hace un año. Ella niega conocerle y haberle tratado; pero el extraño prosigue su cuidadosa táctica de persuasión: «¿No recuerda aquella ocasión en la que, paseando juntos por el jardín, resbaló y se rompió el tacón del zapato?«. Más adelante, andando el uno al lado del otro, ella se tambalea y se agarra al brazo de él en busca de apoyo. Esta escena está rodada a cierta distancia, por lo que no queda claro si se rompe el tacón o no. ¿Ocurrió esta escena en el pasado, como afirma él, o es que la historia se repite? En esta delicada fusión entre pasado y presente no puede haber nada seguro. El filme sugiere muchas preguntas más. ¿No será ese extraño edificio, situado en medio de unos geométricos jardines, un sanatorio mental, y el hombre un psiquiatra que intenta hacer recordar a la mujer una experiencia emocional del pasado que se ha bloqueado inconscientemente en su memoria? Y sus ropas, típicas del estilo Chanel, y correspondientes a un determinado período histórico, ¿no proporcionarán acaso una clave para comprender lo que está ocurriendo? Parece que, en general, la protagonista viste de blanco en las escenas del presente y de negro en las del pasado, pero no siempre es así. ¿Y qué decir de la figura en sombras que parece ser su marido? ¿O es su amante? Casi siempre se le ve jugando con cerillas y ganándole en el juego al tercer vértice del triángulo, el no menos enigmático narrador. En un determinado momento, cuando éste parece estar a punto de obligar a la mujer a admitir la realidad del pasado, ella se vuelve hacia su marido y le suplica que no la deje. Su respuesta no parece ser más fría y razonada: «pero, si eres tú la que me estás abandonando».
Cuando su predicción se hace realidad, ella le abandona sin sentimientos de alegría ni de autorrealización, sino como si estuviese partiendo hacia un destino desconocido. En este enfrentamiento de voluntades y persuasiones, ella parece ser la víctima de un sino inexplicable, que probablemente la conduce a la muerte y el olvido.
La eterna fascinación de El año pasado en Marienbad radica en que, cada vez que el espectador cree haber encontrado la clave del acertijo, se presenta un nuevo aspecto que echa por tierra todas sus teorías. Por ejemplo, cuando la mujer le pide al hombre que la deje en paz, él se apoya contra una balaustrada que se derrumba a causa de la presión. Debe tratarse de una fantasía pasajera, piensa el espectador, y, cuando vuelva a verse la balaustrada, estará intacta. Pero ¡sigue rota! ¿Refleja esto la inquebrantable convicción del personaje de que su fantasía se ha producido en realidad? ¿No es más probable que se trate de una metáfora del deseo de la mujer de verse libre del extraño? Pensándolo cuidadosamente, la segunda explicación parece más plausible. Pero, en lo referente a esta enigmática película lo único que se puede decir es «Creo«, y nunca «Estoy seguro«.
En una segunda visión, El año pasado en Marienbad, con sus sutiles claves, su complicada interrelación entre pasado y presente y su representación de una realidad que puede ser simplemente un sueño, adquiere el aspecto de una historia detectivesca. Las figuras (pues son más figuras que personajes) se mueven de manera exquisitamente controlada por un director que muestra la precisión de un hábil jugador de ajedrez. El mundo onírico en el que transcurre la historia posee la calidad de un cuento de hadas y, al igual que la mayoría de ellos, un cierto toque de amenaza oculta que acecha en todo momento a sus personajes.
Lo dicho; la fascinación que ejerce esta película se basa en su forma y su estructura, lo que la convierte en una obra clave para el cine modernista.
Fuente: http://www.larepublicacultural.es/articulo.php3?id_article=3910