El discurso de Alex de la Iglesia en la entrega de los premios Goya parece haber causado mucho revuelo en España. Las manifestaciones de Anonymus, cuidadosamente censuradas por RtvEs, si bien no lograron lo que buscaban (detener el proceso administrativo de la Ley Sinde, que se aprobará hoy en el parlamento español) consiguieron convocar […]
El discurso de Alex de la Iglesia en la entrega de los premios Goya parece haber causado mucho revuelo en España. Las manifestaciones de Anonymus, cuidadosamente censuradas por RtvEs, si bien no lograron lo que buscaban (detener el proceso administrativo de la Ley Sinde, que se aprobará hoy en el parlamento español) consiguieron convocar a más de 1000 personas para defenestrar a la ministra Sinde, al grito de «Sinde dimisión».
Si bien el discurso fallaba en algunas partes (por ejemplo, en decir que el público sólo se hizo para ver y consumir pasivamente lo que otros, los privilegiados, deciden hacer), su discurso me tocó. Y me tocó no porque dijera bellas palabras de forma bonita. De hecho, parece haber escrito su discurso con todos los argumentos que miles de manos anónimas se dedicaron a elaborar, pensar y escribir durante tanto tiempo en tantos sitios diferentes. Que Internet no es el futuro sino el presente. Que hay una relación estrecha entre el creador y su público. Que libre no significa gratis. Que los artistas se deben a la sociedad, y no a la inversa.
El privilegiado que estaba parado en un lugar que no muchos podrían llegar a ocupar, pasó de pronto a ocupar el lugar común de los discursos, pero también el lugar común donde los miles de anónimos habitan, conviven, crean y comparten. Y estuvo bien en su rol de reconciliarse. Es probable que lo suyo haya sido más demagogia que convicción pura. O no. Es imposible de saber. Las íntimas convicciones en los momentos de disputa, sobre todo cuando uno de los implicados se pasa al otro bando, son imposibles de verificar. Lo que sí puede verificarse es la pasión en los actos y en los dichos: renunciar a la presidencia de la academia, dar el discurso que dio, bastan para mostrar que algo, en las íntimas convicciones en las que fue criado y formado, cambió.
Lo cual por otra parte a mí personalmente me llena de alegría. La primera película que vi de Alex de la Iglesia fue «La comunidad», y recuerdo que me dejó una impresión muy fuerte. Y que me dolió que un tipo al que yo tenía en la más alta estima por el sólo hecho de haber logrado impresionarme de esa manera, un tipo al que se termina respetando intelectualmente por la complejidad de sus tramas, de sus argumentos, por el hecho de hacer un cine inteligente entre tanta mierda, estuviera tan a favor de una ley prohibitiva que se cae de maduro es el símbolo de la represión en Internet. Es decir, como nos duele siempre ver que gente que respetamos intelectualmente decide ponerse del bando contrario.
Una buena opción para ese problema de la empatía es leer a autores muertos, escuchar a bandas desaparecidas, disfrutar de fotografías públicas o ver películas viejas. Quien mejor lo expresó alguna vez fue Daniel Link cuando dijo que así como uno puede abstenerse de comer cierta clase de cerdo, también uno puede abstenerse de leerlos
. Y que esa opción, por cierto, no haría que el volumen de la literatura universal de calidad disponible para leer disminuyera.
Por supuesto, ésa no es la solución para las contradicciones generadas por las nuevas tecnologías y las viejas legislaciones. Pero el trasfondo anímico de la sensación de empatía, casi un espíritu de época manifestado en comentarios como no compremos más sus películas
, no vayamos más a sus conciertos
, deberíamos demostrarles que el público decide
, quizás sirva, en un futuro no muy lejano, para condenar o salvar del ostracismo a los artistas de hoy. Cuando se escriba la epopeya del día en que los usuarios decidieron saltearse la barrera del «mundo virtual» para defender sus plenos derechos ciudadanos -también, pero no sólo, con la ley Sinde-, seguramente este cineasta que dio tantas buenas películas al mundo tenga su lugar en la historia de las batallas por la libertad. La guerra, sin embargo, todavía no está ganada.
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