Personas psiquiatrizadas se organizan en redes de apoyo mutuo donde comparten vulnerabilidades, fortalezas y dificultades. Reflexionamos sobre sus motivaciones y recogemos voces de activistas locas sobre la importancia de estos colectivos como herramienta política y de cuidados.
Las dificultades vitales han existido siempre. El apoyo mutuo como forma de afrontarlas colectivamente no sé si ha existido siempre, pero me gusta pensar que en nuestra civilización, sí. Este texto sobre la antropóloga Margaret Mead que tomo prestado del blog de Ibone Olza refuerza esa idea: “Hace años, un estudiante le preguntó a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización en una cultura. El estudiante esperaba que Mead hablara de anzuelos, ollas de barro o piedras de moler. Mead dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua era un fémur que se había roto y luego sanado. Un fémur roto que se ha curado es evidencia de que alguien se ha tomado el tiempo para quedarse con el que se cayó, ha vendado la herida, le ha llevado a un lugar seguro y le ha ayudado a recuperarse. Mead dijo que ayudar a alguien más en las dificultades es el punto donde comienza la civilización”.
Muchas personas psiquiatrizadas participamos en Grupos de Apoyo Mutuo (GAM). Los hemos creado nosotras mismas si no existían ya en nuestra localidad o barrio. Así podemos compartir entre iguales nuestras vivencias, experiencias, aprendizajes, herramientas, penas o alegrías, tropiezos y logros. Son espacios seguros en cuya horizontalidad no dejamos de trabajar, pero que como mínimo deben estar exentos del tutelaje paternalista o amenazador de familiares y profesionales. Para las personas que compartimos las vivencias de psiquiatrización, sufrimiento psíquico de cierta intensidad o experiencias psíquicas inusuales, participar en estos espacios supone un cambio brutal. Pasar del silencio a la voz. De ser el bicho raro a la red entretejida con compañeras que, como tú, no solo han pasado por experiencias posiblemente similares, sino que además, de nuevo como tú, entienden el apoyo mutuo como una forma de estar en el mundo. No es solo la actividad del martes por la tarde: “Este martes tengo GAM”. Es sabernos vulnerables e interdependientes; saber que eso no nos hace frágiles o débiles en un sentido negativo, sino que al contrario, nos hace más conscientes de la potencia de esas vulnerabilidades compartidas, de esas fragilidades unidas en una fuerza mayor. Nos hace también saber (saberlo tangible, palpable, en nuestro día a día) que, posiblemente, claro que estamos locas, pero no tenemos por qué volver a estar solas ni a afrontar solas un mundo hostil para todas, invivible para tantas de nosotras sin apoyos extra. Tampoco las cuerdas o las que, con mayor o menor sufrimiento, no estáis bajo la amenaza del sistema psiquiátrico… tampoco vosotras estáis solas, aquí están nuestras manos para ayudar a
sosteneros cuando lo necesitéis.
Sabemos, sabéis, que ser feminista no es haber ido a un curso de 120 horas sobre formación en género, desigualdades, sesgos en salud, techos de cristal. Los feminismos son las gafas violetas, poliédricas, para no perder la mirada interseccional. Son formas de ver y de estar en el mundo. Para muchas, el apoyo mutuo es algo parecido. Más allá de estar el martes por la tarde en el centro social para encontrarme con mis compañeras del GAM, el apoyo mutuo es una manera de ver el mundo y una decisión sobre cómo estar en él. Por eso, para mí el apoyo mutuo está también ligado a la posición activista que quiero tener en el mundo.
Independientemente de mis fuerzas variables y mis necesidades cambiantes, de que a veces no podré salir de la cama y mucho menos de casa; o de que en otras rachas no me cabrán en la agenda las actividades, talleres y reuniones en las que me quiero meter… es inmenso el bien que me ha hecho (a mí y a tantas compañeras) saber que desde el apoyo mutuo estamos construyendo otro mundo habitable. Que, desde nuestros activismos, apostar por el apoyo mutuo viene seguido, conociendo nuestros límites y necesidades y respetándolas, así como escuchamos y respetamos las de las compañeras.
La fuerza y esperanza que nos da estar pudiendo elegir esta manera de estar en el mundo no sé describirla bien. Por eso, traigo un puñado de palabras de otras personas sobre su vivencia en GAMs y colectivos de activismo loco: “Verbalizar los problemas con personas afines me ha cambiado la vida a mejor”; “Te desahogas, tus compañeros te aconsejan y te apoyan, te dan muchos ánimos”, decían Vivi y Guillermo, entrevistados por 20Minutos.
“Creamos un grupo de apoyo mutuo, sin jerarquías ni profesionales, un grupo de afectadas que querían y queremos hablar en primera persona (del plural) de la salud y de cómo nos desquiciamos y, también, de cómo autogestionarla y combatir por nuestras vidas. Estamos hartos de asistencialismo, porque ya hemos tenido bastante. No es una cuestión de hablar una vez a la semana y sentirnos bien y ya está. Eso no es lo que queremos hacer”, contaba Germán a Diagonal hace años.
“Necesitaba sentir que pertenecía a un grupo de iguales y que había un lugar en el que no me iba a sentir rara, pequeña o insignificante. Soy feminista y creo en la necesidad de espacios de seguridad donde no estar expuesta a violencia machista. Me dio confianza en mi capacidad de tejer redes, de cuidar y querer. Me ayudó a sentirme más útil, me hizo conocer personas que ahora considero mi familia elegida. He podido transitar los momentos más difíciles en los últimos años gracias al apoyo de la comunidad de locas en mi entorno”, compartía una compañera en El Salto sobre su participación en InsPIRADAS.
La salud mental también es social, estas redes de apoyo mutuo nos hacen más fuertes porque aumentan nuestra autoestima”, explicaba en otro texto Saray, del GAM Valencia.
Mònica Civill, de ActivaMent en Barcelona, narra así su vivencia: “Encontré esta asociación cuando más lo necesitaba. Encontré a unas personas que me recibieron con los brazos abiertos. Por primera vez me sentí parte de una asociación de personas que me entendían y no me juzgaban por el hecho de que yo tuviera un trastorno mental. Yo necesitaba explicarme y sentirme escuchada por gente que hubiera pasado por situaciones iguales o similares, de igual a igual en este contexto. Necesitaba desahogar todo lo que llevaba a rastras desde hacía tantos años y que me hacía tanto daño y no me dejaba avanzar”. Hernán Sampietro, otro miembro de ActivaMent, desarrolló esta idea ampliamente en un artículo que podéis encontrar online: “Del diagnóstico al activismo, un proceso personal de empoderamiento”. Yo lo siento así también, aunque igual en mis filias y fobias cambiaría el “personal” por “colectivo”.
Me pregunto si realmente mi apuesta por lo colectivo y por el apoyo mutuo como formas de vida es una decisión. Quiero decir, si es tu única opción posible, ¿hay elección real? Yo no habría sobrevivido sin ser sostenida una vez y otra más y las que vengan por mi entorno, mis compañeras del GAM, mis vecinas, mis amores, mis vínculos. ¿He elegido el apoyo mutuo y el activismo loco feminista como forma de vida, o no hubiera tenido opción de vivir una vida digna, que me guste y pueda disfrutar aunque sea solo a rachas, fuera de ahí? La respuesta no importa. Estoy aquí, lo estamos, y no podríamos haber llegado solas. Y yo, si me lo ofreces, tampoco querría