A Manolo Vázquez Montalbán, que ya nos falta desde hace diez años Mueren centenares de hombres y mujeres sin patria en la costa de Lampedusa. Una ley italiana impide ayudar a los náufragos, bajo riesgo de recibir una acusación de apoyo a la inmigración ilegal. La Unión Europea tampoco ha movido un dedo. En su […]
A Manolo Vázquez Montalbán, que ya nos falta desde hace diez años
Mueren centenares de hombres y mujeres sin patria en la costa de Lampedusa. Una ley italiana impide ayudar a los náufragos, bajo riesgo de recibir una acusación de apoyo a la inmigración ilegal. La Unión Europea tampoco ha movido un dedo. En su día pactó con Gadafi para que frenara la inmigración africana. Cuando dejó de serles útil, movieron sus fichas para que fuera asesinado. Llegan inmigrantes muertos y más muertos y más muertos al Dorado europeo. Conforme crece el número de ahogados, disminuyen los minutos que se les concede en televisión. Libia es hoy un pozo de desorden y muerte. También para los millones que ya están pasando hambre y necesidad en el tercer mundo dentro de este primer mundo. Nos sobran inmigrantes, gitanos, desobedientes, manifestantes, defensoras del derecho al aborto, defensores de los derechos sociales, reclamantes de una vivienda digna, estudiantes expulsados de las aulas… Esta Europa da asco. A mí, Europa me da asco. Y a quien no le dé asco es que tiene el nivel de repugnancia muy alto. Al Papa Francisco, la Italia de Lampedusa, del Vaticano, de la mafia y Berlusconi le da asco. En España los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres. A quien no le dé asco debe de ser, entonces, porque le da gusto. Si alguien cree que decir que España da asco es insultar a los que se levantan todos los días a las seis de la mañana para ir a levantar España casi seguro es porque no madruga para trabajar. O siente con los que no madrugan. Hay gente que pone el corazón en su verdugo.
Dice Albert Pla que le da asco ser español. Han salido muchos españoles a decir que el asqueroso es él: «¡Asqueroso!», le ha gritado mucho buen español, en un insulto muy de urinario de colegio. «¡Asqueroso!» le han llamado desde Ana Botella al quiosquero de mi barrio, dolidos en su amor patrio. Que si España da asco no menos asco damos, en un sencillo silogismo, los que no podemos hacer otra cosa que ser de la patria que nos escoge. No pocos pensadores han dicho que hacer esencia del accidente de haber nacido en un lugar o en otro peca de facilismo e, incluso, de estupidez (no lo dice Albert Pla, que lo dice, entre otros muchos, Santayana, que para muchos fue uno de los más importantes filósofos españoles, aunque los españoles a los que les da asco Albert Pla no lo sepan). Porque si una de las cosas más importantes de tu vida es ser vasco, catalán o español, cuando bien podías haber nacido en Marruecos, en Alemania, en Venezuela o en los Estados Unidos, es que están midiendo mal las cosas importantes de tu vida. Lo más relevante no puede ser fruto de una casualidad. Atrévete a escoger qué quieres ser. No seas una manzana.
Como decía Sartre, hay más humanidad en el sabor de un pollo al mole (cuya salsa lleva decenas de chiles variados cocinados durante horas) que en el sabor de una manzana. La manzana sólo puede saber a manzana. Y las manzanas no solamente no nos dan asco, sino que nos gustan. Confundir el lugar de uno en el mundo con el sabor -determinado- de las manzanas limita la inteligencia a un lugar muy infantil. Uno siempre espera un poquito más de los seres humanos. No es extraño que las esencias de cualquier patria siempre estén más ancladas en el interior profundo -el interior de la tierra y también en el interior de la historia, construido como si fueran surcos reales en la lectura interesada del pasado-. A las patrias les gusta el inmovilismo. Suele ser lugar común que cuanto menos te mueves, más patriotero eres. El nacionalismo se cura viajando.
En una canción de Pla, dos que se acaban de conocer en un bar terminan follando encima de la mesa. Cuando el camarero llega a echarlos, le piden que los case. Cosas de la amor. El camarero, después de dudar, dice «venga, va». Una fiesta donde todo prometía un drama. Terminan convidando a todo el mundo y celebrando la luna de miel en el garito. En otra canción, su novia es una terrorista. No sabe qué hacer, si denunciarla o darle más amor para que cambie su comportamiento. «Un policía muerto, un policía menos», dice un estribillo. Y al igual con un político, con un guardia civil. Al final, matan a la peculiar novia. Pla termina «Una novia muerta es una novia menos». En otra, un gallo afónico que no puede anunciar el nuevo día cree que llega el fin del mundo. Va a buscar a dios, pero resulta que dios no existe. Sólo existe el gas de los pedos que se tiran los gusanos que se comen los cadáveres. En otra, un príncipe ahoga a su hermanito para que su acceso a la corona no peligre. No podemos olvidar la cabeza cortada de un espalda mojada mexicano que, decapitado por los agentes federales con el cigarro en la boca y rodando y rodando, manda al carajo a todo el imperio norteamericano prendiendo con ese cigarrito fuego a todo país «¡A tomar por culo Guasintón!», grita el cantante. La embajada norteamericana aún no lo ha invitado el 4 de julio. Parece sensato que a quien no le haga gracia este humor, no tiene por qué contratar a Pla. La iglesia católica nunca financiaría una conferencia de Nietzsche, Dawkins o Leo Bassi para que les dijera en su cara y en sede eclesiástica que si uno tiene un amigo invisible está loco pero que si cien millones tienen un amigo invisible son una religión respetable. Ni parece sensato que lo invite la guardia civil ni la unidad de antidisturbios en el día del cuerpo. Terminarían usando las defensas, eso que antes llamábamos porra.
En cambio, cuando un político, aunque sea de Gijón, confunde lo público con su sacristía, está privatizando lo que es de todos. Incluidos a los que les gusta el sarcasmo de Pla. Políticos que censuran a artistas, alcaldes que prohíben conciertos, concejales que sacan cuadros de exposiciones o alcaldesas que retiran unas banderas o prohíben un encuentro al tiempo que hacen exposiciones nazis y franquistas en colegios públicos o celebran a los caídos por dios y por España dan asco. Igual que da asco que se beatifiquen a casi seiscientos religiosos fatalmente asesinados durante la guerra civil mientras ciento veinte mil demócratas republicanos siguen asesinados en fosas comunes, simas, zanjas y carreteras. Tanta desigualdad da asco. El asco selectivo es mentira. Si eres sensible, lo eres con todo. De lo contrario, tu asco es hipocresía.
Decía Cernuda, más elegante que Albert Pla, que era «español sin ganas». Buena parte de los que han pedido la cabeza del artista catalán, harían otro tanto con el poeta sevillano. De hecho, murió en el exilio. Lo exiliaron los franquistas. Los que dieron un golpe de Estado en nombre de España. Algún día, Pla dirá -si no lo ha hecho ya, cosa bastante probable- que le da asco ser catalán. Y le daría asco ser italiano, francés, alemán, británico o norteamericano. Es que este mundo da asco. Algunos no escuchan campanas cuando la patria vibra. Los cazadores de herejes, de cualquier lado, se encontrarían en el mismo pelotón de fusilamiento. No pongan sus sucias manos sobre Mozart. Algunos no queremos medir el arte con el criterio de lo políticamente correcto expendido en los grandes centros comerciales. Cuando Pepe Rubianes dijo que la España que asesinó a Lorca le daba asco, le castigaron prohibiéndole representar una obra de Lorca. ¿Quién era el asqueroso?
Somos el único animal que siente repugnancia. Nos ayuda a mantener la salud. La democracia ha construido sociedades más decentes que las autoritarias. La clase obrera que sembró la democracia lo hizo en nombre del internacionalismo. El nacionalismo latinoamericano reivindicó contra la colonia una gran patria -Nuestramérica-. Las patrias sin más, reflejadas solamente en sí mismas, tienen el alcance moral del campanario. Con demasiada frecuencia la reivindicación patriotera de las patrias -una de sus expresiones más comunes- ha generado tanto dolor, tanto daño, tanta ira, tantas separaciones que sólo los que tienen un estómago muy agradecido pueden no sentir asco. Hay un lugar común que da fuerzas y paz, y otro que está construido con muros, barrotes y lágrimas ajenas. Una cosa es sentir muy por dentro ese lugar donde «los niños sueñan con truchas» y otra exterminar a alguna antipatria en nombre de la patria. Seremos un país decente cuando esto segundo nos dé a todos asco. Mucho asco. Un asco tan profundo que tengamos que inventarnos otra cosa. Para que las manzanas sean solamente eso, manzanas, y la democracia, ni más ni menos, democracia.
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