«Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó.» (Génesis 1:27) «-¿Por qué las mujeres sois emocional y espiritualmente mucho más fuertes que los hombres? -Porque la forma humana básica es la femenina. La masculinidad es en cierto modo un defecto de nacimiento.» (Diálogo […]
(Génesis 1:27)
«-¿Por qué las mujeres sois emocional y espiritualmente mucho más fuertes que los hombres? -Porque la forma humana básica es la femenina. La masculinidad es en cierto modo un defecto de nacimiento.»
(Diálogo de la serie The fall, 2014)
No comparto la reacción favorable a la censura de una parte significativa de los opinadores, de algunos representantes institucionales y de políticos de uno y otro signo respecto del archifamoso autobús de la organización «Hazte oír». El vehículo de marras -a buen seguro no lo ignorará el lector a estas alturas- debía ser el medio que llevara la buena nueva a todos los rincones del suelo patrio de que la identidad sexual es un asunto bien simple, si se sigue el natural y evidente criterio de la genitalidad y no se deja uno enredar por perversas ideologías LGTB que distorsionan una realidad que es lo que parece a simple vista. Dicho sin rodeos: ¿quiere usted saber si su retoño es del sexo masculimo o femenino? Pues mírele la entrepierna, buen hombre; que le ve una colita, es niño; que tiene una rajita, es niña. Pienso que tienen derecho a pensarlo y a pregonarlo a los cuatro vientos, si con ello no infringen ninguna de las leyes que rigen nuestro Estado democrático y de derecho. Tengo por cierto que se equivocan, y que sus tesis no merecen el respeto de ninguna persona inteligente, dado que son incompatibles con las evidencias científicas de las que disponemos y sólo se sustentan en creencias carentes de cualquier atisbo de verdad. Ahora bien, tienen derecho a decirlo. Y quienes sabemos lo peligroso que puede resultar dejar que tales mensajes se propaguen y aniden en las mentes -ya que toda creencia es una acción en potencia- debemos desacreditarlos mediante el noble ejercicio de la racionalidad crítica, y no desde consignas automatizadas que forman parte del discurso de lo políticamente correcto. Este texto es mi aportación a esta tarea colectiva de resistencia intelectual frente a la propaganda de verdades espurias.
El eslogan del dichoso autobús que «Hazte oír» tenía la intención de pasear por diversas ciudades no es ninguna novedad en el catálogo de tonterías que constituye la infinita retahíla de simplezas con las que se despachan cuestiones complejas como lo es la de la identidad sexual en el ser humano. Tanto es así que en el entorno de la investigación de lengua inglesa en este tema, se conoce con el nombre de «mamawawa» a todos aquellos listos que despachan el asunto con la sentencia que en el idioma de Shakespeare reza tal que así: «men are men and women are women» (m-a-m-a-w-a-w); o sea, los hombres son hombres y las mujeres son mujeres. Según este axioma esencial de la naturaleza -que es parte integral de toda una señora metafísica con sus raíces teológicas- hombres y mujeres pertenecen a categorías bien distintas, opuestas e inmutables.
Nada más lejos de la realidad a juzgar por las evidencias acumuladas por la medicina y la biopsicología. La mera existencia de la homosexualidad y la transexualidad es un desafío a la tesis «mamawawa». Ésta oculta sus prejuicios ideológicos en la supuesta evidencia natural de la identidad sexual -que, claro está, lleva naturalmente aparejada una correspondiente orientación sexual- patente en la prueba explícita de la genitalidad, esto es, el pene y la vulva, como queda dicho en el autocar por todos conocido. No deja de ser un tosco reduccionismo que desprecia todo el complejo sistema orgánico que conforma la dimensión sexual de cada individuo humano y que, además, resulta filosóficamente paradójico, dado que los mismos que destacan la importancia de lo espiritual sobre lo material, en este asunto demuestran una concepción materialista asaz simplista y reduccionista al otorgar tal poder de determinación a dos rasgos morfológicos de nuestros cuerpos tan concretos.
Así que seamos serios, y acudamos a la ciencia para afrontar la realidad tal como es, no como deseamos que sea de acuerdo con aquellos valores a los que queremos que se ajuste. Los de «Hazte oír», según lee uno en su página web, declaran tener por inspiradores de su proyecto «la dignidad y los derechos de la persona y de la familia y el valor de la vida». Por eso es lógico que les preocupe que nos engañen, y así quieren dejar muy claro que «si naces hombre, eres hombre. Si eres mujer, seguirás siéndolo». Ahora bien, hay un problema, y es que tal aseveración es falsa. Dicho de otro modo: la teoría «mamawawa» no resiste la prueba del algodón del método científico, la falsación.
Reparemos en un caso clínico de la literatura científica de 1971 recogido por el biopsicólogo John P. J. Pinel en su manual sobre la materia. A. S, una atractiva mujer de 26 años, solicitó tratamiento debido a dos trastornos relacionados con el sexo: falta de menstruación y dolor durante el acto sexual. Solicitó ayuda porque ella y su marido, a lo largo de 4 años, habían intentado sin éxito tener hijos y ella suponía, correctamente, que una parte del problema era su ciclo menstrual. Un examen físico reveló que A. era una mujer joven y sana, constatando que sus genitales externos no mostraban ninguna anomalía; o, como dirían los de «Hazte oír», la señora tenía una vulva como Dios manda. Sin embargo, vaya por Dios, había algunos problemas con sus genitales internos. Su vagina medía sólo 4 centímetros de longitud y el útero estaba poco desarrollado.
Hasta aquí me atrevo a suponer que los promotores de la guagua del sexo pensarían que, bueno, se trata de una mujer con problemillas fisiológicos (¿quién no los tiene?), pero mujer al fin y al cabo. Sin embargo, la cosa se complica a tenor de los hechos. Porque los médicos, en su empeño por comprender el caso de la atractiva y joven ama de casa A. S., llegaron a la conclusión de que la señora era, en realidad, un señor; sus cromosomas sexuales eran los de un varón, o sea, tenía los genes de un hombre. Su diagnóstico se justificaba en tres tipos de pruebas. En primer lugar, los análisis de las células que se extrajeron del interior de la boca de A. resultaron ser del tipo masculino XY. En segundo lugar, una pequeña incisión en el abdomen de la paciente puso a la vista un par de testículos internos, y ni rastro de ovarios. Y para remate, las pruebas hormonales mostraron que los niveles hormonales de la señora A. S, eran -sí, lo han acertado- los de un hombre.
¿Qué había hecho esa pobre mujer para sufrir esa anomalía de la naturaleza? ¿Qué clase de burla divina era la que la había convertido, al parecer de los «mamawawa», en un mostruo? El hecho era que el puro azar del juego de los genes le impuso el sufrimiento del síndrome de insensibilidad a los andrógenos. La causa, una mutación del gen receptor de andrógenos que hizo que sus receptores de andrógenos fueran defectuosos. Durante su desarrollo en el útero materno, los testículos de A. S. liberaron la cantidad normal de andrógenos para un macho de la especie humana, pero su organismo no pudo responder a ello y, por lo tanto, su desarrollo prosiguió como si no hubiera liberado andrógenos. Sus genitales externos, su cerebro y su conducta evolucionaron siguiendo directrices femeninas. Eso sí, sus testículos sí que segregaron, como todo varón genético, la sustancia inhibidora de Müller, por cuyo efecto su vagina era corta y su útero poco desarrollado. Complicado, pero así son las cosas en el mundo real.
En el manual de biopsicología del profesor John P. J. Pinel del que he extraído este caso hay más que presentan el mismo o superior grado de desasosegante ambigüedad, y que hacen saltar en mil pedazos el cuadro ideal de los niños niños con sus penes y las niñas niñas con sus vulvas, elevado al altar de las verdades sempiternas por los partidarios de la teoría «mamawawa». Ésta considera la feminidad y la masculinidad como categorías discretas, mutuamente excluyentes y complementarias. Consecuentemente con este punto de vista general se tiende a simplificar y distorsionar la realidad biológica para que lo justifique. Así, se da por cierto que las hembras de nuestra especie tienen hormonas sexuales femeninas que les confieren cuerpos femeninos y les hacen comportarse de manera femenina; correspondientemente, los machos tienen hormonas sexuales masculinas que conforman sus cuerpos de hombres y los determinan a actuar como tales. Es fácil asumir esta visión de las hormonas y el sexo dado que es sencilla y de cómodas implicaciones sociales. Pero falsa, como la ciencia demuestra. Lo que ésta ya estableció hace tiempo es que no existen dos programas genéticos de desarrollo sexual paralelos, uno específicamente masculino y otro específicamente femenino. El principio que rige para el desarrollo sexual de cada individuo desde el mismo momento de la concepción es que todos estamos genéticamente programados para desarrollar un cuerpo femenino. Los varones genéticos desarrollan cuerpos masculinos únicamente porque su programa básico femenino es anulado a causa del cromosoma Y.
Son varios los elementos biológicos, orgánicos y químicos que entran en un complejo juego de interacciones en el interesantísimo fenómeno de la sexualidad humana: desde las hormonas y el sistema endocrino, pasando por los órganos reproductores hasta el propio cerebro. A esto hay que añadir el enigmático hecho de que la atracción sexual, la identidad sexual y el tipo corporal a veces no guardan relación. Repárese en el caso de los transexuales -contra los que no es descabellado sospechar que se conducía el dichoso autobús-, que tienen la apariencia corporal de un sexo y la identidad sexual de otro. Si esto ya debe de ser molesto para los cruzados de «Hazte oír», tiene que sacarles de quicio el hecho cierto de que la cuestión de la orientación de la atracción sexual de los transexuales es independiente de las otras variables. Quiere decirse, para que no haya lugar a confusión, que algunos con cuerpo masculino se sienten atraídos por mujeres, a otros les atraen los hombres y otros no se sienten atraídos por ninguno, y esto no cambia con la reasignación de sexo. De ello se infiere que la masculinidad y la feminidad combinan cada una de ellas varios atributos diferentes, cada uno de los cuales puede desarrollarse independientemente. Una locura para quienes creen en el orden bíblico.
Para concluir este repaso al conocimiento científico sobre la cuestión que nos ocupa resaltemos el protagonismo que últimamente está adquiriendo el cerebro -como en tantos otros aspectos de la realidad humana-. Hasta hace poco se asumía que la diferenciación sexual del cerebro humano ocurría a causa solamente de la acción de la testosterona. De un tiempo a esta parte, sin embargo, y según se van acumulando evidencias, se impone una idea diferente. Ahora sabemos que el cerebro masculino y el femenino se diferencian en una pluralidad de aspectos que evolucionan en momentos diferentes y en función de diversos mecanismos. Aceptando este principio evolutivo no hay dificultad ninguna en entender cómo un individuo puede ser en cierto sentido mujer y en otro hombre. Sospecho que es este principio el que en el fondo se les atraganta a los promotores del autobús del sexo canónico, el que nunca acaban de asimilar los de esta tradición irreductible desde que el bueno de Charles Darwin publicó El origen de las especies hace ya más de siglo y medio.
Este conocimiento dejó hace tiempo de ser patrimonio exclusivo de la élite de los científicos para pertenecernos a todos como parte de la cultura que compartimos. Prueba de ello es que se halla al alcance de cualquiera sin necesidad de leer sesudos tratados como el que a mí me ha servido de fuente para elaborar la crítica a los fijistas del sexo a través de documentales divulgativos que uno puede hallar en internet. Por eso es insostenible la postura de «Hazte oír» desde un punto de vista lógico; máxime cuando uno puede leer en su página web que entre los valores que inspiran su actividad se halla el de la «racionalidad»; y cito: «Racionalidad [sí, así está, en negrita]. HO se diferencia por buscar la verdad por medio de la razón. No recurre a dogmas o a consignas ideológicas para comunicar las causas en las que actúa. Todo lo que HO propone debe descansar en el acervo de la racionalidad científica, jurídica y antropológica. Los grupos de interés con los que se relaciona deben percibir que HO es una organización que actúa razonablemente y que comunica razonadamente.»
Después de todo, sí estoy de acuerdo con una de las frases del mensaje de su autobús: que no te engañen.
José María Agüera Lorente es catedrático de filosofía de bachillerato y licenciado en comunicación audiovisual
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