No lo queremos creer, pero parece que es así: España es bipartidista. España no es Una, es Dos. El dualismo cultural es un fantasma que ha recorrido España desde sus orígenes: celtas e iberos, al principio; después: cristianos y musulmanes, cristianos viejos y nuevos, absolutistas e ilustrados, españoles y afrancesados, carlistas e isabelinos, moderados y […]
No lo queremos creer, pero parece que es así: España es bipartidista. España no es Una, es Dos. El dualismo cultural es un fantasma que ha recorrido España desde sus orígenes: celtas e iberos, al principio; después: cristianos y musulmanes, cristianos viejos y nuevos, absolutistas e ilustrados, españoles y afrancesados, carlistas e isabelinos, moderados y progresistas, castizos y europeístas, católicos y masones, monárquicos y republicanos, conservadores y liberales, derechas e izquierdas, machos y gays (perros y gatos, según el diccionario del senador Don Dimas). Y no digamos ya a escala más pequeña, en nuestros pueblos, donde las mitades han estado incrustadas hasta la médula del vecindario; donde los cofrades, ahora que estamos en Semana Santa, pugnan por cuál de las dos hermandades porta mejor al santísimo.
Por ello, a estas alturas, es muy fácil que ciertos empeños, como el que hace unos meses intentaron los futboleros por poner letra al himno de España, se vayan al garete -algo ya sabido de antemano si los patrocinadores hubieran conocido un poco de la historia de nuestro país- Otra cosa hubiera sido, si en vez de una letra, el concurso hubiera propuesto dos, una para cada mitad. Lo mismo ocurre con la bandera de España; para que los de izquierdas se sientan identificados con el trapo rojo y gualda, habría que añadirle otra mitad con los colores republicanos, a pesar del tesón de ZP por querer que eso de «gobierno de España» acabe con el cainismo que nos invade. Lo cual explica, también, que medio país no adoptara a la niña de Rajoy porque siempre sería vista, por la otra mitad, como la hermanastra mala de cenicienta. Para qué hablar de lo tocante al fútbol, ya no es sólo madridistas y polacos, sino cualquier encuentro donde las aficiones van, más que a ver el partido, a decirle hijo deputa al contrario. O sea, diríamos que la españolidad la hemos construido a base de dar martillazos al que tenemos enfrente
Expongo este discurso para llegar a la paradójica conclusión de que, a pesar de todo, el futuro de España no está ni la Una , ni en la Dos. Ya hubo una España de Tres -judía, mora y cristiana- y se hablaba en latín, árabe, castellano y hebreo, sin que nadie se molestara por ello como lo demuestra el epitafio, escrito en todas esas lenguas, de la tumba del rey Fernando III, El Santo, conquistador de Sevilla. Igual que hubo otra España en la colonización del Nuevo Mundo donde imperó el mestizaje y proliferaron nuevas categorías sociales que han pervivido en Iberoamérica hasta nuestros días. En épocas recientes, también, encontramos momentos de más riqueza ideológica que el reduccionismo que supone elegir entre lo malo y lo peor. Nos han querido, a lo largo de todo el proceso de la nation building, inventar una España oficial que siempre ha estado muy lejos de la España real.
La pasada campaña electoral ha sido un ejemplo de la construcción de una nación con una argamasa que contiene sólo dos componentes, cuando todos sabemos que una buena casa se construye con más materiales. Estamos de acuerdo que hay materiales que no aguantan una inspección de calidad ¿quién, a no ser la militancia cautiva, iba a votar a una Izquierda Unida con más divisiones que una caja de quesitos y que pacta con una alcaldesa que no dicen ni «muuu», cuando ETA mata a un ex concejal de su pueblo?, o ¿quién, a no ser votantes bien intencionados, vota a UPyD, conociendo los intríngulis de Rosa Díez y el compañero Savater?, o ¿cómo íbamos a votar a los nacionalismos, si somos de Albacete o similar Antes de esto último me meto a friki y voto a Chikilicuatre para Eurovisión y presidente. Pero mal vamos, emulando a aquel juego de palabras, si nos creemos que los cinco partidos políticos de España son tres: PSOE y PP. La vida política tiene, en verdad, más trasiego que ese mapa bicolor que las televisiones se han inventado a base de azul autónomo «pepero» y rojo suave socialista.
El bipartidismo está claro que interesa y los medios de comunicación, como buenos mensajeros, han cumplido a la perfección su papel, pero la realidad española es que ese bipartidismo es invertebrado.