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El bosón de Higgs, la partícula de Dios, y las «externalidades» del capitalismo

Fuentes: Rebelión

Las partículas físicas elementales se distinguen por su carga eléctrica y su masa. Desconocemos hasta el momento el origen de esta última. Los físicos creen, es una conjetura con fuerte apoyo, que la masa de lo existente y existido es función de una partícula básica, el bosón [1] de Higgs que ha dado masa a […]

Las partículas físicas elementales se distinguen por su carga eléctrica y su masa. Desconocemos hasta el momento el origen de esta última. Los físicos creen, es una conjetura con fuerte apoyo, que la masa de lo existente y existido es función de una partícula básica, el bosón [1] de Higgs que ha dado masa a todo lo que tiene masa en nuestro Universo. El vacío, según esta sólida teoría, es una sustancia, no es la nada. La Nada no nadea. Tenía razón Rudolf Carnap, el gran filósofo neopositivista. Si vaciamos completamente una habitación, permanece una entidad llamada «campo de Higgs». Las partículas, en general, son vibraciones; las vibraciones de ondas electromagnéticas generan la luz. El vacío sería una sustancia cuyas vibraciones serían las partículas de Higgs que ya no existirían porque se han desintegrado todas. Nos queda el campo de estas partículas básicas iniciales, un campo que continúa permeando el vacío. Cada una de las partículas que forman nuestro cuerpo, por ejemplo, tienen masa precisamente porque están ubicadas en el vacío de este universo. Es su condición sine qua non. Las únicas partículas que abundan son estables, no se desintegran; la mayoría de las que existen, sin embargo, son inestables. Todas las partículas que buscan los físicos, menos una, lo son. Esa partícula estable es la que compondría la materia oscura del Universo.

La teoría que defiende la existencia del bosón de Higgs está muy asentada. Hasta este punto: si no se encontrara la partícula en cuestión, se lleva intentado desde hace décadas, sería señal no negociable ni revisable de que esa partícula no existiría.

Así de excelente era la explicación que el gran físico de partículas Álvaro de Rújula [2] dada al ser entrevistado por Nuño Domínguez para Público [3].

Preguntado por el presupuesto del LHC, el colisionador más grande del mundo ubicado en el CERN, y tras señalar que aun siendo «miserable» era estable y que si se mantenía en su estado actual las comunidades de científicos y ingenieros implicadas no se quejarían, AR sostenía que si no hubiera habido recortes de presupuesto en los últimos diez o 15 años, «podríamos tener el Higgs ya». Y además, remarcaba, habrían hecho las cosas con más cuidado.

Hace un año, prosigue De Rújula, hubo un accidente en el LHC: una soldadura saltó entre dos cables. En los viejos tiempos, continúa el científico español, esas soldaduras las construían las mismas personas que las habían diseñado. «Como desde hace años la moda económica es la externalización, ahora quienes hacen esas soldaduras son empleados de empresas que están pagados por horas y no las hacen bien. Los que hicieron ese trabajo no son a los que les iba el alma en ello». Así, pues, una de las soldaduras saltó y ocasionó un año de retraso en esta investigación fundamental. Si no se hubiera sustituido a los técnicos y disminuido el personal de 3.500 a 2.300 personas (¡un decremento del 34,3%!), concluye el investigador español, «estas cosas tendrían una probabilidad mucho menor de suceder. Nos impusieron disminuir el personal y eso tiene consecuencias en lo tecnológico».

La mirada sobre este último punto, ciertamente, no es la de un sociólogo o la de un comentarista crítico. Álvaro de Rújula es un científico con una determinada posición social, no está inmerso que se sepa en luchas sindicales. Pero su comentario, la queja de un científico no cegado, alumbra desde otra perspectiva cosas ya conocidas en otros ámbitos y que incluso también podíamos imaginar en instituciones tan «poco mundanas» como el CERN: la externalización del capitalismo, lo que AR llama moda económica, conlleva no sólo riesgos, accidentes, precarización inconmensurable, economía sumergida, fraudes de ley, muertes (pensemos, por ejemplo, en los obreros que han pagado con su vida la construcción del AVE Madrid-Barcelona y cuántas de esas vidas se hubieran podido salvar si las condiciones laborales y legales hubieran sido otras), obsolescencia, horror justificado al trabajo, falta de solidaridad, la conversión del trabajador/a en agente material sin alma y al trabajo en una condena dantesca, etcétera, lago etcétera, sino, además de todo ello, la imposibilidad o dificultad para realizar un trabajo bien hecho. No es una cuestión de torpeza o errores humanos. No es eso, o no es eso tan sólo, sino que son las urgencias, la falta de formación por inexistencia de tiempo para ello, el cansancio, el agotamiento incluso, en frecuentes ocasiones, la desidia empresarial, los que impiden la realización adecuada de las tareas. No es posible, es tarea no humana, como señala Álvaro de Rújula, poner el alma, el corazón y la atención máxima en un trabajo que se realiza en esas condiciones: por horas de contrato, sin formación especial, con rapidez (¡toma un poco de dinero, corre y calla!) y sin apenas entender globalmente, por falta de explicación, en qué tarea se está participando.

El sistema que, cegado y sordo, grita y vocifera (irracionalmente) sobre la competitividad despiadada como supuesto (y falsado) fructífero motor de la historia y economía humanas no es capaz (o… ¿si es capaz?) de observar una derivada inevitable de esta búsqueda absurda e insaciable del máximo beneficio, el núcleo esencial de su existencia: la precarización, la indignidad, el riesgo irresponsable y la labor mal hecha en el puesto de mando de la sociedad que pretenden construir destruyendo e instalada en la explotación, violencia y cosificación de millones y millones de seres humanos. Especialmente, de las mujeres trabajadoras de todo el mundo.

 

PS: Un lector de Público señalaba en los comentarios de la entrevista en la página web del diario, otra de las externalidades del capitalismo español: «Lo que no cuenta el marqués es que España lleva dos años sin pagar su cuota [del CERN], llevando a los investigadores ‘de prestado’…» Otro lector/a añadía: «El dinero para investigación militar, supone tres veces más que el dedicado a investigación científica básica; siete veces más que el dedicado a investigación sanitaria; 27 veces más que el dedicado a investigación agraria y 38 veces más que el dedicado a investigación oceanográfica y pesquera. Ciertamente el vacío es una sustancia y no es la nada, instalada en los centros del poder, mientras el neutralino [la partícula de la materia oscura] choca con la materia ordinaria y gris en retroceso. Como el titular de la noticia indica, esto (desgraciadamente) también empieza a ser muy estable e igualmente de miserable». Un tercero apuntaba una arriesgada tesis político-epistémica: «Es un hecho que los físicos teóricos (de partículas) han perdido el norte. Sus teorías se han convertido en la antítesis de la elegancia matemática. El paradigma de que la investigación básica alumbra «por el camino» resultados aplicables en la vida cotidiana hace décadas que no se cumple para este tipo de investigadores. Es una vergüenza que reciban dinero por alumbran semejante modelos infumables».

 

Notas:

[1] Bosones y fermiones son los dos tipos básicos de partículas elementales.

[2] Durante siglos, señala Nuño Domínguez, los De Rújula han heredado de padres a hijos el puesto de rey de armas, consejeros del rey de España en protocolo y títulos nobiliarios. Álvaro de Rújula y Alguer rompió la tradición para estudiar filosofía y física, aunque conserva aún el título de marqués de Ciadoncha. Lo heredó de su padre, el «ilustrísimo» señor, como solía decir el ABC, don Juan de Rújula y Vaca, marqués de Ciadoncha. Desde 1977, Álvaro de Rújula trabaja en el Laboratorio Europeo de Física de Partículas CERN, en Ginebra, probablemente el único marqués de la historia que ha sido un científico de investigación de relieve (o sin relieve).

[3] Nuño Domínguez, «Entrevista a Álvaro de Rújula». Público, 31 de marzo de 2011, p. 34.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.