A Lucho Roa le marcan sus orígenes. El cantautor nació en San Bernardo (1957), localidad del área metropolitana de Santiago de Chile en la que folclore, música popular, danza y teatro bullen a finales de los 60. En un ambiente preñado de ideología revolucionaria, con la universidad convulsa y la nueva canción chilena en plena […]
A Lucho Roa le marcan sus orígenes. El cantautor nació en San Bernardo (1957), localidad del área metropolitana de Santiago de Chile en la que folclore, música popular, danza y teatro bullen a finales de los 60. En un ambiente preñado de ideología revolucionaria, con la universidad convulsa y la nueva canción chilena en plena efervescencia, Lucho Roa conoce estos procesos y, particularmente, las «peñas» y los grupos de base que marchan a tocar a las barriadas populares. Precariedad y pobreza en el país, pero también enorme agitación cultural.
En ese contexto aprende a no empantanarse en rutinas, ni a encorsetarse con miras a un futuro laboral. «Ir haciendo, crecer poco a poco cada día», es una de las divisas existenciales del cantautor. Vive dramáticamente con su familia los gobiernos de la Unidad Popular y el golpe militar de septiembre de 1973. En 1995 decide por fin abandonar su país -harto de la influencia política y cultural norteamericana, subraya- para instalarse en España, donde hoy reside. Trabajó durante ocho meses como peón de obra. Después, empezó a ganarse la vida -igual que antes en Chile- como músico y cantautor.
Se cumple este año el 40 aniversario de la muerte de Salvador Allende, durante el golpe militar encabezado por Pinochet y el ataque al Palacio de la Moneda. ¿Cómo viviste los años de la Unidad Popular?
Tenía 14 años entonces. Recuerdo el desabastecimiento. Cómo iba de la mano de mi madre a hacer las colas y también a las manifestaciones de la Unidad Popular. Mi madre era un ama de casa políticamente muy consciente, seguidora de las propuestas de Allende. Formábamos una familia de cinco hermanos en la que sólo entraban los ingresos de mi padre. Así pues, no éramos pobres pero sí pasábamos apuros, como tanta otra gente. A pesar de todo, recuerdo que era una época de alegría. Grupos folclóricos, teatro, proyectos culturales, música clásica en las calles de los barrios humildes y siempre cerca de la gente. La eclosión de los escritores nacionales, los poetas de la generación del 27…Ahora bien, ocurre que este proceso no le gustaba a la burguesía. Y es esto lo que llevó a la división social. Mi bando, por supuesto, lo componía la gente de izquierdas (mis amigos de la universidad, la gente roja en general).
¿Rescatarías alguna anécdota vital de aquel periodo?
Los camiones. Cuando íbamos a una manifestación con algún vecino que disponía de este medio de transporte. Recorríamos 21 kilómetros desde San Bernardo a Santiago, por ejemplo, cuando había un «llamado» de Allende. Y caminábamos mucho. Largas y largas marchas. Pero lo hacíamos con gusto.
¿Qué te dice la figura de Salvador Allende? ¿Cómo influye en tus ideas políticas?
Fu el referente familiar. El hombre que nos hizo pensar de manera diferente, nos dio una esperanza y nos ayudó a crecer con un pensamiento socialista. Mi familia y yo comenzamos siendo allendistas. Luego me hice socialista y después comunista. Porque el Partido Comunista es el que mejor mantiene la vinculación con el pueblo y el que practica la acción política de manera más directa. Todo esto es lo que me lleva a un proyecto musical y político. Al sentido político de la música. Como decía Víctor Jara, «yo no canto por cantar, ni por tener buena voz; canto porque la guitarra tiene sentido y corazón». Por lo demás, cada vez que leo a Allende pienso en al vigencia de su legado. En América Latina y en todo el mundo. Sobre todo, porque igual que el «Che», es un ejemplo de coherencia, de hacer lo que se piensa y pensar lo que se hace hasta las últimas consecuencias.
Y desde la lejanía, ¿Cómo observas hoy la realidad política chilena?
Siento cada vez más cercana a mi familia directa y cada vez más distante el país. Con todos sus gobiernos de la Democracia Cristiana, el PPD de Bachelet o la extrema derecha de Piñera…No es el pueblo chileno que yo conocí. Te decía que lo siento muy lejano y no me planteo volver. Un ejemplo. Han cerrado el teatro de Víctor Jara en Santiago, que llevan la Fundación y su viuda. ¿La memoria histórica de los desaparecidos durante la dictadura? Se hizo una ley y punto final. Además, siempre te dicen que es la hora de avanzar, construir, mirar al futuro…Y eso implica siempre olvidar el pasado. Entiendo que no se rescatara la memoria durante la dictadura. Pero es que tampoco lo han hecho los gobiernos democráticos.
A los 8 años te matriculan tus padres en la escuela de cultura artística, donde aprendes guitarra, canto y música popular. A los 17 años ingresas en el conservatorio. ¿Cómo influye, en esta vocación temprana, la nueva canción chilena?
Por un lado estaban los «grandes». Me refiero a Inti-Illimani, Illapu, Quilapayún, la familia Parra, o a solistas como Patricio Manns, Víctor Jara y Rolando Alarcón. Pero también estalló por aquellos años el movimiento del «canto popular». Era gente de gran fuerza creadora y con la que me sentí muy implicado. Trovadores que componían cantos y letras sencillas, de temática socialista, para que la gente pudiera repetirlas. El objetivo era contar historias. Aunque no sólo. Se pretendía apoyar el proyecto de la Unidad Popular. Más adelante reaparecen durante la dictadura, en un ambiente de toque de queda y estado de emergencia. Son canciones en memoria de los desaparecidos y contra la injusticia que suponían la cárcel y las torturas.
¿Cómo definirías tu obra musical y las principales influencias?
Además de los autores y movimientos citados, destacaría a Paco Ibáñez. Respecto a mi trabajo, musicalizo poesía. Recito y acompaño con música los versos de Lorca, Miguel Hernández, Machado, Neruda, Alberti y Benedetti, entre otros. Ello requiere una labor previa de estudio y, cómo te diría, de «meterse» en el poema. También interpreto a menudo canción de autor. De autores que hoy son absolutamente vigentes, como Víctor Jara, Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Víctor Heredia, León Geco o la trova cubana. A ello hay que añadir las canciones propias, en las que manifiesto sobre todo la nostalgia por el Chile ausente.
¿Cómo recuerdas los años negros del pinochetismo? Las dificultades para la actividad musical…
Con tristeza en las miradas. La gente quería decir algo, tenía ganas de expresarse, y no podía. Existía el soplonaje. Como músico tenías que andar escondido en los años 80. Reinaban el toque de queda y el estado de emergencia. Recuerdo cómo llegábamos a las universidades y los estudiantes, que vivían muy en precario, nos ofrecían un te. Lo que tenían…Todo esto les sirvió de mucho. Hoy son cuadros que con enorme coherencia.
En 1995 llegaste al estado español, donde has apoyado con tus canciones numerosas iniciativas reivindicativas
Siempre he estado cercano a grupos anarquistas y que defienden la acción directa; a gente de la universidad, a colectivos que han puesto en marcha proyectos, sobre todo en el País Valenciano. Siempre me he mostrado abierto a las actividades solidarias. Recientemente, he participado en la Feria Intercultural del Barrio de Torrefiel, en Valencia, o en un recital por el 30 aniversario de la muerte de Allende, en la misma ciudad. En el Monasterio de San Miguel de los Reyes musicalizaré en breve poemas de Paco Brines y Vicent Andrés Estellés.
¿Qué opina un cantautor comprometido de fenómenos como la mercantilización de la cultura?
Reivindico la música hecha desde un punto de vista personal, es decir, expresar aquello que siento desde mi ventana. Lo fundamental es que se respete el trabajo de uno. Para ello, trabajo en pequeños grupos y formatos. Así son los espacios a los que me invitan y es lo que me da el mejor resultado. ¿Cómo me definiría? Pienso que como un cantor comprometido que hace lo que le gusta y lo que le manda el corazón. Sin embargo, la mayoría de los autores intentan labrarse un nombre y que los contrate una discográfica para hacer canción pop. Para que me entiendas. Yo puedo respetar mucho a Serrat o Sabina, pero su canto no plantea hoy una revolución. Ahora bien, hacer uno lo que le gusta es complicado como medio de vida. Porque tampoco se apoya al artista en los pequeños espacios en los que interpreta.
Por último, ¿Cómo abrirse camino en la jungla competitiva?
Una vez Paco Ibáñez me preguntó si estaba yo seguro de lo que hacía por dedicarme a la música. Que me fijara en su caso. No tenía un «duro». Le respondí que sí. Porque necesito hacerlo y porque no podría dedicarme a otra cosa. Además, reivindico la idea de la autogestión. Creo mi proyecto y busco formas de financiarlo. O intento llegar previamente a un acuerdo para que me patrocinen una tirada de discos. Ahora bien, siempre desde la coherencia y respetando mi manera de pensar. Sin pasar por intermediarios. Otra cuestión esencial es la austeridad. Vivo de alquiler. De lo que gano con mis conciertos y las clases de música y de guitarra. Se trata de ser perseverante y consecuente. De lo contrario, has de pasar por el mercado.