El feminismo pretende cambiar una situación discriminatoria de las mujeres por unas relaciones sociales igualitarias. Persigue modificar sus condiciones de subordinación por una dinámica emancipadora. Es un movimiento social con un gran componente cultural. Su objetivo es una transformación relacional, vinculada con un cambio de mentalidades.
Se han generado grandes avances en la subjetividad, la identificación y la activación feminista de las mujeres. Pero menos en sus condiciones de desigualdad real en los ámbitos laboral, de cuidados y de estatus. Se han producido algunas mejoras normativas significativas (ley del matrimonio igualitario, ley de Igualdad y ley contra la violencia de género) en el ya lejano primer gobierno de Rodríguez Zapatero.
Pero pasados casi tres lustros la política socialista ha mostrado su agotamiento reformista real, con límites para afrontar la persistencia de desigualdades y discriminaciones hacia las mujeres. Esa pérdida de dinámica transformadora ha ido acompañada de mayores iniciativas retóricas, particularmente desde algunos sectores que pretenden conservar sus privilegios a través de una representación hegemonista de la identidad mujer, a menudo interpretada de forma esencialista, patrimonialista y exclusivista.
En estos años, sobre todo con la gestión del gobierno de Rajoy, se había configurado una situación de bloqueo en el avance igualitario efectivo, con una mayor conciencia cívica de su injusticia y de los límites de la acción institucional y normativa. Es el fundamento de la amplia activación feminista, que ha reforzado las demandas de igualdad relacional, contra la violencia machista y por la libertad sexual y de género, tal como detallo en Los tres ejes del feminismo. Exige cambios estructurales igualitarios frente a los privilegios, la segregación y las dinámicas machistas del orden patriarcal-capitalista, particularmente defendido por sectores reaccionarios y conservadores.
En la historia del movimiento feminista la polarización real no ha sido entre el cambio cultural y el cambio político-estructural. Sí que ha habido cierta diferenciación en el plano discursivo, pero los dos ámbitos eran complementarios. El choque se ha generado en la sociedad, entre la amplia conciencia feminista ante una realidad discriminatoria persistente y el bloqueo estructural, con la amplia precarización y segmentación laboral y del empleo, la debilidad de los sistemas de protección social (especialmente a la dependencia y la escuela infantil) y el sobreesfuerzo en la actividad reproductiva y de cuidados, que afectan especialmente a las mujeres. Se ha generado cierta frustración por las insuficiencias institucionales, económico-empresariales y judiciales, y se ha reforzado la reclamación feminista de un nuevo impulso reformador igualitario.
El conflicto interno en el campo progresista es entre un feminismo socioliberal y formalista y un feminismo crítico y transformador. Lo que se produce en estos momentos es una pugna político-representativa entre dos corrientes sociopolíticas y culturales, en competencia por conseguir legitimidad pública e influir en la orientación de la amplia activación feminista frente a la inercia de la desigualdad y el orden establecido. La disputa está entre un cambio real y transformador o un cambio retórico que permita la continuidad de desventajas relacionales de las mujeres. El nuevo gobierno de coalición está condicionado por esa encrucijada; el avance real (o no) en la igualdad efectiva de las mujeres es un reto de su legislatura. Los nuevos proyectos normativos sobre la libertad sexual y de género y la igualdad retributiva son un comienzo positivo.
Cambio cultural y/o cambio político-estructural
La agudización de la tensión expresada en los últimos tiempos está derivada por el agotamiento legitimador del feminismo institucional anterior, que ha demostrado sus límites transformadores, así como por el debilitamiento de sus privilegios institucionales y mediáticos que intenta defender a toda costa. En el fondo se ha generado una nueva conciencia colectiva indignada, unas relaciones interpersonales más tolerantes y una activación cívica y feminista. Se ha producido ante la persistencia de las injusticias de género, ante el bloqueo institucional y del orden establecido con ausencia de transformaciones igualitarias relevantes. Definir el conflicto como meramente cultural infravalora su dimensión social y relacional, su carácter sociopolítico y la demanda de cambios sustantivos y reales, incluido en la subjetividad y la educación.
Además hay que constatar dos hechos paralelos y contrarios: por un lado, el refuerzo institucional de la acción feminista de Unidas Podemos, especialmente desde el Ministerio de Igualdad y su acción normativa; por otro lado, el reaccionarismo antifeminista y segregador de cierta derecha y grupos conservadores, que exige una respuesta democrático-igualitaria contundente y clara.
Por tanto, la activación feminista de estos últimos años, en torno a los tres grandes temas, la igualdad relacional, contra la violencia machista y por la libertad sexual y de género, ha conformado una nueva dinámica de exigencia de un cambio sustantivo, real y de derechos, junto con una nueva y compleja batalla cultural que desborda las inercias políticas y discursivas anteriores. Se abre una nueva etapa para el movimiento feminista, así como para los colectivos LGTBI y sus demandas, que deberán consolidar su impulso transformador y la renovación de sus teorías. Pero los componentes transfeministas son complementarios, no excluyentes, del tronco fundamental del feminismo, así como de la participación más general en un cambio de progreso.
Dada la fragmentación asociativa existente, sin un liderazgo claro y una articulación de debates e iniciativas, solo resueltas a través de las grandes movilizaciones unitarias y representaciones frágiles y puntuales, se multiplica la acción cultural mediática y en redes sociales para influir y liderar una amplia corriente popular feminista. Tiene una base firme: la persistencia de la problemática discriminatoria con una fuerte conciencia de su injusticia, la participación de un significativo sector de activistas, la existencia de una amplia red de relaciones sociales e iniciativas de base y un debate vivo y plural.
Además, la identificación y la activación feminista se han incrementado, precisamente, ante el agotamiento del feminismo institucional y retórico y la contraofensiva reaccionaria y machista de la ultraderecha y grupos conservadores. Se ha producido un desborde participativo del feminismo, ampliamente legitimado en la sociedad, para exigir cambios reales en esos tres campos: igualdad relacional y en las estructuras sociales; contra la violencia machista y por una interacción personal igualitaria y libre, y por la libertad sexual y la autonomía identitaria y vital.
Una acción feminista transformadora, sociopolítica y sociocultural
El reto feminista y de las fuerzas progresistas, incluido el nuevo Gobierno de coalición, es doble: sociocultural-educativo y político-institucional-estructural. Tiene la tarea de implementar cambios sustantivos en ambos ámbitos, ante situaciones graves y persistentes, percibidas masivamente como injustas y antes de que generen una nueva frustración social por la inacción institucional o las insuficiencias de los cambios estructurales.
La acción feminista debiera ser más realista, crítica, social y transformadora que la restrictiva pugna cultural. Su tarea es mucho más amplia, práctica y teóricamente: cambiar las relaciones de desigualdad y subordinación, conformar una identidad y un sujeto transformador con una estrategia igualitaria-emancipadora y una teoría crítica.
Así, las tendencias en los feminismos se clasifican por su implicación práctica en el avance real igualitario-emancipador. Existen muchas sensibilidades, con distintos intereses políticos e influencias ideológicas. Es necesario clarificar el significado de sus ideas y discursos. Pero lo principal es explicarlas por su función sociopolítica: la dinámica de mayor igualdad y empoderamiento individual y colectivo de las mujeres.
Hay una doble tendencia, de cambio sociocultural de mentalidades y actitudes y de mejoras concretas y reequilibrios igualitarios respecto de su situación de subordinación y desventaja. Ello permite analizar mejor las polarizaciones en el interior de los feminismos y diseñar un proyecto de cambio y exigencia de derechos. Así como establecer un marco de cooperación y alianzas con otros movimientos sociales y procesos sociopolíticos de progreso, frente al capitalismo patriarcal, el poder establecido o el neoliberalismo reaccionario (o el socioliberal).
En definitiva, la acción feminista no es solo ni principalmente una lucha de ideas (o de emociones). Los cambios de mentalidades y conciencia ideológico-política, con un talante progresista, son fundamentales. La tarea de la modificación de la subjetividad es muy importante. Pero, sobre todo, la tarea transformadora sustantiva es relacional, superar la desigualdad real y las situaciones de dominación. Y esa experiencia vivida, interpretada y soñada es clave para avanzar en los procesos liberadores y conformar las identificaciones feministas.
El ser humano tiene un carácter doble: individual (su cuerpo o base biológica y su subjetividad o cultura), y social (su estatus, sus vínculos e interacciones sociales). La subjetividad, las ideas, emociones y aspiraciones, está interconectada con su experiencia vital, con su posición social y cívica. Por tanto, la persona (hombre o mujer) no está conformada solo por su cuerpo y su subjetividad, sino también por sus relaciones sociales donde se integran su cultura y su identidad.
Su identificación individual y colectiva, como pertenencia grupal y reconocimiento propio y ajeno, se basa en esa experiencia compartida. Depende de los lazos comunes existentes y su persistencia, así como de su diversidad de pertenencias, su combinación y la conformación de una identidad múltiple. Además, los procesos identitarios pueden ser más o menos inclusivos, densos, mixtos e interactivos, junto con otras características más universales o cívicas.
El comportamiento y la expresividad pública pueden ser variables según el momento y el contexto. Hay una interacción entre el individuo y el grupo social y, más en general, con el conjunto de la sociedad y las estructuras socioeconómicas e institucionales. Pero el individuo no solo es lo subjetivo, mientras el resto (grupo social, estructura socioeconómica o poder institucional), es mal interpretado como lo objetivo y lo material. El nexo entre lo individual y lo colectivo, en su doble vertiente subjetivo-cultural y material-estructural, es la interacción social, la experiencia común, vital e interpretada, con una dinámica transformadora en torno a unos intereses y proyectos compartidos.
En conclusión, los feminismos, como pertenencia grupal e identificación colectiva, se constituyen a través de una acción práctica y solidaria de carácter igualitario-emancipador por cambiar las relaciones desiguales e injustas que sufren las mujeres, las situaciones de desventaja que padecen. Su cultura emancipadora, en sentido amplio, incluye el cambio de hábitos, estereotipos y costumbres discriminatorios, y es consustancial a los feminismos. Conlleva la crítica y la oposición a los privilegios de género, los discursos y políticas machistas y las estructuras sociales dominadoras. Su implicación práctica democrático-igualitaria consolida una nueva subjetividad que, a su vez, refuerza sus valores solidarios y su motivación liberadora.
Considerar al movimiento feminista como exclusivamente cultural relega la prioridad por el cambio de las relaciones reales desventajosas u opresivas y dificulta una acción crítica, popular, realista y transformadora. Es, sobre todo, un movimiento social, aunque con un gran componente cultural. El cambio feminista, además de las subjetividades, debe transformar las relaciones sociales de desigualdad y dominación; debe ser relacional.
Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. Autor del libro Identidades feministas y teoría crítica
@antonioantonUAM