Desde el más allá, un capitán general de cinco estrella sonríe mientras crepita.
El caso de la exalcaldesa de Maipú, Cathy Barriga, no puede extrañar a nadie. No debiera.
Tal como lo puedes comprobar en tus círculos cercanos, solo quienes estén afectados de un peligroso optimismo podrán creer que pasará algo parecido a un proceso justo.
La justicia, como todo lo demás, está hecho para reproducir y defender la cultura dominante. Y Cathy es un emblema nacional casi como el pudú, el cóndor o Los viejos estandartes.
Personas como la exalcaldesa saben que, hagan lo que hagan, están condenadas a la impunidad más perfecta debida a los dueños de todo.
Los casos de robos, estafas, exacciones y métodos difíciles de clasificar por medio de los cuales los poderosos se roban lo que pueden y quieren, son de tal manera escandalosos y generalizados, que los medios de comunicación sistémicos se esmeran en ocultar con una eficiencia de encomio cual si fueran secretos de seguridad nacional.
Vea no más cómo un número increíble de políticos de esos que hacen las leyes que debes observar como cosa obligatoria, son delincuentes que han sorteado con impune desvergüenza lo que, para un pobre diablo, vea el caso de la concejala Abedrapo, le asegura un castigo ejemplar.
Casos como la exalcaldesa maipucina, casi imposibles de contar y discriminar, son parte de los rasgos inherentes a los ricos y poderosos: una especie de timbre de agua, un tatuaje en el alma.
No hay fortuna hecha por medio del trabajo duro, honrado y cotidiano. Ni riqueza que no salga de la explotación, el pillaje y la devastación de lo que sea.
Una buena pregunta podría ser ¿cómo pudimos caer en manos de ladrones, pillos, estafadores, criminales, potenciales genocidas?
¿Cómo pudimos caer en manos de aquellos que hace no mucho te fusilaban sin fórmula de juicio o te desaparecían de la manera más cobarde e inhumana?
¿Habrá que aceptar que la cultura pinochetista ganó la baza y su impronta está en todo aquello que alcanza la vista el oído, el tacto y más allá?
Cabe preguntarse cuál es el avance humano en un tercio de siglo sin militares. Cuál el alcance democrático de esta sociedad en la que hay elecciones cada tanto. Cabe dudar de la derrota real de la dictadura. Y disponer de un sanitario pesimismo para caer en cuenta que la hegemonía tiránica nunca se fue, a contrario sensu, ha sido perfeccionada y legitimada por algunos de los que se dijeron sus enconados enemigos.
¿Será la culpa del chancho o del que le da el afrecho?
Porque, como sabemos, la construcción de un orden en esencia corrupto debe necesariamente nacer de algo más que de una concatenación de casualidades cósmicas o cuánticas. No sale de la concha de un almeja.
Adelantemos que hay una responsabilidad histórica que la izquierda, como quiera que se defina, en esta derrota que apesadumbra: su increíble incapacidad para no saber en qué mundo vivimos. Ya no digamos la definición del mundo perfecto de la utopía socialista, ese rojo amanecer, sino el áspero, rugoso, peligroso e incierto día en que nos toca en suerte respirar gratis por lo menos hasta ahora.
Las ideas de igualdad, justicia, libertad y lo que quieras agregar, fueron secuestradas a cacho visto por la ultraderecha, toda derecha es ultra, sin que sus anteriores propietarios y defensores dijeran esta boca es mía.
A este tranco, en breve, la exalcaldesa se alzará como candidata a alguna cosa, en subsidio, se instalará con un espectáculo televisivo, o, a las perdidas, se constituirá como lobista para allanar el camino del diálogo, la construcción de puentes. O de túneles si es del caso.
El mundo seguirá andando luego de las declaraciones y muecas de extrañeza o disgusto.
La cultura corrupta del capitalismo neoliberal habrá sorteado otro escollo en el camino de su perfección.
Desde el más allá, un capitán general de cinco estrella sonríe mientras crepita.