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El chekista deseado

Fuentes: Rebelión - Imagen: Retrato de Putin, de la artista rusa Yevgeniya Khaybullina

Chekista es un miembro de Cheká, siglas en ruso que corresponden a Comisión Extraordinaria Panrusa para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje.

Los chekistas producían una mezcla de respeto y temor en sectores de la sociedad soviética; también odio, aunque este sentimiento fue minoritario y muy publicitado. El desbarajuste burocrático de la década del 70 ganaba en desencanto a la generación de posguerra, en las comparaciones de vitrina entre los dos sistemas políticos el socialista perdía, pero respondía con ideología al oropel de neón. La desazón social mordía como perro con hambre el entusiasmo por los triunfos militares (la Gran Guerra de la Patria contra el nazismo) y científicos del socialismo (primeros satélite, hombre y mujer colocados en el espacio). Menguado el lustre de esos resultados, de boca en boca se fortalecían habladurías sobre insólitos privilegios, corrupción desbordada y falsos logros económicos. En los más convencidos rondaba una contrariada idea romántica de otros tiempos, quizás mejores, establecer cierta gestión severa del bolchevismo primario. Aquellos más decididos remataban con el remedio de gobierno: “¡Que vengan los chekistas!”.  

Fue muy popular eso que los únicos habilitados para salvar al socialismo debían ser ellos. La leyenda de héroes incorruptibles y apasionados, además de patriotas, creó el mito del chekismo como ese colectivo casi por encima del bien y del mal que se las sabía todas y completas, la aureola de combatientes eficaces contra todo lo malo del sistema se desbordó en las habituales conversaciones del té entre familiares y entre amistades. Yuri Andrópov, el chekista deseado, apenas comenzaba a rehabilitar el aparato de Gobierno cuando se murió, el 9 de febrero de 1984, con él debió perderse la oportunidad de obtener mejores resultados de lo que pocos meses después se llamaría perestroika.

A los chekistas del desparecido Comité para la Seguridad del Estado (KGB, por sus siglas en ruso) se los caracteriza, en el cine y la literatura, de insensatos, idiotas e inmorales; bueno, no irán al paraíso, si esa es la medida de todas las conductas humanas. Por el embutido mental e ideológico se parecería al Mossad israelí, desconozco en las acciones de campo, tenían (o aún tienen) unos firmes principios ideológicos y un activo nacionalismo ruso. Los chekistas no eran los más radicales ni quienes se llenaban la boca de artificios fraseológicos, era gente culta, aguda capacidad de análisis, convencida de la superioridad nacional soviética (o rusa) y fino talento operativo. Vladimir V. Putin no tuvo el entrenamiento del político profesional; de sus primeros años en el Gobierno ruso quedan anécdotas de algunas ingenuidades, pero se recompuso con rapidez, ahora es lo que antes fue, de aburrido laconismo a ‘expeditivo hombre de acción’.

Peter Truscott, en Vladimir Putin, líder de la nueva Rusia,  Edit. Ateneo, 2005, escribe: “Putin no es un individuo único. Como él mismo dijo, es un típico producto de la educación patriótica soviética. Es también el típico exponente de una generación de oficiales intermedios y cultos de la KGB”.

¿Quién es Vladimir V. Putin?

“¿Qué es mejor, el comunismo o el capitalismo de bandidos?” No fue una pregunta retórica, más bien corresponde a la clásica de cualquier callejón desolado: “La billetera o la vida”. Se la hicieron a Tony Blair, Anatoly Chubais (la mente privatizadora a lo bestia de los bienes de la ex-URSS) y Boris Nemtsov (fue asesinado el pasado 27 de febrero del 2015), en 1997, el entonces Primer Ministro británico respondió que prefería lo segundo; por supuesto no era su país. Los preguntones bailaron en una pata, era lo que ocurría en lo que fue la Unión Soviética y era lo que ellos propiciaban. El diálogo es contado por David Hoffman, en su libro The Oligarchs (Los oligarcas), citado por Peter Truscott, en la biografía de Vladimir V. Putin.

El axê más íntimo de un revolucionario, mujer u hombre, es una mezcla contradictoria entre lo romántico de la justicia social, la honestidad implacable y cierta avidez desalmada por el poder político. Este jazzman lo ve así. Esa química de emociones, sentimientos, pragmatismo y afectos inquebrantables consumirán al líder revolucionario hasta el último minuto de su vida. Además, él (o ella) vive y actúa dentro, muy dentro, de una sociedad determinada y tiene debajo de la almohada El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo, con un señalador en el capítulo XIX y los resaltados tienen destellos para nunca olvidar. Los biógrafos de estas personalidades suelen ser imprecisos, algo así como apuntarle al cura y acertarle al campanario (gracias, R. Bonafont, periodista deportivo ecuatoriano).

El 20 de diciembre de 1917, fecha de creación de la Cheká, la gestión del gobierno de los bolcheviques se evaporaba en todo el moribundo imperio ruso, incluyendo Moscú y Petrogrado. Cheká son las siglas en ruso de Comisión Extraordinaria Panrusa para Luchar contra la Contrarrevolución y el Sabotaje. Unos años después se agregarían otras funciones, entre ellas persecutorias a ciertos camaradas descontentos, por lo cual la organización (posiblemente se dañó su idealismo) y cambió de denominación se volvió inmanejable. Se cometieron acciones ilegales, incluyendo asesinatos.

La teoría leninista de la defensa del Estado gobernado por un grupo de revolucionarios estuvo en El Estado y la revolución, escrito entre agosto y septiembre de 1917, un texto de coyuntura y no por ello imprescindible para lo que vendría después. Se basa en los análisis realizados por Karl Marx a La Comuna de París y publicados en diferentes libros, por citar uno de ellos, La guerra civil en Francia. Esa antítesis fue entre “el Imperio (francés, JME) y La Comuna”. Hasta ese diciembre la inquietud de la conducción política bolchevique debía ser que la Revolución de Octubre (de acuerdo al calendario juliano, vigente en el imperio ruso) no pareciera otro ‘asalto al cielo’.

No fueron sus años de clandestinaje y devoción revolucionaria por lo cual se le encargó dirigir la Cheká a Félix E. Dzerzhinsky; él era un asceta. Esa conducta ejemplar era obligatoria en esos años de escasez. La frase fundacional de la Cheká y hasta hoy juramento de chequistas, fue: “Manos limpias, corazón ardiente, mente fría”. De ahí viene Vladimir V. Putin.

Imagen: Retrato de Putin, de Yevgeniya Khaybullina, artista de la ciudad de Ufa -realizado con dientes recolectados en consultorios dentales en tributo al compromiso de Putin contra cualquiera que intente anexar Siberia; el dirigente ruso habría dicho que le «rompería los dientes» a quien lo intente.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.