Me ha interesado, como no podía ser de otro modo, la decisión de Juancho López de Uralde de pasar de la dirección ejecutiva de Greenpeace España a liderar una nueva (enésima, por cierto) iniciativa de lanzamiento de un partido Verde ante la -según sus manifestaciones- insuficiencia de la izquierda española en su trabajo por el […]
Me ha interesado, como no podía ser de otro modo, la decisión de Juancho López de Uralde de pasar de la dirección ejecutiva de Greenpeace España a liderar una nueva (enésima, por cierto) iniciativa de lanzamiento de un partido Verde ante la -según sus manifestaciones- insuficiencia de la izquierda española en su trabajo por el medio ambiente. Me ha interesado pero no creo en ella; lo explico.
En primer lugar, llama mi atención cómo esa eficiente escuela de notoriedad, y pizca arrogante, que es Greenpeace genera conductas algo patológicas. Mi amigo Xavier Pastor no quería irse al cabo de catorce años de director y su sucesor, López de Uralde, se va pero no se resiste al anonimato (o a la simple conducta ambiental discreta). Y opta por lanzarse con un a modo de «verdadero partido Verde», que «esta vez si que va en serio»; pues vaya. No voy a pedir a Juancho que se pregunte por qué los Verdes no han alcanzado significación política propia en España, pero sí destacaré que la ambigüedad estructural de Greenpeace en lo ideológico impide saber, al menos para mí, su color político, que no obstante adivino tenue.
En segundo lugar, y abundando en lo ideológico, el tono de los promotores de la cosa, Juancho y Alejandro Sánchez (que deja otra potente y prestigiosa organización Conservacionista, SEO), es obviamente naturalista y en la medida en que esto sea así merece mi personal escepticismo radical: ¿Naturalistas en política? Por lo que sé, estos líderes iniciales nutren su experiencia en el naturalismo-conservacionismo y no en la ecología política, y eso prueba para mí -que tengo más recorrido ecologista que ellos- que no estamos ante ciudadanos con ideas ni formación política; y me inquieta que se quiera hacer política con esas discapacidades, pensando seguramente que el porvenir de la naturaleza en España dependerá de sus votos parlamentarios y de las coaliciones con las que, eventualmente, puedan inclinar mayorías, mover bisagras o negociar con el poder.
En tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, creo que los postulantes no perciben que en este momento la lucha necesaria es de izquierdas, y que debe radicalizarse políticamente ya que la ofensiva del capitalismo es feroz y pretende retrotraernos a principios del siglo XX. Me pregunto si saben que los problemas de la naturaleza son de índole esencialmente política, causados por el sistema capitalista en la misma medida que la explotación del hombre; y por eso creo que el momento es de criticar y combatir esta democracia capitalista degradada y en imparable proceso de envilecimiento, no de inventar «capillas», por más que se vendan como «definitivas», complicando el panorama con exhibiciones pretenciosas.
Finalmente, no puedo olvidarme -asistiendo al bombo mediático de esta iniciativa, marca de la fábrica Greenpeace- de cuando la promoción necia de aquel impostor de Mendiluce, a quien primero cortejó y encumbró el PSOE y luego los Verdes, con una tercera ocurrencia de exaltación por parte de Greenpeace. Lo traigo a colación para certificar la persistente falta de norte, tirón y coherencia de los Verdes, que todo lo más que han dado a escala nacional ha sido un par de oportunistas que triunfaron mediante su alianza con el PSOE e IU en Andalucía, agotando con su lustre personal la menor posibilidad de consolidación. No comparo a Juancho con Mendiluce, pero el ecologismo de tipo mediático-comercial de Greenpeace, con sus derivados, me sigue molestando.
Estamos aviados si, como vaticino, vamos a colorear nuestros parlamentos con nuevos miembros sin color, o vamos a quitarle vigor político a la izquierda con elementos más bien despolitizados, porque no puedo creer que lo de Juancho vaya a suponer para la izquierda actual una inyección militante que pueda reforzarla y hacerla más ecológica; ni, sobre todo, más radical y estimulante.
Pedro Costa Morata es profesor titular de la Universidad Politécnica de Madrid. Premio Nacional de Medio Ambiente (1998).