Ayer fue día grande en la ciudad de las telecomunicaciones que Telefónica posee en la zona norte de Madrid, conocido como Las Tablas o Distrito C. Una alfombra había sido tendida por el suelo, los trajes azules esperaban pacientes de pie desde primeras horas de la mañana, decenas de guardas jurados, policías municipales, policía nacional […]
Ayer fue día grande en la ciudad de las telecomunicaciones que Telefónica posee en la zona norte de Madrid, conocido como Las Tablas o Distrito C. Una alfombra había sido tendida por el suelo, los trajes azules esperaban pacientes de pie desde primeras horas de la mañana, decenas de guardas jurados, policías municipales, policía nacional y secreta pululaban e impedían el acceso normal a los puestos de trabajo, acceso también dificultado por el impedimento para aparcar los vehículos en los lugares habituales. Ayer, el ciudadano Juan Carlos de Borbón acudía a ‘bendecir’ el nuevo edificio de Telefónica en Madrid, a pesar de llevar más de dos años funcionando, con los trabajadores soportando las continuas obras, sufriendo los males propios de edificios enfermos como la lipoatrofia muscular o los largos desplazamientos desde sus residencias al ubicar estos edificios a 15 kilómetros desde el centro de Madrid.
No sabe esta cronista si todos estos detalles le fueron explicados al visitante porque no hizo gran caso a la concentración de vasallos que tuvo lugar en la zona sur del recinto. Aunque sí que se fijó en una concentración menor en el lado opuesto, con megafonía casera, los pies sobre el adoquín y las camisetas rojas en las que se podía leer ‘No a la represión en Telefónica’. Explicó un señor, micrófono en mano, que había sido despedido junto a cuatro compañeros más y cuatro sancionados con 45 días de suspensión de empleo y sueldo, por defender un convenio colectivo que no recortara los derechos de los trabajadores. Y que la dirección de Telefónica, además, les había acusado de coacción, violencia y no sé cuantas cosas más.
Una, que tiene más interés en escuchar a un trabajador que a un súbdito, no solo se quedó escuchando al de la camiseta roja sino que además, tras los escasos diez minutos de plática, se acercó para preguntarle. Y le dijo como hasta hace dos meses escasos, eran trabajadores de Telefónica, delegados sindicales del Comité de Madrid, se habían destacado en la defensa de un convenio justo para los trabajadores, habían sido víctimas de un montaje para criminalizarlos y, finalmente, despedidos; que más del 60% de la plantilla se había posicionado en contra de un convenio que pretendía recortar los salarios, apoyando las movilizaciones y que habían recogido 9000 firmas entre ellos para que no se aceptara en esas condiciones; que finalmente había sido firmado por la empresa y los sindicatos mayoritarios pero que lo habían recurrido ante el Ministerio de Trabajo por recoger la doble escala salarial o la exclusión de parte de la representación sindical en las mesas abiertas para desarrollar el convenio; y no sé cuantas cosas más…
Repito que no me quedé a escuchar lo que el ciudadano Borbón largó ante sus súbditos pero no creo equivocarme mucho si señaló a Telefónica de España como adalid del espíritu español, defensora de los derechos de los trabajadores, ejemplo de solidaridad en países en vías de desarrollo, líder en el desarrollo de las nuevas tecnologías en beneficio de la humanidad… en fin, todas esas tonterías que suelen soltar cuando leen los discursos preparados por asesores de imagen. Tampoco me cabe duda que se trató de un espaldarazo a la gestión de la empresa que la ha aupado a posiciones punteras en el ranking de las que más ganancias tienen en todo el mundo. Y me hizo recordar la Cumbre de Jefes de Estado Latinoamericanos en la que alguien, que también suele lucir camisa roja, le hizo perder los papeles cuando le mandó callar. Para mí que no era mas que la continuidad de aquel apoyo explícito de la ‘Corona’ española a los empresarios españoles que, curiosamente, pretenden hacer extensible a todos los ciudadanos como si sus intereses de los empresarios fuesen idénticos a los ciudadanos que vivimos en este país.
Si el Borbón se hubiera interesado verdaderamente por quienes allí trabajan se hubiera enterado que la decisión de la empresa de trasladarse a las afueras de la ciudad les ha supuesto incrementar su jornada laboral, en muchos casos, en cerca de dos horas, dificultando la conciliación de su vida familiar y laboral; que otros están sufriendo dolencias propias de los edificios enfermos como la lipoatrofia muscular por la mala ventilación del que quiere ser buque insignia de la compañía; que comparten vida con los trabajadores de la construcción que siguen colocando adoquines o cristales que se caen desde la quinta planta dejando en papel mojado cualquier campaña contra los accidentes laborales; que les han amenazado con los tiempos de trabajo para evitar que los de la camiseta roja les recuerden sus derechos, vulnerando el derecho a la libertad sindical…
Ayer fue día grande en la ciudad de las telecomunicaciones, pero si el Borbón hubiera visitado el edificio Oeste se hubiera encontrado con Ana, para la que el día de ayer fue uno de los más tristes de su vida. Tras ocho años trabajando en Telefónica Corporativos, dos horas antes de la ilustre visita, encontró sobre su mesa la carta de despido. Sin razonamiento alguno, sin causas objetivas, sin ninguna lógica: cincuenta días por año trabajado y a casita… Con la cara desencajada por la noticia, corrió tras el de la camiseta roja para pedirle consejo. Podía haberlo hecho tras el que encabezaba la concentración de azul, pero prefirió al de rojo. Más tarde me explicaría que esa era una de las consecuencias de la firma del nuevo convenio por parte de CCOO, UGT y la empresa, el despido libre enmascarado en el eufemístico título de Plan de bajas incentivadas.
Me conmovió Ana, que tiene que dejar su puesto de trabajo porque sí. Y me acordé de la cantidad de trabajadores fuera de convenio para los que la empresa tiene guardados unos milloncejos para deshacerse de ellos. Y me acordé de los vasallos que esperaban, a unos metros, para rendir pleitesía a su señor. Y concluí ratificándome en la idea de que habrá reyes mientras siga habiendo súbditos.