En algún rinconcito de la capital cubana, era mucho el ajetreo aquella noche. Varios vecinos buscaron sillas, una mesa; en tanto el presidente del comité ponía bien en lo alto de un balcón nuestra gloriosa bandera cubana. Alguien preguntó: ¿lleva bandera la reunión?, y otra voz replicó, ¡claro chico, si este es el Congreso del […]
En algún rinconcito de la capital cubana, era mucho el ajetreo aquella noche. Varios vecinos buscaron sillas, una mesa; en tanto el presidente del comité ponía bien en lo alto de un balcón nuestra gloriosa bandera cubana. Alguien preguntó: ¿lleva bandera la reunión?, y otra voz replicó, ¡claro chico, si este es el Congreso del barrio!
No era un Comicio Romano, no estaba dividido el pueblo en centurias ni en tribus, no había prerrogativas para algunos y limitaciones para otros, cualquiera podía expresar sus opiniones para referirse al Proyecto de Lineamientos del Partido y la Revolución.
Más allá de las solemnidades que podrían establecerse en un debate tan importante dirigido a proyectar el futuro económico de una nación, se respiraba un ambiente agradable, sin rigidez, algunos hasta sonrieron con ciertas opiniones pintorescas que caracterizan a los cubanos, a fin de cuentas la discusión era entre vecinos o lo que es lo mismo, en casa.
Una compañera, con una probada trayectoria revolucionaria, sugirió fortalecer el trabajo en el campo, llamó a todos a la reflexión, a la necesidad de trabajar, de producir más, recordó sus orígenes campesinos y pidió a gritos un esfuerzo para mejorar la agricultura, y así recuperar los plátanos ¡bien machos!.
Cada quien hizo su aporte, todos sabían la importancia de transmitir sus opiniones, allí estaba el obrero, la ama de casa, el joven, el trabajador por cuenta propia, el médico, el científico, el combatiente; en fin, el pueblo. Aquel que nunca participa en las asambleas de vecinos, pidió su palabra, interiorizó que la Revolución necesita recibir sus propuestas y sorprendió a todos con un interesante análisis sobre el ahorro de portadores energéticos.
Mientras, los enemigos de la Revolución ahora sueñan con convertir a Cuba «en un Egipto», llaman al pueblo para que tome las calles y «pacíficamente» proteste para lograr la verdadera democracia, esa que padeció este país como apéndice norteamericano; su prepotencia les hace olvidar que este pueblo es dueño de las calles desde 1959.
Ciertamente cada día es más difícil la competencia en esas «actividades» (que no son precisamente por cuenta propia), la necesidad de un protagonismo para ver quien se lleva el pedazo más grande del pastel, les hace perder toda perspectiva de la realidad, es que ni con todo el oro del mundo comprarán la dignidad de los cubanos.
Aunque los consorcios de la información no reconocen que en Cuba se lleva a cabo un proceso de debate popular, ¡único en el mundo!, nosotros seguiremos esforzándonos por construirle un futuro mejor a nuestros hijos, un Socialismo cada vez más fuerte y con ese espíritu festejaremos los 50 años de la primera derrota del imperialismo yanqui en América y un VI Congreso del Partido, que desde los centros de trabajo y comunidades echo a andar.
Fuente: http://la-isla-desconocida.blogspot.com/2011/02/el-congreso-del-barrio.html