En entrevista reciente a Patricia Kolesnikova, de la Revista Ñ , de Clarín, el Premio Nobel de Literatura José Saramago razonaba: «Si el libro es una mercancía, hay que venderlo. ¿Dónde lo haremos? ¿En la Luna?» Y alertaba: «Hay que tener cuidado con las ideas hechas». Tengamos, pues, cuidado con las ideas hechas. El mercado […]
En entrevista reciente a Patricia Kolesnikova, de la Revista Ñ , de Clarín, el Premio Nobel de Literatura José Saramago razonaba: «Si el libro es una mercancía, hay que venderlo. ¿Dónde lo haremos? ¿En la Luna?» Y alertaba: «Hay que tener cuidado con las ideas hechas». Tengamos, pues, cuidado con las ideas hechas. El mercado existe, el libro también, el libro se vende en el mercado, no se regala, hasta ahora se vende, ojalá algún día se regalara, hasta hoy eso no ha resultado posible. En esta misma sala, en evento en el que se debatía un tema muy similar, hace apenas algunos meses, Senel Paz señalaba lo siguiente: » No es malo que la literatura y el escritor vayan al mercado y se realicen a través de él, las inconveniencias vienen cuando es el mercado el que viene a la literatura y la convierte, junto con el escritor, en mercado». Eludiendo las ideas hechas, sobre esas inconveniencias se ha debatido, debatiremos hoy, y seguramente se continuará debatiendo.
Han transcurrido algunos años desde que el crítico norteamericano Harold Bloom sustentara un canon literario centrado en 26 escritores cuyo vértice ubicara en Shakespeare, recordarán ustedes aquella obra, El canon occidental. Desde entonces Bloom se ganó el escaño de «polémico», la movilización de múltiples enconos y el ataque de muchos que lo calificaron de elitista. En las últimas dos décadas, sin embargo, se ha fraguado, un contracanon de proporciones inmensurables. El mundo del libro, termino ese no peyorativo, pero que me parece más exacto en lugar de aludir a «la literatura», se ha visto ferozmente invadido por elementos que si bien siempre habían existido (sin penas mas sobre todo sin glorias) nunca antes se habían producido, nunca antes se habían lanzado y nunca antes se habían recibido en las proporciones que hoy pueden constatarse. Muy especialmente nunca antes habían pretendido merecer (sin la menor de las penas) las «glorias» hoy alcanzadas. Digámoslo sin el temor de las frases hechas: el mundo del libro se estremece hoy ante el paso arrollador de un fantasma que llega arropado con los hábitos espurios del éxito de ventas, las alhajas aterciopeladas de ciertos autores y el engañoso encanto de no pocas obras. Cientos de millones de lectores en todo el mundo se mueven en virtud de esos aires, las casas editoriales, desde la parafernalia de un despliegue publicitario sin precedentes, inundan el mercado y los autores son presentados como el non plus ultra de las letras. Las editoriales sostienen que se trata de grandes obras, los autores pueden recibir múltiples premios, el reconocimiento de importantes instituciones internacionales, y no pocas veces los propios estados, orgullosos del éxito, suelen concederles los más altos honores. Esto, desde luego, ejerce un impacto sacralizador y legitimante que desacraliza y deslegitima cualquier crítica.
El éxito de venta suple hoy en muchos casos la calidad literaria. Ya no basta vender; urge vender rápido; al viejo y conocido termino de best seller se ha unido hoy una nueva y flamante categoría, el fast seller; libros que no más llegados al mercado logran vender en las primeras horas o primeros días millones de ejemplares. Ahí están, a la vanguardia de este contracanon, Paulo Coehlo, publicado en 150 países, traducido a 66 idiomas, más de 100 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo; Dan Brown, traducido a 30 idiomas, más de 50 millones de ejemplares vendidos, y no puedo dejar de mencionar el éxito editorial más impactante de todos los tiempos, las primeras tiradas más importantes de la historia, éxito ese solo superado, según parece, por La Santa Biblia y el Libro Rojo de Mao, 325 millones de ejemplares traducidos a 65 idiomas en tan solo 10 años, por supuesto me refiero a la saga de siete libros de G. K. Rowling sobre Harry Potter, el niño mago recientemente fallecido. (Sobre este último caso no quiero dejar de compartir con ustedes una de las muchas entrevistas de las que se hizo eco la prensa hace apenas unos meses, a la salida del 7mo. y último libro de la saga, lo manifestado por una muchacha que, como otros muchos miles llegados de todo el mundo, aguardaba ahí en Londres, bajo la lluvia, vestida de bruja, como otros muchos: «Durante los últimos 9 ó 10 años Harry Potter ha sido una parte muy importante de mi vida. Durante tanto tiempo les he hablado a mis amigos de las teorías sobre Harry Potter; ya no podré hacerlo más. ¿Qué haré con mi vida?». Escalofriante esto. Teorías sobre Harry Potter. Como si se tratara de la novelística de Proust o Kafka.) Pueden mencionarse otros muchos autores, a los citados difícilmente pueda discutírseles la vanguardia de esas dos categorías, los best y fast seller, la vanguardia de este contracanon, el contracanon light.
Ya no se trata de literatura, del libro, de su valor intrínseco como obra de arte, vender es la divisa. Parece no importar el valor de uso de un libro, se privilegia hoy su valor de cambio. El valor de una obra suele juzgarse con arreglo al sitial que ocupa esa obra en el Top Ten, en la columna de ventas. Marx enunció el fetichismo de la mercancía. El libro se entroniza hoy como fetiche. Recordemos aquella frase magistral de Balzac: «La literatura es la historia privada de las naciones», recordemos la aparición del folletín en la Francia del siglo XIX. Quizá la primera manifestación de lo light como fenómeno literario, sociológico, mediático. Uno de los mayores éxitos, el primero, fue la publicación de Los misterios de París, de Eugène Sue, unos 140 episodios aparecidos entre los años 1842-1843. Edgar Allan Poe, que conoció del fenómeno, escribió acerca de esta obra lo siguiente: «Su objetivo fundamental es hacer un libro vendible». Premonitorio este juicio del autor de Los crímenes de la calle Morgue. Enorme la vigencia de esas palabras. Escribieron folletines Alfredo de Musset, Alejandro Dumas, Honoré de Balzac, Émile Zola, Charles Dickens, Arthur Conan Doyle, mas convendrán ustedes que en modo alguno puede homologarse Sue a Balzac, a Zola, a Dickens. Según Eco el mismísimo Mussolini fue autor de varias de estas obras folletinescas. Se llegó a acompañar estos folletines de regalos, primicias del marketing. Gramsci y Eco sostienen, cada uno desde entornos diferentes, el primero desde la cárcel; el segundo desde su estudio, que el superhéroe nace del folletín. Y según Eco, lo que él llama «estructura sinusoidal«, esa alternancia Tensión / Relajación / Tensión, tan usual en la telenovela, nos llega desde el folletín. Otro de los peldaños, uno de primer orden cuando se hable de lo light, resulta la novela rosa. Aparecida también a finales del siglo XIX, no puede obviarse a María del Socorro Tellado López, Corín Tellado, la autora más prolífica y popular del género y quien sabe si de todos los tiempos. Ha escrito y publicado más de cuatro mil obras, éxito de venta total. Ella misma ha admitido haber escrito alguna novela en una tarde. Otro de los peldaños, las novelas del oeste, aquellas al estilo de Marcial Lafuente Estefanía, y, desde luego, las Selecciones del Reader Digest. Novela rosa, radionovela, fotonovela, Selecciones del Reader Digest, novela del oeste, telenovela. Entre lo rosa y lo light solo media un movimiento de transacción, de readaptación, reacomodo de gustos, patrones, tecnologías, modus vivendi. Desde el folletín a la novela light, son las mismas aguas bajo el puente.
Citemos la opinión de cuatro escritores de prestigio mundial, les confieso que he privilegiado las formuladas por autores cuya filiación ideológica no resulte decididamente izquierdizante, no vaya a elucubrarse se trata de una macabra trama fraguada desde la izquierda.
Veamos lo que a inicios del milenio declarara el escritor mexicano, Premio Cervantes, Sergio Pitol en Caracas: «La literatura light ha existido siempre. Al lado de Dickens, Balzac o Flaubert hubo otros escritores que hacían novelas dulzonas e irreales. Cada generación ha producido estos escritores, quienes se dedicaban a lo suyo y no sentían competencia de Thomas Mann, de Virginia Wolf o de William Faulkner. Ni se molestaban porque no se hicieran tesis sobre ellos, ni por quedar fuera de la historia de la literatura. Tenían su público (ése que ahora ve telenovelas o lee la actual literatura light), ganaban mucho dinero y no creaban ningún conflicto en el mundo literario, los límites estaban muy claramente definidos… Cada quien estaba en su feudo. Pero ahora las editoriales han hecho una combinación macabra: convertir a escritores que podrían ser serios, escritores de verdad, en escritores light. Y, en el camino contrario, algunos escritores -y escritoras- que nunca hubieran tenido ningún prestigio porque son muy malos y solo se manejan en los límites de lo light, son impuestos como si fueran Lampedusa o Stendhal».
Veamos lo declarado por el peruano Mario Vargas Llosa, en entrevista a Ezequiel Martínez, de Clarín, el 5 de febrero de 2005: «La idea de dedicar años a una obra literaria no está de moda. Hay algunas excepciones, desde luego, pero está mucho más de moda la literatura light , leve, ligera. Si El Código da Vinci al final a ti te produce un extraordinario placer y lo que buscas son obras que sean equivalentes, entonces tú nunca vas a poder leer el Ulises, de Joyce; nunca vas a leer a Proust, ni vas a gozar con Borges. Yo creo que esas otras lecturas en cierta forma te vacunan, así como las telenovelas te pueden cancelar completamente la sensibilidad para gozar de un tipo de teatro de gran refinamiento, por ejemplo. Porque esas obras, algunas muy bien hechas, que te capturan la atención muy rápidamente, son obras descomplicadas, que no ponen en ejercicio tu inteligencia ni tu capacidad de raciocinio, que no te plantean dudas o problemas. Son una agradable ensoñación, casi como tomarse un tranquilizante: te descansan, te sedan un poco, pero eso crea lectores pasivos, lectores que son los espectadores de telenovelas. ¿Qué inconveniente tiene eso?: que rápidamente puedes llegar a descubrir que si eso es lo que te interesa, entonces, ¿para qué leer? Hay un cine, una TV que te da eso mismo. Novelas como Los Miserables; como el Ulises, de Joyce, La montaña mágica, de Thomas Mann, o como Rayuela o Adán Buenosayres en la Argentina, donde hay casi una vida detrás volcada, eso no está de moda».
No es lo light un asunto de derechas o izquierdas, nadie se atrevería a acusar precisamente de izquierdista a Mario Vargas Llosa.
El escritor argentino Ricardo Piglia sostuvo que sería hoy imposible imaginar que alguien apenas conocido como Cortázar publicara una novela de 700 páginas como Rayuela, señala Piglia que en ese instante había publicado Cortázar solo tres libros de cuentos, que contaba, por ese entonces, con prestigio en un círculo reducido, y escribe Piglia, cito textualmente: «Hoy vivimos una realidad absolutamente distinta. Por supuesto, ningún editor editaría hoy un libro como Ficciones, de Borges. Muy difícil, muy intelectual, y encima son cuentos, el autor además es conocido como poeta y como autor de pequeños ensayos herméticos y extravagantes. Eso diría el informe de un editor hoy, sobre un libro como Ficciones. No es negocio».
Citemos un artículo de Juan Goytisolo, publicado el 3 de febrero de 2007 en El País: «Las novelas innovadoras ajenas al entramado de la mercadotecnia suelen ser dejadas de lado ‘salvo en el caso de escritores ya viejos y conocidos’ en provecho de las más comerciales. En los últimos decenios asistimos a una ruptura de dicho equilibrio. Los pesos pesados del mundo editorial solo quieren publicar lo que, acertadamente o no, consideran productos de venta fácil y marginan aquellas novelas que, en razón de su complejidad o por su voluntad innovadora, no responden al conformismo y pereza intelectual de una mayoría anestesiada por la telebasura o las revistas sobre la gente guapa. Más grave aún, con el aval de la prensa afín, e incluso de un ilustre académico, sostienen que las mejores novelas son las que venden más: ¡dictamen inapelable que encesta a El código Da Vinci, La sombra del viento o La catedral del mar a alturas de una himalayana sublimidad!»
Ahí esta el fenómeno, presentado por cuatro grandes escritores, autores de prestigio mundial. Sigamos el consejo de José Saramago y eludamos las ideas hechas. Tratemos de desentrañar, de debatir, de dilucidar el centro genésico, las causas de todo esto. Les propongo adentrarnos en el mundo de las grandes editoriales. El fenómeno no puede se estudiado sin tener en cuenta los cambios enormes en el mundo de las grandes editoriales. Desde Tito Pomponio Atico, copista de Cicerón allá en Roma, hasta el día de hoy ha fluido imperturbable el tiempo. En las últimas dos décadas son vastos y profundos los cambios en el mundo editorial. Citemos dos de ellos, un binomio que signa, en gran medida, el bifronte fenómeno del mercado y lo light.
El primero: Las megafusiones. En las últimas décadas ha tenido lugar un proceso de fusión, de concentración del capital, para decirlo en palabras de Marx, casas editoriales muy poderosas se concentran ahora bajo un solo grupo que, a su vez, forma parte de un enorme emporio que hunde sus raíces en múltiples esferas, a menudo sin relación alguna con la literatura. Todo esto ha impactado como nunca antes la esfera del libro. A menudo se alude a la llamada «industria seudocultural», el mundo editorial, se dice, está en manos de esa industria, en manos de grandes transnacionales. Prosigamos eludiendo las frases o ideas hechas y citemos algunos de los nombres y apellidos de ese fantasma corporativo, corporizado, esa industria transnacional, global. Las citaré, advierto, sin orden de preeminencia, sin relación alguna con el capital del que disponen o los posibles nexos con la literatura light:
BERTELSMANN AG, se trata de un emporio alemán. Mayor empresa del mundo en comercio electrónico, comunicaciones y contenidos interactivos. Random House, la casa editorial posiblemente más grande no solo de lengua inglesa, sino del mundo, es una división de este monopolio alemán. A su vez Random House es un enorme pulpo; controla unas 14 editoriales en el mundo, se fusionó a la editorial líder en Italia, la Mondadori, adquirió Pantheon Book. Random House en 1980 había sido adquirida por el magnate Samuel Irving Newhouse. La editorial Grijalbo desde 1989 pertenece a este grupo alemán, lo mismo sucede con Plaza y Janés y Editora Suramericana. Tiene presencia en América del Sur, A. Central y España. Exporta libros a 45 naciones. Ha hecho millones con las aventuras de la Barbie y El código Da Vinci, de Dan Brown.
NEW CORPORATION : del magnate australiano/inglés/estadounidense Rupert Murdoch, el nuevo Hearst. Es la corporación de Comunicaciones más grande del mundo con un capital de 23 billones de USD. Controla 175 periódicos, entre ellos los importantes The Sun y The Times, y 35 revistas en el mundo. Es dueño de las cadenas de TV por satélite Fox, Sky y National Geografic, de la Twentieh Century Fox, parece que acaba de adquirir el Wall Street Journal por unos 5 mil millones de Usd. Este señor posee 40 grupos editoriales en USA, Canadá, Gran Bretaña, Australia, Nueva Zelanda e India. Es un neocon reconocido. Es dueño hasta de los Angeles Dodger. Controla la Editorial Harper Collins, fusión de Collins e Hijos, de Gran Bretaña con la Harper and Row, de USA. El 3 de octubre de 2006 Harper Collins y la Editorial española Planeta, la más importante editorial del mundo en lengua española (debe recordarse además que el Grupo Planeta controla unas 30 editoriales, en el 2000 se le atribuía un capital de más 1 443 millones de euros) anunciaron un acuerdo de publicación global, algo así como la geopolítica del libro. Un detalle interesante sobre Harper Collin y Paulo Coehlo: en 1993 Harper Collins publicó El Alquimista en los EE.UU., aquella fue la mayor edición inicial de un libro brasileño en ese país. Jonh London, director ejecutivo de esta editorial, declaró: «Era como levantarse al amanecer y ver salir el sol mientras el resto del mundo seguía dormido. Esperen a que todos los demás se despierten y vean esto». Este mismo hombre escribió a Paulo Coehlo en el 2002: El alquimista se ha convertido en uno de los libros más importantes en la historia reciente de nuestra compañía». Vale señalar que el 80 % del mercado editorial en los USA es controlado por cinco grandes empresas. Y el libro que no se vende se regresa a la industria, se hace pulpa, se recicla.
GRUPO PRISA (Promotora de Informaciones, Sociedad Anónima ): líder de comunicación, cultura, entretenimiento, educación y multimedia en España, presente en 22 países de Europa y América ; en el 2005 facturó 1 483 millones de euros y obtuvo un beneficio neto de 153 millones de euros; controla 1 235 emisoras de radio en España y América Latina; varias televisoras, entre ellas Canal +, y un buen grupo de editoriales tales como: Alfaguara, Taurus, Aguilar, Altea, Punto de Lectura, SUMA, Santillana, Constancia Editores, Salamandra. Controla el periódico El País, diario de mayor tirada en España, con su suplemento literario Babelia, discográficas, revistas, cadenas de librerías. Tiene presencia en Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, España, USA, Guatemala, México, Perú, Uruguay, Paraguay, Venezuela, Rep. Dominicana, Puerto Rico. Adquirió el 75 % de la Editorial Objetiva , de Brasil, editorial que pagara 1 millón de USD a Paulo Coehlo por los derechos de La quinta montaña. Dato interesante: en el 2006 en España el 32 % de los libros que llegaron a las librerías fueron devueltos a las editoriales, no se vendieron, es decir, uno de cada tres libros.
Desde luego, sostener que estas editoriales no publican la gran literatura y solo publican literatura light resultaría una soberana tontería. El fenómeno es mucho más complejo, en modo alguno puede entenderse en términos reduccionistas o en nombre de una maniquea bipolaridad. Por otro lado un buen libro o un autor de valía pueden devenir best seller. De lo que se trata quizá, corriendo el riesgo de simplificar al extremo algo que no debe ser simplificado, es que estos autores del contracanon venden hoy mucho más que cualquiera de los premios Nobel y Cervantes, que cualquiera de los narradores del boom, se les publicita muchísimo más, se les ensalza como autores excelsos. ¿Por qué? Sencillo. Porque reportan ganancias. Y eso sí es responsabilidad de las editoriales. En todo ese contexto editoriales pequeñas y medianas se fusionan entre si. O las pequeñas y medianas son devoradas por las mayores. Y las mayores por los emporios. Después de estas megafusiones monopolistas se comprenderá que se otorgue un muy especial papel a las ganancias. Según Andre Schiffrin, en La edición sin editores (Barcelona, Ediciones Destino, año 2000) estas pasaron del rango del 3 %, rango que se admitía en la década del 80, al rango del 15 % y 20 %. Y Andre Schiffrin, no se dude, es toda una autoridad en esta materia. Es precisamente de la mano de la demanda de ganancias que nos llega el segundo de los grandes cambios:
Las grandes casas editoriales fueron a la caza de hombres que lograran obtener estas ganancias, es decir, de bussines man. De los editores que buscaban obras de valía a los que buscan el valor en oro de las obras. Ocio y negocio. Esto lo denuncian varios editores. Veamos el caso de Andre Schiffrin. En 1980 Random House fue adquirida por Samuel Irving Newhouse, un magnate. Se colocó como director ejecutivo a un graduado de la Escuela de Negocios de Wharton, de la Universidad de Pensilvania. Esta Escuela de Negocios es famosa, en ella se han graduado gran número de exitosos star man del mundo corporativo. Andre Schiffrin, quien había fungido por 30 años como manager de Pantheón Book, editorial fundada en los EE.UU. por su padre y que había publicado lo mejor de la literatura universal, fue obligado a renunciar. Esto lo narra muy bien Andre Schiffrin en La edición sin editores«, título ese paradigmático, obra publicada hace ya casi una década. Son varios los libros de viejos editores que denuncian semejante situación. Puede citarse la obra de Janine y Greg Bremond, Las redes ocultas de la edición, del año 2002. Resulta obvio el impacto de estos cambios sobre el panorama editorial.
En el año 2006 Schiffrin publica un segundo libro, El control de la palabra , confiesa que al escribir La edición sin editores denunciaba la situación en EE.UU., no pensaba que algo similar pudiera ocurrir en Europa. Pero ocurrió. Francia, y citemos a Schiffrin: «se ha convertido en el único país del mundo en el que sus esenciales órganos de prensa están en manos de vendedores de armas». Órganos de prensa y editoriales en manos de consorcios constructores de armas. Inaudito eso. No hay que olvidar el alerta de Saramago sobre las frases e ideas hechas, ¿Quiénes son estos consorcios vendedores de armas? Citemos los nombres, para eludir las frases hechas. Se trata de los grupos del complejo militar industrial francés Lagardère y Dassault. Según Schiffrin, esos dos grupos controlan Le Figaro, Paris Match, Marie-Claire, Larousse, Salvat, el 70% de la prensa francesa y gran parte del mundo editorial. Lagardère, por ejemplo, emporio líder de la rama de la aeronáutica militar, es hoy casi el tercer grupo editorial del mundo, primer grupo editorial en Francia, Inglaterra, Austria, Australia, controla 18 cadenas de radio, 10 de TV, con presencia en Francia, América Latina, España, Inglaterra, en América Latina presente en el mundo editorial a través de la filial Hachette Filipacchi, es el primer editor de revistas del mundo; unos 238 títulos en 36 países, mil millones de ejemplares semanales, controla las Editoriales Salvat, Bruño, Vivendi Universal, esta última incluye Larousse, controla el 98 % de la publicación de diccionarios en lengua francesa, la Editorial Anaya en España, negocios por 5 mil millones de euros. Dassault, también de la rama de la aeronáutica militar, fabricante del famoso caza de combate «Mirage», controla Socpresse, el más imporante grupo de prensa francés. Detalle de interés: e l diario Le Figaro reveló recientemente que la literatura de autoayuda, una de las modalidades de mayor éxito de este contracanon, ha incrementado sus ventas en Francia en un 66 %.
En el capítulo 8 de Alice in Wonderland, de Lewis Carroll, un elocuente diálogo resume todo esto: « La cuestión -insistió Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. La cuestión -dijo Humpty Dumpty- es saber quién tiene el poder…, eso es todo».
Mucho de lo light se disfraza de misticismo, de esoterismo, de presunta ciencia, de búsqueda de lo religioso, cunde hoy la búsqueda del Grial, los templarios, la alquimia, los códigos secretos, se ha puesto de moda la criptografía, la magia. Pero, ¿cuántos de los que leen esa literatura se afanan leyendo La Biblia , El Corán, La Torah , el Zohar, el Tao Te King, el Libro de los Muertos, el Yi King, el Enuma Elish, los libros sagrados del budismo, una obra seria sobre el Santo Grial o los Caballeros de la Orden del Temple? Millones de seres humanos prefieren comprar y leer El código Da Vinci y no una biografía de Da Vinci, no una monografía sustanciosa y prolija sobre su obra. Millones de seres sostienen que la saga de G. K. Rowling sobre H. Potter es superior a la trilogía de Tolkien, a las Crónicas de Narnia, de C. S. Lewis, a las obras más importantes de la literatura de ese género.
Imaginen a autores light escribiendo 39 veces el final de Adiós a las armas. No es el instante para que Goethe demore toda una vida en escribir su Fausto. Para que Faulkner reescriba varias veces El sonido y la furia, creo fueron unas cinco. Para que Dostoievsky regrese sobre las primeras páginas de Crimen y Castigo, obsesionado por hallar un narrador más efectivo. No lo es para Dante, por más de un decenio escribiendo La Divina Comedia . No lo es para Robert Musil, que tardó 13 años en escribir El hombre sin cualidades y aún murió dejándola inconclusa. O para Tomas Mann que comenzara Confesiones del caballero Felix Krull en 1910 para concluirla en 1954. Imaginen a los autores light con las dudas inmensas de un Franz Kafka. Imagínenlos pidiendo a un amigo que lance al fuego toda la obra. Imaginen a estas editoriales lidiando con tales escritores. Las editoriales necesitan hoy del fast writer que alimente la demanda del fast reader, todo ello para sostener la fast seller. Los fast reader leen sentados en un establecimiento en el que se vende fast food. Hay editoriales que han creado guías para escribir best seller. Recientemente hallé un sitio en Internet que facilitaba el aprender a escribir su novela a lo Dan Brown. De los 10 libros más vendidos en España en el 2006 este autor había logrado incluir cuatro, entre ellos El Código Da Vinci, desde luego. Se desea vender libros como se venden prendas interiores Calvin Klein. Nada a lo Flaubert. El «mot juste» es hoy el mot de obtener ganancias.
Poderosas productoras cinematográficas no reparan en gastos en función de obtener los derechos de llevar a la pantalla las obras en cuestión. En la superproducción de turno se invierten cientos de millones. Más que verbal o literaria la demanda es visual. No parece escribirse para conformar un libro, para el papel, se escribe para el audiovisual, para el celuloide o el formato DVD. El cine multiplica la demanda de esas obras e inunda, en virtud del poderío mediático, todo el planeta. En perfecta simbiosis la industria del cine y la del libro, las productoras cinematográficas y las casas editoriales, han concertado una suerte de cartel, de sociedad comercial, en función de explotar lo que se constituye como un muy vasto filón de oro, un negociado de vastas proporciones, insospechable para un escritor de la 1ra. mitad del siglo XX. Y al carrusel se insertan múltiples industrias: confecciones, videojuegos, juguetes, CD, programas para computadoras. Todo al ruedo para alimentar la demanda.
Tanto ha avanzado ya esta trifulca que existe hoy un gran debate, una gran confusión acerca de qué es light y qué no lo es. Un mismo autor puede ser light en una obra y no light en otra. Existen hasta corrientes literarias, esas que son estudiadas por los especialistas, que, dadas sus características, cobijan cierta porción de lo light. En algún momento puede aparecer una cultura o una literatura diet, dietética, escalón inferior de lo light. Circunscribir el fenómeno a lo exclusivamente literario resultaría una ingenuidad. No se trata de literatura light, no se trata de un fenómeno editorial. Todo ocurre en el contexto alienante de una cultura light, de una sociedad light, una banalización de la cultura, una subversión vana y banal de la cultura. Digamos también venal. De una subcultura alimentada (ex nihilo nihil, sostiene la máxima latina) y atizada por poderosas industrias seudoculturales en una variante otra de pan y circo. Observemos lo planteado por Eco en El superhombre de masas: «Los parámetros que hacen aceptables o no una intriga no radican en la propia intriga sino en el sistema de opiniones que regulan la vida social». Y las opiniones, ¿quién las conforma? ¿Cómo se conforman?
La vastísima concentración del capital vaticinada un día por Marx nos coloca hoy frente a enormes consorcios que dominan un muy vasto espectro: cine, televisión, diarios, revistas, editoras, compañías disqueras, cadenas de librerías, de videojuegos, de juguetes, de confecciones. La pluralidad es una ilusión. El sistema de opiniones de la vida social del que hablara Eco no es libre. ¿El resultado? La homogenización del lector conectado como una videoterminal al gran server del Dios Consumo. Todo funciona como un virus informático, uno de esos Caballos de Troya. Los informáticos instalan «firewall», pared de fuego, dispositivos antivirus. Acá la única «pared de fuego», el único antivirus posible, es la cultura. Aquella que al decir de Martí nos hace libres. En un mundo donde los Gobiernos tienen cada vez menos prerrogativas, y un Ministro de Cultura dispone de menos poder y recursos que una de estas grandes transnacionales la «pared de fuego», el antivirus, se ve seriamente amenazada.
Desde luego, es legítimo el deseo de consumir lo light. También lo es el deseo de escribir esas obras. Incluso de venderlas. Cada quien está en total libertad y absoluto derecho de escribir, vender y leer lo que desee. Solo que no vale homologar a Dan Brown con Joyce, a Eugen Sue con Balzac, a Coehlo con Vargas Llosa.
Las grandes editoriales dicen responder solo a la demanda. La hipocresía es el nuevo jinete de este Apocalipsis. Sostener que solo se responde a la demanda es algo más que una cínica falacia. Demanda, hiperpublicidad, demanda incrementada, podríamos decir parafraseando la célebre formula de Marx. No es el libre albedrío del consumidor, es el libre albedrío del mercado. No hay mayor censor que el mercado. El mercado censura y el mercado gratifica. Uno de los muchos peligros resulta que cada autor, cada joven que se inicie en el arte de escribir, siga ese contracanon y escriba light porque se premia, publica y paga, lo light.
Es muy probable que de toda esta banalización no quede en unos años sino el polvo. Que a una serie de obras vanas y banales suceda otra y así ad infinitum. Y tras cada serie más dinero. Y más polvo. ¿Kafka que publicó tan poco en vida es inferior al multimillonario y archipublicado Coelho?
No hay que satanizar al mercado, tampoco hay que canonizarlo. No es la única de las variables de esta cultura light. Sostener eso sería un torpe maniqueísmo. La peor de las frases hechas. Analizar cada una de esas variables excede el espacio de esta exposición. Este es sólo un enfoque parcial sobre una de esas variables. Un enfoque en el que, a toda costa, he tratado de seguir el consejo de José Saramago acerca de las frases y su hechura. Enfoque en el que, sin embargo, propongo no perder de vista la respuesta de Humpty Dumpty en el muy famoso capítulo 8 de Alice in Wonderland: la cuestión es no olvidar quien tiene el poder.