Atender la desigualdad en el trabajo doméstico y de cuidados, considerada la mayor inequidad de género que persiste en los hogares cubanos, es uno de los principales retos en la sociedad cubana actual, sostienen especialistas.
El valor monetario de los servicios domésticos y de cuidados no remunerados en Cuba alcanzó un estimado de 19,5 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) en 2016; indicador significativo si se toma en cuenta que superó el valor agregado de la industria manufacturera ese año.
Pero tales estadísticas no aparecen recogidas en ningún registro. Todavía las actividades que se hacen para mantener el hogar no son reconocidas como trabajo por una buena parte de la sociedad y tampoco se valoran como un aporte económico a esta.
Así lo significó la economista, feminista y miembro de la Red cubana de estudios sobre cuidados, Teresa Lara Junco, al impartir la conferencia «Tiempo, trabajo, género. Los laberintos del cuidado», durante el coloquio internacional Tiempos, destiempos y contratiempos en la historia y la cultura de las mujeres latinoamericanas y caribeñas.
Las cifras citadas fueron elaboradas por Larae, quien tomó como base los datos del anuario estadístico de Cuba y la más reciente Encuesta nacional de igualdad de género, con la idea de medir y visibilizar el valor económico del trabajo no remunerado, mostrar la desventaja de las mujeres en los hogares y contribuir a generar políticas públicas a favor de la equidad de género, señaló la especialista en el evento, desarrollado del 22 al 24 de febrero en la capital cubana, organizado por Casa de las Américas.
«Las contribuciones no pagas del trabajo doméstico y de cuidados garantizan la sostenibilidad de la vida«, enfatizó la investigadora, de ahí que insistiera en la necesidad de visibilizar la desigualdad que persiste en el trabajo doméstico y de cuidados.
Junco comentó que, según las encuestas de uso del tiempo de 2001 y 2016, en Cuba existe una tendencia a igualar las horas de trabajo remunerado entre mujeres y hombres, mientras se mantiene la desigual distribución del tiempo en el trabajo no remunerado.
En 2001 las mujeres dedicaban al trabajo remunerado 50 por ciento del tiempo que los hombres, en tanto en 2016 la cifra ascendió a 64,5 por ciento. Sin embargo, en cuanto al trabajo no remunerado, en ambos periodos quedó registrado que ellas trabajan 64 por ciento más que los hombres.
«Esta es una realidad que subordina mucho las disposiciones y capacidades que pueda tener la mujer para su propio desarrollo y del país», subrayó Lara y remarcó que las actividades que se realizan en la familia y para la familia constituyen un tiempo de trabajo que aporta a la sociedad, aun cuando la contribución monetaria en el hogar sea todavía ponderada como más importante.
«Tiempos» en pandemia
La economista puso ejemplos de cómo se subvalora el aporte económico de estas labores y citó, entre otros, el decrecimiento del sector educacional en 2020 con respecto a 2019, marcado en 28,8 por ciento, debido al impacto de la Covid-19.
No obstante, no debe olvidarse que más de 721.000 niñas y niños de la enseñanza primaria siguieron las clases en sus viviendas por televisión, igual que 670.000 de los niveles de secundaria, preuniversitaria y enseñanza artística.
«Cerraron las escuelas y abrieron los hogares; las madres, abuelas y familiares se convirtieron en maestros. Los hogares subsidiaron la educación, aporte invisible que no se mide en el PIB, pero contribuye al conocimiento y a la formación de las nuevas generaciones», sostuvo.
Igualmente ocurrió con el sector agrícola, que disminuyó 23,5 por ciento e impactó con fuerza en el consumo de alimentos, pero también en el incremento de horas dedicadas a la búsqueda y elaboración de esos productos.
Con el cierre de las escuelas, el aumento de los estándares de limpieza y de la demanda del cuidado de salud, la pandemia agudizó la desigual distribución sexual del trabajo, dijo Lara Junco. A ello se suma que entre las ramas de la economía más afectadas por las restricciones impuestas estaban la educación, los hoteles y restaurantes, agricultura, industria manufacturera y comercio; algunas de las cuales están muy feminizadas, lo cual incidió directamente en los ingresos de numerosas mujeres.
A los efectos indirectos se refirió Leonor Amaro, profesora de la Facultad de Filosofía de la Universidad de La Habana, quien realizó un estudio para conocer cómo las mujeres de su comunidad reordenaron la vida cotidiana en medio de la emergencia por la Covid-19.
Ellas han sido protagonistas en esta etapa, como mayoría dentro de los trabajadores de la salud, en el sector educacional y en el cuidado de la familia, sostuvo la experta durante su conferencia «Ordenamiento de las mujeres en momentos de pandemia».
No obstante, «¿qué pasa con una mujer cuando se queda sin poder trabajar, aunque el Estado le pague una parte del salario?», cuestionó. La respuesta es simple, dijo: «vuelve a las tareas domésticas, a las que ahora se suman la cola (fila), la búsqueda del alimento, el medicamento y todo lo que necesita para servir a su familia», agregó.
«Porque vuelve a servir a su familia en el 90 por ciento del día», precisó la profesora.
«Se levanta haciendo cosas para otros; es hermoso, pero es agotador, porque una mujer tiene que detener un trabajo que le gusta, que la anima, para afrontar otras tareas. La madre tiene que ser maestra, profesora de todas las enseñanzas, para acompañar a los hijos en el aprendizaje.
Psicóloga para animar a los hijos, ayudarlos a escapar del tedio, buscarles nuevas formas de entretenimiento, insistirles para que no descuiden el autocuidado de su salud».
Amaro acotó que los momentos de crisis, como este, tienden a provocar cambios, no siempre para mejorar. Planteó como un aspecto negativo que, ante medidas de emergencia, las mujeres siguen atadas a las responsabilidades hogareñas, muchas veces por decisión propia, pero la mayoría por disposiciones de otros que así lo establecen, porque se consideran «mejores» para el cuidado.
Resulta, por tanto, un gran desafío «desnaturalizar el cuidado y externalizar el trabajo doméstico», según valoró Lara Junco, para quien reconocer las brechas de género permite identificar lo que se necesita para avanzar en la igualdad en las relaciones entre mujeres y hombres en cuanto a oportunidad, participación y capacidad.
Añadió que en Cuba y en otras partes del mundo existe el reto permanente de promover prácticas que incrementen el empleo remunerado entre las mujeres, durante el ciclo de vida, en cualquier contexto y en condiciones de equidad.
Recordó la realidad de las cubanas, con un porcentaje importante incorporadas a las actividades remuneradas, aunque fundamentalmente en aquellos sectores con menor salario promedio.
Pero, más allá de eso, hay que preguntarse por qué hay 36,4 por ciento de mujeres que en el censo de población de 2012 declaró como actividad principal el trabajo doméstico no remunerado, cuando la mayoría de ellas tiene nivel medio, medio superior y está en edad laboral.
«¿Por qué esa cifra tan alta cuando tienen determinadas capacidades desarrolladas? Ese número es similar a América Latina, donde las mujeres no tienen la misma protección social o posibilidades», comentó la economista.
Una agenda de mujeres es muy necesaria, afirmó la experta. El Programa Nacional para el Adelanto de las mujeres apunta en ese sentido hacia la construcción de políticas para el empoderamiento económico de ellas, dijo.
También debe impulsar acciones educativas y formativas desde la niñez, con el propósito de fomentar relaciones interpersonales basadas en la igualdad, el respeto y la responsabilidad compartida e insertar temas de género en todas las formas de enseñanza, concluyó.