Quizás los dos elementos más relevantes que ha puesto sobre el tapete la eclosión del movimiento 15-M son: Uno: que el poder es básicamente extraparlamentario. Es decir, la oligarquía dominante -fundamentalmente financiera, pero no sólo- ejerce el poder manteniendo en una subalternidad con frecuencia cómplice a los restantes poderes del Estado: ejecutivo, legislativo y judicial. […]
Quizás los dos elementos más relevantes que ha puesto sobre el tapete la eclosión del movimiento 15-M son:
Uno: que el poder es básicamente extraparlamentario. Es decir, la oligarquía dominante -fundamentalmente financiera, pero no sólo- ejerce el poder manteniendo en una subalternidad con frecuencia cómplice a los restantes poderes del Estado: ejecutivo, legislativo y judicial. También el cuarto poder, la prensa, se halla sujeta a ese poder extraparlamentario vía contratos publicitarios u otros mecanismos. Y, siendo ese poder extraparlamentario, es perfectamente legítimo que sea contestado extraparlamentariamente. Por eso, la presencia del movimiento en la calle exigiendo la regeneración de la democracia está más que justificada: poco puede esperarse de la política que se discute en los parlamentos, que está dirigida fundamentalmente a satisfacer a los «mercados» mientras contempla con indiferencia el sufrimiento de tantas personas.
Dos: Y si nada puede esperarse por parte de senadores y diputados, si el gobierno de la nación y el conjunto de gobiernos autonómicos recortan derechos, privatizan a mansalva, convierten la «austeridad» en un fin en sí mismo, si desoyen imperturbables las voces que llegan desde abajo, ¿a quién puede sorprender ese grito de No nos representan que hemos oído una y otra vez en tantas plazas de España?
Lo que el movimiento, por tanto, ha puesto de manifiesto es el divorcio cada vez mayor entre buena parte de la ciudadanía y los que dicen representarla. Un divorcio que aún no se expresa suficientemente en el momento del voto -todo llegará- porque se suele votar más en contra del otro que a favor del que se vota, o porque en definitiva el voto nulo, o la abstención, no tienen funcionalidad real: favorecen en realidad a los partidos mayoritarios gracias a una ley electoral profundamente injusta que vergonzosamente defienden esos mismos partidos mayoritarios. En eso, PP y PSOE sí se han puesto de acuerdo.
Hay, en cualquier caso, una tercera faceta a destacar: la dificultad que parece experimentar la clase política, y la mayor parte de los opinadores mediáticos, en entender lo que está sucediendo. Algunos se defienden panza arriba contraponiendo la legalidad del voto a la legitimidad de la protesta. Otros confían en que se trate de un sarampión pasajero, de un exabrupto social que desemboque en nada. Pero nadie advierte lo que algunos -Manuel Monereo lo razona en este mismo número- desde fuera del sistema están pronosticando: que se está cerrando un ciclo, que estamos entrando en una nueva fase en la que todo, absolutamente todo, está por decidir. Que ya no valen los viejos discursos, las maneras antiguas, los conceptos acuñados en la Transición. Que cada vez menos gente comulga con ruedas de molino.
Todo está por hacer, y todo es posible, decía el poeta. Incluso recuperar la democracia. Los jóvenes del 15-M lo están intentando. No será fácil. Ese poder extraparlamentario -un poder oscuro- y sus cómplices harán lo imposible para mantener sus privilegios. Sólo que, ahora, han sido ya desenmascarados frente a todos.
Esto está sólo empezando.
Fuente: El Viejo Topo, nº 282/283, julio/agosto 2011, p. 5