Vemos emerger una nueva dimensión del procomún, bajo la forma de espacio urbano y edificaciones, aupada por el trabajo colectivo y liberada de buena parte de las obligaciones municipales. En una península ibérica en la que miles, centenares de miles de edificios y espacios públicos parecen condenados a la degradación y el abandono tras el […]
Vemos emerger una nueva dimensión del procomún, bajo la forma de espacio urbano y edificaciones, aupada por el trabajo colectivo y liberada de buena parte de las obligaciones municipales. En una península ibérica en la que miles, centenares de miles de edificios y espacios públicos parecen condenados a la degradación y el abandono tras el fin de la burbuja inmobiliaria , es una perspectiva más que esperanzadora.
Buena parte de los proyectos que conocimos ayer en IC Bilbo tenían algo en común: huertos en plazas en Lutxana, un campito con edificaciones en el centro de Getxo, una plaza en Errentería, una escuela en Castro Urdiales, un solar en pleno centro histórico de Madrid… todos representaban el paso de espacio, de edificios, gestionados hasta ahora por los ayuntamientos a proyectos ciudadanos abiertos que buscan su recuperación para el procomún.
No es sólo un reconocimiento de la pujanza de ciertas demandas barriales -como en su día muchos interpretaron la Tabacalera de Madrid– ni de la quiebra inminente de los ayuntamientos. En muchos de los casos existe además una suspensión de las normativas municipales, florecidas para generar escasez durante los años del boom especulativo del suelo y que son hoy una verdadera traba para cualquier proyecto.
Porque en realidad, lo que los ayuntamientos entienden es que necesitan volver a algo que queda en la memoria profunda de las instituciones locales, una vieja institución, más antigua que ellos mismos, que hoy es la única capaz de coser las primeras heridas de la descomposición.
En español, siguiendo al asturiano le llamamos andecha, en portugués mutirão, en euskera auzolan, en ruso toloka, en finés talkoot, en noruego dugnad… casi todas las lenguas tienen una palabra para el trabajo comunitario. También para los bienes comunes: el comunal tradicional de campesinos y cofradías de pescadores, el procomún, los commons en inglés, son la forma básica de un bien público no estatal.
Lo que vemos emerger ahora es una nueva dimensión del procomún, bajo la forma de espacio urbano y edificaciones, aupada por el trabajo colectivo y liberada de buena parte de las obligaciones municipales. En una península ibérica en la que miles de edificios y espacios públicos parecen condenados a la degradación y el abandono tras el fin de la burbuja inmobiliaria , es una perspectiva más que esperanzadora.
Porque, si lo pensamos, puede ser el punto de partida para un nuevo tipo de ofertas orientadas a organizar fundaciones comunitarias u organizaciones equivalentes dedicadas a mantener el «espíritu de andecha» y gestionar el «procomún municipal». ¿Por qué no proponer nuevas formas de desarrollo económico que superen a los «polígonos», nuevas formas de vivienda e incluso de socialización y trabajo cooperativo a los ayuntamientos?
Fuente: http://bitacora.lasindias.com/el-despertar-del-comunal-urbano/