El reconocimiento y respeto a Euskal Herria a través de un proceso de diálogo, negociación y acuerdo sigue centrando el pulso político con mezcla de expectativas, desesperanzas, optimismo, resignación… en las sensaciones de la mayoría de la ciudadanía. En momentos así resulta difícil objetivar con balances sosegados y planteamientos con perspectiva. Es el último hecho […]
El reconocimiento y respeto a Euskal Herria a través de un proceso de diálogo, negociación y acuerdo sigue centrando el pulso político con mezcla de expectativas, desesperanzas, optimismo, resignación… en las sensaciones de la mayoría de la ciudadanía. En momentos así resulta difícil objetivar con balances sosegados y planteamientos con perspectiva. Es el último hecho o declaración lo que adquiere proyección, como si nada hubiera ocurrido en estos diez meses tras la declaración de alto el fuego de ETA o en los casi tres años de Gobierno del Sr. Zapatero.
La izquierda abertzale, LAB, con su trayectoria de compromiso y sacrificio, siempre ha trabajado con perspectiva ante cualquiera de las coyunturas planteadas en un conflicto cuya naturaleza, más allá del surgimiento y actuación de ETA, está ligada a la propia existencia de nuestro pueblo y sus ansias de ganar un reconocimiento que garantice relaciones estables y democráticas. Con aciertos y errores, pero siempre con honestidad, por objetivos que constituyan una base sólida para la superación definitiva y democrática de una larga historia de confrontación y sufrimiento.
En los gobiernos español y francés, al contrario, las reflexiones han fluctuado entre el inmovilismo de fondo y las necesidades o coyunturalismos de los gestores de turno. En el caso es- pañol, desde el inicio de la transición que se realizó sin ningún coste para los dirigentes políticos y militares que durante cuarenta años arrasaron pensamientos, valores y vidas humanas, nos encontramos con gobiernos de centro, derecha y socialistas que siempre se sitúan en parecidas posiciones ante el conflicto político vasco.
En el caso francés la experiencia es similar. Las alternativas han fluctuado, pero la línea política con le Pays Basque no se ha modificado con derechas o izquierdas en el Gobierno de Matignon. Incluso cuando por intereses electorales surge alguna propuesta positiva, como el compromiso de crear el departamento de Mitterrand en 1987, su incumplimiento se convierte en un espejismo proyectado para frustración y resignación en la sociedad vasca.
Así pues, nos hemos encontrado con posiciones de Estado inmovilistas que alimentan cíclicamente el conflicto por la ausencia de una reflexión de fondo que fertilice en caminos de solución real y democrática. Es verdad que cada conflicto tiene sus características, pero es evidente que si en el «caso irlandés» Gran Bretaña, con sus poderes legislativo, judicial y militar, no adopta una firme decisión de abordar la solución al conflicto, no se habrían dado los pasos en torno a compromisos básicos de carácter recíproco y público (Downing Street), condiciones democráticas para el Sinn Féin, presos, desmilitarización…; lo mismo podríamos decir en el caso sudafricano u otros que, tras décadas de confrontación, han caminado por la vía del diálogo, la negociación y el acuerdo.
¿Por qué digo todo esto? Esta reflexión la quiero ligar a una coyuntura sacudida por los hechos de Barajas o decisiones judiciales aunque, evidentemente, no empieza ni termina en función de los mismos. Si tenemos que buscar una referencia para analizar la actual situación tenemos que ir, a mi entender, al cambio en el Gobierno español con la entrada de Zapatero y a la propuesta de Anoeta. Esa doble referencia es la que debe generar un análisis con mirada retrospectiva y con visión de futuro si existe voluntad de avanzar en parámetros de solución democrática.
Zapatero se proyectó como garantía de un cambio que tuvo en la retirada de tropas de Irak su primer aldabonazo. Posteriormente aborda reformas progresistas en materias como igualdad, matrimonios gays o la religión en la educación, sensibles para los grandes «tótem» de la ultraderecha española dirigida por la Conferencia Episcopal. En relación al modelo territorial, aborda un aggiornamiento del modelo autonómico que, en el caso catalán, necesitó de una orfebrería política plena de habilidad y maquiavelismo.
Por eso, tras la neutralización de la llamada «teoría de la conspiración» en torno al 11-M, auspiciada por sectores mediáticos para desgastar al Gobierno de ZP, el «conflicto vasco» adquiere total centralidad en el pulso entre los dos grandes partidos y sus respectivos ámbitos fácticos. Llegados a este punto es necesario analizar si detrás de muchas palabras existe realmente voluntad y compromiso para avanzar hacia la paz y soluciones políticas.
En estos meses es objetivo diferenciar dos espacios: Estado y Gobierno. La sensación de que el Gobierno está o estaba en unas posiciones y que el Estado, con sus diferentes espacios fácticos, emitía y actuaba en distinta frecuencia, ha sido evidente. El PP decide utilizar los resortes del Estado para su estrategia de erosión al Gobierno incidiendo en posiciones judiciales, política penitenciaria y avance del propio proceso de diálogo al interiorizar que la paz es un activo que sólo rentabilizará el PSOE. Eso sí, esto no significa la atenuación de las responsabilidades del Ejecutivo. El plegamiento a los condicionantes de esa estrategia, el mantenerse a remolque de la portada de tal o cual medio de comunicación o el estar pendiente del inmediatismo de la encuesta de turno le ha llevado al Gobierno de ZP a una gestión sin convicciones ni cimientos sólidos.
Esa posición defensiva y sin horizonte u hoja de ruta clara es la que ha ido poniendo al llamado «proceso» ante situaciones de ahogo y atasco para todas las partes, especialmente para la izquierda abertzale y el propio Gobierno socialista.
Desde la convicción por muchas variables sociales, económicas y geopolíticas de que estamos ante una oportunidad única de construir un escenario de paz y estabilidad democrática en Euskal Herria y el Estado español, con el protagonismo de la sociedad y el respeto a todos los derechos individuales y colectivos, es- tamos en un momento en el que al proceso hay que darle, sin miedos ni tapujos, los contenidos e ingredientes que necesita.
Y para ello, necesariamente, hay que superar las experiencias de otros gobiernos y, desde luego, la de estos últimos meses. Hay que superar la tesis de que un proceso de diálogo y negociación, donde la clave es el reconocimiento del sujeto político vasco, se pueda realizar sin compromisos políticos sobre una legalidad vigente que niega ese recono- cimiento. Es indispensable, también, poner los instrumentos del poder ejecutivo y legislativo para decisiones en torno a variables de ese proceso influenciadas por la Ley de Partidos, doctrina Parot y actual política penitenciaria. Máxime cuando el PP se agarra a los aparatos del Estado para interferir y condicionar la posición del Gobierno.
Por tanto, no hay proceso de paz sin reconocimiento de interlocutores, sin avances en condiciones democráticas y sin consolidar contenidos, ritmos e instrumentos para un diálogo y negociación política entre todos los partidos de este país. Pretender hacer un proceso de paz con los instrumentos establecidos para otra estrategia política es imposible. Pretender en el conflicto vasco construir la paz sin precio político es como pretender hacer un jersey sin hilo. Imposible también. Pero, matizando, cuan- do se habla de precio político no hablamos de imposición de un modelo institucional y social concreto sino de que los hombres y mujeres de los territorios de Euskal Herria tengan las mismas condiciones en el de- sarrollo y operatividad de forma democrática de cualquier proyecto político, incluido la independencia. Pero, eso sí, tener las mismas condiciones significa que la voluntad vasca es soberana y que, por tanto, no puede estar mediatizada por legalidad u ordenamiento alguno. Esas legalidades u ordenamientos deberán ser ob- jeto de modificación negociada para respeto de la voluntad popular vasca. Por lo tanto, no hablamos de precio político sino de democracia real.
En este sentido, cuando Zapatero habla de «compromiso por conseguir el fin de la violencia, la paz», y siendo conscientes de que eso obliga a todos y todas, incluido el conjunto de la izquierda abertzale, deberá sustentar ese objetivo en posiciones sólidas y contrastadas, en actuaciones de valentía e irreversibilidad. Construir la paz necesita de arquitectos que tengan dibujado todo ese edificio de negociación y acuerdos y, desde luego, sobran «escayolistas» para blanquear dinámicas y terapias pasadas en un conflicto con tanto nivel de sufrimiento.
La situación exige impulsos netos, tangibles, para que adquieran la necesaria irreversibilidad. Partimos de diez meses de un «no proceso», de muchas decisiones, actuaciones y hechos ubicados en el «no proceso». Pero, con todo, segui- mos en la estela de un alto el fuego permanente y una voluntad de «recorrer el camino hacia la paz» que debería, como consecuencia, generar su encauzamiento.
Y en esto, señalar que el compromiso de la izquierda abertzale con Anoeta, con un proceso de soluciones, es un valor en sí mismo que, quizá, algunos han menospreciado o instrumentalizado en estos meses. Pero, repito, la izquierda abertza- le sigue comprometida en ofrecer a la sociedad vasca un escenario con derechos y sin violencias, con reconocimiento político y pluralidad, con la sociedad vasca como único protagonista. Sr. Zapatero, el diálogo, la negociación y el acuerdo no tienen alternativa. O mejor dicho, la alternativa es el mantenimiento de un escenario de tensión, confrontación, conculcación de derechos y sufrimiento que nos arrastrará a todos, incluido usted mismo.
Y en esta reflexión quisiera remarcar el papel de la sociedad vasca. Es razonable entender que existe un cansancio psicológico, un cierto hartazgo o resignación ante determinados hechos y actuaciones. Nadie puede eludir responsabilidades individuales y colectivas, pero eso también debe motivar un análisis sincero de todas las partes.
Condicionar positivamente la evolución de los acontecimientos políticos tiene que ser un reto individual y colectivo. En la historia de la humanidad nada se mueve sin el protagonismo activo de la sociedad. Y, desde luego, en la Europa del siglo XXI, con estos niveles de vida y consumo, mucho menos. Por lo tanto, tenemos que darle fuerza, utilizando terminología sobre metodología del proceso, a un «tercer carril» donde la sociedad exija con fuerza diálo- go, respeto a la voluntad Euskal Herria y paz interpelando a los agentes que tienen que construir un escenario de soluciones democráticas. Ese es el valor de Milakabilaka y por eso estaré en Bilbao este sábado.
Rafa Díez Usabiaga – Secretario general de LAB