El dinero de Europa se ha convertido en una especie de fetiche. Se espera de él todo. Son muchos los que lo consideran la piedra filosofal que solucionará todos los problemas. Los empresarios andan como gorriones con la boca abierta esperando el maná, no de papá Estado, sino de mamá Europa.
Sánchez se aprovecha para tenerlos en primer grado de saludo; y ahí estuvieron todos los que dicen que son algo en la economía española, en primera fila, como en un colegio, pendientes de las palabras del presidente en una conferencia vacua, sin contenido, que estaba dirigida a una única finalidad, la de conseguir prietas las filas tanto en el mundo económico como en el político.
Sánchez piensa utilizar los fondos europeos como la palanca para afianzarse en el poder. Sus acólitos proclaman que son suyos porque los ha conseguido, y es evidente que, en sus intenciones, incluso lo ha dicho explícitamente, está emplearlos con total discrecionalidad. Son su instrumento para domesticar el mundo empresarial y sindical. Espera tener a todos comiendo de su mano porque todos confían en obtener pingües beneficios de dichos fondos. Instrumento también para doblegar a la oposición, chantajeándoles con la falacia de que su adhesión es necesaria para obtener los recursos, y responsabilizándoles de los problemas que puedan presentarse.
Aprovecha que la izquierda no existe, y que la derecha está desarbolada. Vox, en el monte creyendo que por ser más asilvestrado gana en eficacia, pero lo único que consigue es desacreditarse; Ciudadanos, traumatizados por los últimos resultados electorales, continúa bailando la yenka y se han convertido en los tontos útiles de Sánchez a los que maneja a sus anchas y humilla cuando quiere; y el PP se debate de caso de corrupción en caso de corrupción, muy bien aireados y orquestados por el sanchismo y sus aliados.
No seré yo el que reste importancia a la corrupción, pero en este país ningún partido puede tirar la primera piedra. En materia de gastos reservados es posible que el PP lo único que haya hecho es seguir el ejemplo del PSOE, así que me resulta difícil no ver como un gran acto de hipocresía la rasgadura de vestiduras de Ábalos cuando, como otros muchos, pasó en 1981 del partido comunista al socialista, para estar de meritorio en esta formación política, sin que en todos estos años haya levantado la voz lo más mínimo contra la corrupción o los fondos reservados. Tampoco a Sánchez se le puede considerar adalid en la materia, ya que ingresó en el PSOE en 1993, en pleno auge de la corrupción de este partido, cuando otros lo abandonaban escandalizados por ese motivo.
Retornando al dinero de Europa, lo primero que hay que afirmar es que no es de Europa, y mucho menos de Sánchez. El dinero es de todos los españoles, porque todos vamos a tener que pagarlo. A pesar de la inmensa propaganda oficial, la mayor parte de los recursos van a venir en forma de créditos. (Ver mi artículo del 30 de julio titulado “Míster Marshall parió un ratón”). El Estado español se va a endeudar hasta unos niveles desproporcionados a los que jamás creíamos que íbamos a llegar. Posiblemente, el stock se incrementará en más de 200.000 millones de euros.
Resulta curioso que aquellos que pusieron el grito en el cielo con la utilización de 40.000 millones de euros para enjugar las pérdidas de las cajas de ahorro –que en buena medida suponía salvar a un montón de pequeños depositantes- saluden con gozo y no tengan ningún reparo en gastar una cantidad de dinero mucho mayor, que después hay que devolver, en ayudar empresas de manera más difusa y previsiblemente con mucha menos transparencia.
La ministra de Economía ha afirmado en referencia a la polémica desatada sobre los excedentes de las corporaciones locales que el Gobierno no necesita para financiarse el dinero de los ayuntamientos, ya que el Tesoro no está encontrando ningún problema en los mercados. La pregunta surge de manera inmediata: ¿Por qué entonces se recurre a los préstamos europeos? Es más, ¿por qué la funcionaria aplicada de Bruselas mantiene que la respuesta europea es fundamental? Es que, una vez más, la ministra de Economía se queda en medias verdades, que suelen ser las más terribles de las mentiras, porque si el Tesoro en estos momentos puede financiarse de forma adecuada es porque el BCE sostiene la deuda pública española. Como ya he mantenido alguna vez, el rescate de Europa se dirige más a aliviar la inmensa carga del BCE y a solucionar los problemas de las empresas que a mejorar las cuentas públicas de los países.
El presidente del Gobierno identifica torticeramente los Presupuestos Generales del Estado con el plan de recuperación económica y con los dineros europeos, cuando en realidad son realidades muy distintas, aun cuando puedan en el límite tener alguna conexión. Los presupuestos, si al final se aprueban, se circunscribirán al año 2021, mientras que los préstamos europeos irán llegando con mucha parsimonia, de forma escalonada y condicionada a lo largo del periodo 2021-2027. Están unidos al marco financiero plurianual de la UE. FUNCAS estima, y yo creo que con cierto optimismo, que en 2021, recibiremos como mucho 14.000 millones (10% del total), en su mayoría préstamos.
Los pregonados presupuestos de 2021 en lo fundamental están ya hechos, puesto que muchas decisiones con impacto en ese ejercicio están tomadas y las que quedan por tomar se adaptarán sobre la marcha, bien sea con los nuevos presupuestos o con los de Montoro otra vez prorrogados (Ver mi artículo del 13 de agosto pasado titulado “Los presupuestos y la pantomima de Ciudadanos”). Si Sánchez está tan interesado en elaborar unos nuevos es tan solo por una cuestión de apariencia, por evitar el bochorno de que después de casi tres años de estar en la Moncloa haya sido incapaz de aprobar unos presupuestos propios y tenga que ejecutar unos ajenos, que, además, él tanto denigró cuando estaba en la oposición.
Mayor interés sin duda tendría conocer las previsiones de liquidación de las cuentas públicas tanto para 2020 como para 2021, pero ahí precisamente el Gobierno extiende un muro de secretismo y es difícil estimar el brutal agujero económico que va a experimentar el sector público en los próximos años. Para 2020- 2021, el Banco de España establece dos escenarios con unos déficits públicos del 10,8 y del 7,0% respectivamente en el primer escenario y del 12,1 y 9,9% en el segundo y peor, lo que conduce a que la cifra de endeudamiento público se mueva al final de 2021 en un abanico del 115% al 125% del PIB. Todo ello sin contar la deuda que contraeremos con la UE. Los déficits sin embargo pueden ser bastante mayores si se tiene en cuenta no solo el incremento del numerador sino también la reducción que va a sufrir el denominador, es decir el PIB.
La verdadera incógnita que se abre no está en la discusión de los presupuestos sino en a dónde se van a dirigir los créditos que provengan de Bruselas a lo largo de los próximos cinco años, recursos que se administrarán en cierto modo al margen de los presupuestos y que van a conceder un gran poder a quien los maneje. Casado tenía razón en su entrevista con Sánchez al poner el acento en el plan de reconstrucción. Se comprende perfectamente su preocupación y su petición de que fuese una comisión de técnicos independientes la que decidiese el reparto.
Siempre he desconfiado de las comisiones de expertos independientes porque nunca son tan independientes y su condición de expertos siempre resulta discutible. Pero, al margen de ello, sí tiene toda la consistencia la idea que se encuentra detrás, que la asignación y las condiciones que se fijen gocen de toda la transparencia y objetividad posibles. Parece razonable exigir que ninguna fuerza política pueda apoderarse de su distribución y que la discusión y aprobación se realice en el Congreso con luz y taquígrafos y no de forma global, sino detallada. El plan de recuperación va a constituir en la práctica los verdaderos presupuestos que deben debatir y pactar todas las fuerzas políticas.
Pero aquí termina la petición de unidad de Sánchez. No está dispuesto a conceder en esta tarea la menor participación a nadie. No tiene ninguna intención de compartir el poder que piensa que le va otorgar la distribución de forma discrecional de todo este cúmulo de dinero. Poder frente a las Comunidades Autónomas, frente a las fuerzas económicas, frente al Ibex, frente a las grandes empresas y, a través de ellas, frente a los medios de comunicación. Se habla mucho de salvar a los autónomos y a las pequeñas empresas, pero la parte del león se la llevarán las grandes. Entrará en juego la cofinanciación, la cooperación público-privada y otras formas de ingeniería financiera, pero siempre que el sector público se ha ayuntado con el sector privado el primero ha salido escaldado. Recordemos tan solo a modo de ejemplo los casos de las desaladoras, los hospitales y las autopistas.
Por ello resulta tan indignante la comparecencia de la doctora ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno tras la entrevista del presidente del Gobierno con el jefe de la oposición, descalificando como un tema menor lo que denominó aspecto puramente formal, los mecanismos de decisión en la elección de los proyectos y de los destinatarios de las ayudas. Sin embargo, detrás de ese aspecto se encuentra la idea de soberanía y de democracia, y sobre todo la utilidad y la eficacia en la administración de unos recursos que van a caer en el futuro como una vasta carga sobre todos los españoles. La intervención tan airada de la señora doctora era signo evidente de que Casado había hecho diana y que de ninguna manera Sánchez está dispuesto a dar entrada a nadie en esta tarea que presume que le puede conceder un inmenso poder personal.
Prueba evidente de esta postura del presidente del Gobierno se encuentra en que ya ha constituido una comisión al efecto en la Moncloa, dentro de su propio gabinete, en la que ni siquiera ha incorporado a sus socios de gobierno. Despierta estupefacción escuchar al líder de Podemos hablar de emplear los recursos europeos para crear una nueva clase empresarial. Estupor porque no se sabe si habla desde la inocencia o desde el cinismo.
Lo más grave del tema es que no saben qué hacer con el dinero y en qué proyectos invertirlo. Tienen el temor de que no sean ni siquiera capaces de preparar la documentación que les va a exigir Bruselas y desconfían aun más de su capacidad para gestionar los proyectos. De ahí que hayan acudido a contratar la colaboración de las cuatro grandes firmas de auditoría –Deloitte, PWC, EY y KPMG. Uno se pregunta hasta qué punto estas compañías están capacitadas para conocer las necesidades de la economía española y sobre todo cuál va a a ser su objetividad si, como es de suponer, cada una de ellas tiene sus intereses y sus conexiones económicas y financieras con otras sociedades.
Existe a nivel popular una equivocación referente a los recursos que van a venir de Europa, que –conviene afirmarlo una vez más- en su mayoría directa o indirectamente lo harán en forma de préstamos, e incrementarán la losa de endeudamiento para los próximos años. Equivocación propiciada por el Gobierno. En contra de lo que cree una gran parte de la población, no se podrán emplear para enjugar las extensas y profundas necesidades sociales que va a generar la crisis económica, ni siquiera para amortiguar la brutal baja de recaudación que va a sufrir el Tesoro Público. Los recursos se orientan a proyectos de inversión y a ayudar a empresas (en su mayoría grandes empresas, que serán las implicadas en estos proyectos), y todo ello según los objetivos y las prioridades de Bruselas, que no tienen por qué ser los que convienen a la economía española. No olvidemos que nos continuamos moviendo en la Europa del capital y es el capital el que manda.
A todo ello habrá que añadir los propios intereses de Pedro Sánchez, en especial sus acuerdos con algunas grandes compañías del IBEX. Es la misma patronal CEOE la que avisa de que los sectores elegidos en primer término por el presidente del Gobierno (banca, telecomunicaciones, energía, etc.) no son los más representativos del tejido industrial de este país, ni los que más han sufrido por la crisis, ni siquiera los que más pueden reactivar la demanda. Bien es verdad que tal vez sí son las empresas que más interesan a Sánchez para consolidar su poder y controlar los medios de comunicación social, su objetivo número uno. Me temo que según avance el tiempo los españoles nos daremos cuenta de que el dinero de Europa no ha sido un buen negocio.