Recomiendo:
0

Poesía desde la inmigración

El doble regreso de Modou Kara Faye (Senegal, 1985 – Alicante, 2003)

Fuentes: Rebelión

    He destruido la fachada tapiada del odio. Finalizo el asalto: no hay nada más fuerte que el amor M. K. F No hace ni cinco años llegaba a nuestra casa un sobre desde Alicante con unos cuantos poemas y unas líneas pidiéndome el favor -el tiempo- de leerlos y de dar una opinión, […]

 

 

He destruido la fachada tapiada del odio.

Finalizo el asalto:

no hay nada más fuerte que el amor

M. K. F

No hace ni cinco años llegaba a nuestra casa un sobre desde Alicante con unos cuantos poemas y unas líneas pidiéndome el favor -el tiempo- de leerlos y de dar una opinión, aun fuera a vuelapluma. Los poemas los firmaba Modou Kara Faye, un poeta senegalés francófono de apenas 16 años de edad. Las líneas las mandaba Pep Buades, un infatigable viajero del Magreb y del mundo islámico, que había dado con Modou en una habitación de oncología del hospital de Alicante.

Aquellos poemas -«Le monde est infidèle à mes rêves», «Mes fréres», «Le monde a mûri»… – eran de lo mejor que había leído últimanente, rabiaban fuerza por todos sus costados y estaban escritos con la insobornable ansia de quien -salido de África por la fuerza y arribado a los muros de nuestra rica Europa- todavía tenía voz para cantarle al amor y a la fraternidad, a pesar de su combate cotidiano con el sufrimiento. Desde aquella primera lectura, desde aquella emoción primera, fui recopilando su poesía conforme iba siendo escrita: la obra de Modou, breve e intensa, no parece alcanzar la veintena de textos.

Modou Kara Faye había llegado a España hace cosa de siete años, para reencontrarse con su padre (dejó a su madre en Senegal) y, sobre todo, para que le amputaran -ya en Alicante- la pierna derecha a la altura de medio muslo. El cáncer para entonces, cuando nosotros tuvimos la suerte de conocerlo, ya se le extendía por los pulmones. En su terca rebelión contra la muerte, Modou había adquirido -así lo recuerda Buades- una rara madurez, consciente de la libertad que había perdido tanto con el cáncer como con la amputación de una de sus piernas. Sus ojos alternaban la ternura con la desconfianza, el dolor con una timidez extrema, la dureza en la mirada y la sonrisa más desconcertante. Con el cuerpo deshecho por las sesiones de quimioterapia, su caso era presentado como terminal por los doctores de la planta de oncología. En aquel cuerpo adolescente radiaba, con toda su fuerza, un poeta de palabras como cuchillas.

La silla de ruedas dio paso pronto a las muletas; éstas, a una pierna ortopédica. Por aquel entonces dos muchachas se le disputaban el corazón y Modou había empezado a tener contacto con otros jóvenes de su edad. Comenzaba a aprender castellano en la Cruz Roja.

Fue en esa época cuando empezó a escribir su poesía. Cuando tuve la suerte de que algunos de sus poemas nos llegaran a casa. Cuando lo invitamos a pasar unos días a Valencia. Cuando intervino en la primavera del II Foro Social de las Artes y sus versos nos arañaron el corazón en una lectura pública compartida con un exiliado salvadoreño de la teología de la liberación, un poeta marxista español y un autor chileno de los barrios periféricos de Valdivia.

Modou -repito- nos arañó con sus poemas, y lo seguirá haciendo. Ana Carrión, que viajó con él desde Alicante, nos dice que Modou lloró -en el trayecto de vuelta- de pura emoción por haber podido cantar en público sus propios versos: en una larga conversación en el Paseo Marítimo de la Malva, me había reconocido que sus poemas habían sido escritos en el silencio y que tenían como primer detonante un profundo sufrimiento y las ganas alzadas por querer conjurarlo.

A principios de septiembre de 2003 Pep Buades, que acompañó a Modou en tantos y tantos momentos (la historia de este acompañamiento habla de una fidelidad, de una salvación, de una irrenunciable cercanía), comunicaba la noticia de su muerte:

«(…) Recordarás a Modou, y la fuerza de su poesía. Es duro comunicarte su muerte. Y sin embargo me queda un poso de paz. En estos dos años pasó de dejarse morir a querer vivir, de verse reducido a la impotencia a aumentar su autonomía. Albergaba sueños y se mantenía lúcido acerca de sus posibilidades. Durante el verano se puso al servicio de la Cruz Roja, para atender a los viajeros argelinos en el puerto de Alicante.

Le vi por última vez a finales de julio. Entonces me despedí como quien se muda de ciudad (vivo ahora en Salamanca). Le veía más robusto. Los médicos le decían de no volver al hospital hasta septiembre. En verano viajé bastante. Al regreso de mi último viaje me comunicaron su fallecimiento. Su última crisis fue breve. Quiso verme antes de entrar en coma. Pero no estaba localizable. Esto me apena, aunque nada podía hacer.

Modou se mostraba reacio a publicar su obra, tan breve, tan intensa. La ofreció de viva voz. Imagino que autorizó que publicarais el material que tenía. Creo que tengo algo más en mi poder: más reciente y menos pulido. Ya me dirás si te interesa. Sería lástima que se pierda».

Del doble regreso de Modou me da noticias Ana Carrión estos días: del regreso a su tierra y del regreso a ese cielo del mundo que él deseaba acabar de habitar en uno de sus poemas. Me alegra pensar que su cuerpo está de nuevo en Senegal, visitable por su madre y por su pueblo (de éste Modou cantó: «Yo soy de un pueblo ebrio de universalidad / animado de comunión y que comparte el mundo»).

Y rezo hoy -creedme- con los versos finales de uno de sus más intensos poemas:

«El alfabeto de mi lengua empieza por

Comunitario

Mi Salvación está hecha de Amor

Y soy soldado de una patria infinita».

(Se publican –pinchando aquí– los poemas que Modou nos ha dejado): http://www.nodo50.org/mlrs/Biblioteca/modou/obra.pdf

Pie de foto:

El poeta de 17 años de edad Modou Kara Faye, recitando su poesía en el II Foro Social de las Artes (Valencia, 2003), el mismo año de su muerte.