La historia de Excalibur, el perro de Teresa Romero, la enfermera infectada por el virus del Ébola, es ejemplar. El PP destruye la sanidad pública, mete el ébola en España trayendo por razones electoralistas a dos sacerdotes contagiados que deberían haber sido tratados -con los mejores medios mandados desde aquí- sobre el terreno, se instruye […]
La historia de Excalibur, el perro de Teresa Romero, la enfermera infectada por el virus del Ébola, es ejemplar.
El PP destruye la sanidad pública, mete el ébola en España trayendo por razones electoralistas a dos sacerdotes contagiados que deberían haber sido tratados -con los mejores medios mandados desde aquí- sobre el terreno, se instruye deprisa y corriendo a un equipo médico sin experiencia en un hospital en el que había sido desmantelado el mejor departamento de epidemiología del país, no se hace después un seguimiento de los médicos y enfermeras que atendieron a los enfermos y, cuando ocurre lo que era probable, o al menos posible, que pasara, se echa la culpa a la víctima y, más allá, a un perro.
La ministra Ana Mato -profético apellido- tranquiliza al país sobre el número de personas con las que ha estado Teresa Romero en sus vacaciones y durante su estancia en el hospital de Alcorcón, a donde acudió alarmada por sus síntomas, decenas o centenares de personas difícilmente identificables y localizables: «tenemos casi toda la lista», declara. Que es como decir de un cadáver: «le hemos curado de casi todas sus heridas». O como decir de una bomba dejada en un centro comercial: «la hemos casi desactivado». Este «casi» invalida todo el éxito de la operación y revela, además del cinismo de la ministra, la incapacidad para gestionar la situación. Por este «casi» se escapa, fuera de control, el ébola y sus futuras víctimas. Cuando uno es incapaz de controlar una situación, y es consciente de su responsabilidad, ¿qué hace? Busca un perro y lo manda sacrificar.
Los antiguos israelitas, en el Levítico, lo llamaban «chivo expiatorio», porque se trataba, en efecto, de este animal. Los griegos antiguos lo llamaban farmakós, de donde derivan nuestros «fármaco» y «farmacia», y consistía en un «remedio» sangriento y supersticioso: cuando la tensión social, el desorden o la enfermedad amenazaban la ciudad, se escogía una víctima propiciatoria -humana o animal-, se concentraban en ella todos los pecados del mundo y, tras insultarla y latigarla, se la mataba públicamente, de manera que quedaba resuelto el problema. El caos se encerraba en un cuerpo limitado, fácil de manejar, que luego se destruía con gran alivio colectivo. Una solución fácil; es decir, mágica; es decir, primitiva, a una amenaza que está en otra parte, que sigue su propio curso, mientras Excalibur es sacrificado e incinerado con gran contento del ministerio.
La única medida concreta, real, que ha tomado el PP hasta ahora contra el ébola ha sido matar a un perro.
El PP ha convertido España en un país del Tercer Mundo en términos de sanidad y corrupción. Y trata a los españoles con supersticioso oscurantismo medieval. Ojalá Teresa Romero se salve. Ojalá el ébola no cause más víctimas, ni en España ni en ningún otro lugar del mundo. Ojalá el PP pague electoralmente su desprecio por la gente, su populismo irresponsable y su gestión homicida.
La gente no es idiota: Excalibur no será su farmakós sino su ruina.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.