Los casos Penta y Soquimich -entre otros- confirman las sospechas de los chilenos en el sentido de que el carburante de la política dominante es el dinero, y que la relación corrupta entre ambos factores ha asfixiado primero, y dado un golpe de gracia después a eso que aquella ha llamado democracia. Era de sotto […]
Los casos Penta y Soquimich -entre otros- confirman las sospechas de los chilenos en el sentido de que el carburante de la política dominante es el dinero, y que la relación corrupta entre ambos factores ha asfixiado primero, y dado un golpe de gracia después a eso que aquella ha llamado democracia. Era de sotto voce que las grandes empresas actuaban financiando con boletas truchas a sus peones políticos a cambio de servicios diferidos. Además de practicar el fraude al fisco. Si esto andaba es porque la ley del silencio tronaba e imperaba entre todos los que se sentaban en los curules del binominal. Lógico. Decir alto y claro la verdad de la milanesa no facilitaba la política de los «consensos».
Por supuesto, son todos «políticos profesionales»; lo que está lejos de significar que sean sinceros y probos, pero tampoco competentes. Es como si hubiera una incompatibilidad manifiesta entre coraje político y «profesionalismo». Es el «profesional de la política», muy bien remunerado, aquél que se mueve en los oscuros pasadizos y redes del poder el que se ha enlodado junto con sus pares. Sí, se trata de cómplices: algunos activos y los otros pasivos. Ambos lo sabían. El silencio es el principio de la casta.
Ahora bien, es innegable que lo anterior es la consecuencia de haber dejado en pie y bricolado las instituciones heredadas de la dictadura para dilatar con discursos y actos el proceso de agonía de la llamada «transición». Ahí se moldeó o institucionalizó el parlamentario típico. Incluso aquellos con emociones fascistas tuvieron su espacio de expresión (*).
Otro de los efectos subjetivos del leit motiv concertacionista: el muy aylwinista «en la medida de lo posible», canturreado a coro durante años. Así fue que transformaron en virtudes a los vicios de la transición pactada.
Y lo que es «posible», en esta doctrina de los «transitólogos», estaba definido y acotado por los intereses estructurales del capitalismo neoliberal chileno que fue implantado desde arriba y con violencia «soberana» por el Estado pinochetista. Este creó las condiciones para llenar de plata las cuentas bancarias off shore, así como potenció social y mediáticamente al 1% de la sociedad que tiene el apoyo indefectible de al menos entre el 5% al 10% de la sociedad (aparte de los datos que no hay acerca del 1% -por algo será-, pero falta también data mining socioeconómica e ideológica acerca de ese 5 a 10%). Simple: es hacia ahí que chorrea. Y ahí llegaron para lucrar los nuevos empresarios, ex opositores de la dictadura, durante el largo período concertacionista.
No hay que olvidarlo. Los amos, para hacer negocios («emprender» le llaman) tienen siempre mayordomos (mucho consanguíneo en Chile) y parvenus que se reclutan en las capas de profesionales (abogados, economistas, ingenieros, uno que otro sociólogo y periodista, lobbystas, etc). Ya antes, en los colegios privados (es la función de reproducción social de estas instituciones escolares y de «socialización» de clase de la casta), se reconocen como siendo «más iguales» entre ellos que con el resto.
Cabe decir que los responsables de haber hecho creer que las «instituciones funcionaban», como lo declaró en su momento el ex Presidente Ricardo Lagos, eran los políticos de la UDI y RN, más los insignes operadores políticos y parlamentarios concertacionistas. Estos últimos buscan hoy administrar las reformas para salvar las estructuras que garantizan la acumulación de capital y la concentración de la riqueza. Es más fuerte que ellos. En vez de lo anterior, y si fueran consecuentes con las promesas de reformas estructurales, podrían utilizar el desastre derechista y su impacto en la opinión pública para profundizarlas, aprovechando tácticamente (huelga decirlo) el marasmo político en el cual se encuentran sus pares-adversarios de la UDI y RN.
En otro campo, el de la economía política, la intervención del economista francés Thomas Piketty cuyo best seller, El Capital en el Siglo XXI da la vuelta al mundo para demostrar la desigualdad galopante generada por el capitalismo contemporáneo con la anuencia de sus Estados, cuyo paradigma obsceno es el caso chileno (el 1% se acapara privadamente del 35% del ingreso nacional producido socialmente) también deja como chaleco de mono a quienes lo aplauden desde la NM. Porque es a sabiendas que la Concertación-NM no produjo una reforma tributaria que le hiciera pagar a ese 1% de los súper ricos lo que le debe a la sociedad chilena en educación y salud pública, pensiones y calidad de vida en general. La DC se ufanó de esos acuerdos cocinados con la derecha empresarial.
¿No era acaso el ex Presidente Lagos, el mismo que hoy alaba al joven economista galo por su recopilación de datos acerca de las diferencias de ingresos y patrimonios que se agrandan como en el siglo XIX entre las clases sociales, el que nada hizo por revertir una tendencia manifiesta hacia la concentración de la riqueza entre la manos de la oligarquía al privatizar bienes públicos, él, que hace algunos meses solamente, haciéndose eco de las quejas empresariales contra el ministro de hacienda Arenas, decía que había que concesionar bienes públicos a los mercados privados lo más que se podía? ¿No fueron Lagos y Frei los campeones de la privatización del agua?
¿Y no mantuvieron los concertacionistas, sin modificar durante 20 años, el código del trabajo de la dictadura, base de sustentación del modelo en la extracción de ganancias y concentración de la riqueza vía explotación del trabajo asalariado, factor que Thomas Piketty subestima para analizar la nula distribución de la riqueza social y que explica porqué las políticas neoliberales buscan constantemente precarizar y flexibilizar la mano de obra e impedir la negociación colectiva hasta criminalizar la actividad sindical de los trabajadores?
El filósofo alemán Peter Sloterdijk explicaba en su libro Crítica de la Razón Cínica que el cinismo había reemplazado a la ideología en la modernidad capitalista. Si la ideología dominante busca a justificar los principios y valores de la clase dominante (individualismo, libertad de empresa, propiedad privada, libertad de expresión -transformada en libertad de comercio por sus medios), el cínico moderno sabe muy bien que esos principios son ideológicos (al servicio de una clase y de su dominación), pero se acomoda a ellos y se hace el leso de manera cínica. Y se da vuelta la chaqueta cuando le conviene.
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(*) Decir que la UDI es «leninista» (como lo hace Alberto Mayol) puede ser una figura de estilo impactante para impresionar cuando es utilizada por un pensamiento ecléctico, pero es poco rigurosa y muy retorcida como imagen. Es una caracterización basada en un concepto poco heurístico y que tergiversa la historia. No es un concepto para ser aplicado a una organización heredera de los principios de una dictadura neoliberal que utilizó métodos fascistas e incluso campos de concentración. Campos de concentración (gulags) que en la URSS aparecieron después de la muerte de Lenin y bajo la égida de Stalin para ser más exactos, y cuyo objetivo no era exterminar grupos humanos como lo fue en el nazismo durante la dictadura hitleriana. Sin olvidar que si los aliados ganaron la II Guerra y derrotaron al fascismo nazi, fue gracias a la URSS después de la victoria en Stalingrado. Ver: Enzo Traverso (2011), L’Histoire comme champ de bataille, La Découverte.
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