Hoy 12 de enero, Santiago amaneció con un extraño hedor a mentira que sorprendió a sus habitantes decididos a sudar la larga canícula del verano chileno. No se trataba de ninguna catástrofe natural, el hedor venía de la presencia en Chile de unos de los sujetos más farsantes, canallas y vulgares que ha dado la […]
Hoy 12 de enero, Santiago amaneció con un extraño hedor a mentira que sorprendió a sus habitantes decididos a sudar la larga canícula del verano chileno. No se trataba de ninguna catástrofe natural, el hedor venía de la presencia en Chile de unos de los sujetos más farsantes, canallas y vulgares que ha dado la política en los últimos veinte años: José María Aznar, de la mano de Sebastián Piñera, un sujeto con ansias de gobernar el país para beneplácito de una derecha que jamás ha dejado de ser facistoide, inauguraba un encuentro sobre liderazgo para jóvenes emprendedores.
Aznar, o Ansar, como siempre le llamó su amigo y mentor George W. Bush, es un enanito moral e intelectual cuyo único mérito reconocido es la capacidad de mentir como un bellaco sin arrugarse, sin que su melena de Sansón del Opus Dei se despeine, sin que su bigotito canalla se altere, sin que sus ojillos de rapaz se empañen con la leve manchita de alguna verdad, sin perder la compostura de sus trajecitos de primera comunión.
Aznar, o Ansar, es el único ex presidente de un gobierno capaz de hablar sin tener nada qué decir, como lo ha demostrado hasta la saciedad en sus conferencias en Georgetown, pronunciadas en un inglés macarrónico con un leve acento Speedy González.
A veces, hace declaraciones del tenor: el triunfo de Obama es «un exotismo histórico», declaraciones publicadas a todo trapo por la revista Vanity Fair, y que se apresuró en desmentir argumentando que esa afirmación había sido sacada de contexto.
Este curioso opinante, durante su presidencia del gobierno español, miró a las cámaras y dijo: «en Irak hay armas de destrucción masiva, créanme, lo aseguro, en Irak hay armas de destrucción masiva». A los pocos días acudió a Las Azores y se hizo la foto de la vergüenza junto a Bush y Blair. Esa fotografía que lo muestra feliz, soportando una mano de Bush sobre un hombro, hizo de él la imagen misma de la felicidad, la erótica del poder se superó a sí misma y se transformó en el orgasmo del poder. Nunca un paleto castellano que recién había cambiado la boina por la gomina había llegado tan lejos: estaba con los que mandaban, con los amos del mundo.
En la agonía de su infame mandato Bush reconoció que estuvo mal informado y que en Irak no había armas de destrucción masiva. Aznar, o Ansar, sigue insistiendo en que la invasión de Irak estuvo plenamente justificada, y la posibilidad de disculparse por el más de un millón de muertos que ha causado la invasión de Irak sencillamente no existe en su vocabulario de enanito farsante.
Qué malas compañías elije Sebastián Pinera. A mitad de su último mandato, Aznar, o Ansar, anunció orgulloso a los españoles que los Estados Unidos, «esa gran nación», le otorgaba la Medalla del Congreso por sus servicios a la causa de la democracia. Una breve investigación periodística demostró que el congreso norteamericano jamás había pensado otorgarle tal medalla, que Aznar o Ansar había formado un loby, un grupo de presión para «sensibilizar» a senadores norteamericanos que lo propusieran para semejante distinción. La vanidad del enanito costó dos millones de dólares al erario público español. Y nunca recibió la medalla.
Cuando ya en la oposición dirigía al Partido Popular desde las sombras, y el gobierno de España impulsaba una campaña para evitar o disminuir la dramática cantidad de muertes en accidentes de carretera mediante un endurecimiento de los controles de alcohol y de velocidad, el enanito, con varias botella de Ribera del Duero en el cuerpo, declaró que a él nadie le decía cuánto podía beber ni a qué velocidad debía conducir. Naturalmente alegó que sus declaraciones habían sido sacadas de contexto.
Y para más gloria de España, este enanito melenudo resultó ser también un escritor de profundas obras de reflexión. Hace un año publicó «Cartas a un joven Español», una obra epistolar en la que, mediante cartas a un joven llamado Santiago, da a conocer lo medular de su apabullante capacidad intelectual: «si te dicen facha, no te acomplejes, piensa, querido Santiago, que también fueron tildados de fachas aquellos que hicieron grande a España, y que la conjura roja llama fachas a todos los que amamos España y estamos orgullosos de ser españoles».
Qué mal elige a sus amigos Sebastián Piñera. Esperemos que tenga un buen photoshop y elimine al enanito castellano de las fotografías de campaña.