El cansancio nos vence, de eso no cabe ninguna duda. Son demasiados años corriendo en el interior de esa noria para hámsteres que algunos denominan el conflicto vasco -y en mi cuadrilla llamamos simplemente la Cosa, para no llegar a ninguna parte. El profesor y escritor Jokin Muñoz, que ganó el Premio Euskadi de literatura […]
El cansancio nos vence, de eso no cabe ninguna duda. Son demasiados años corriendo en el interior de esa noria para hámsteres que algunos denominan el conflicto vasco -y en mi cuadrilla llamamos simplemente la Cosa, para no llegar a ninguna parte. El profesor y escritor Jokin Muñoz, que ganó el Premio Euskadi de literatura del año 2004 con Letargo, un excelente libro de relatos sobre la Cosa, realizaba unas declaraciones muy significativas hace un par de meses, con motivo de la presentación de su última novela: «Yo he empezado a ver nuestro problema desde la lejanía. Como ciudadano, antes me veía implicado. No diré que iba mucho a manifestaciones etc., pero el tema me preocupaba (…). Sin embargo, creo que lo de Barajas ha destruido más de lo que piensa la gente. Ahora he empezado a ver el tema desde muy lejos, con indiferencia. Es posible que sea cruel plantearlo así, pero he llegado a pensar que me interesa sólo como material para la ficción. Es triste decirlo, pero me han arrastrado hasta ese punto. Como sociedad hemos pasado a otra fase. (…) Es sorprendente, pero los dirigentes de un partido político están en la cárcel, y aquí estamos, tomándonos unas cervezas, y en el instituto no se nota nada».
Existe la sensación de que una historia absurda y cruel se repite sin cesar
Me preocupa el desolador paisaje que va a dejar tras de sí esa estrategia
Me he obligado hacer frente a ese cansancio del espíritu y a levantar una vez más la voz contra la suspensión de la actividad de los partidos ANV y PCTV-EHAK, mermando una vez más el derecho al voto de gran parte de lo que podría denominarse izquierda abertzale oficial. Ya son demasiadas veces, desde la ilegalización de Batasuna, que asistimos, cada vez más impasibles, a un procedimiento que debería ser excepción, y de ningún modo norma, en una democracia avanzada. Eso, por no hablar de las sentencias que han caído sobre los implicados en el llamado sumario 18/98 y que, de alguna manera, oficializan y ahondan la extensión de la lucha antiterrorista contra eso que se ha dado en llamar «el entorno de ETA». Me temo que no se ha escrito lo suficiente sobre el daño que, a mi entender, procesos como éstos o el que se sigue llevando a cabo contra periódico Euskaldunon Egunkaria están produciendo a la democracia española.
Lo cierto es que a mí me sigue pareciendo absurdo acusar a toda esa gente -que no ha apretado ningún gatillo, ni ha participado en la preparación de atentados, ni ha diseñado la estrategia de la organización terrorista- de colaborar con ETA o ser parte de ella. Es más, estoy seguro de que entre los militantes de ANV, y no digamos ya entre sus votantes, hay muchas personas que ni siquiera están de acuerdo con los métodos de ETA; no hay que olvidar, además, que los estatutos de ANV rechazan el uso de la violencia. Pero incluso aunque esos militantes no estuvieran en desacuerdo con los fines y métodos de la organización terrorista, eso no los convertiría automáticamente en cómplices de la misma, por muy equivocados que podamos pensar que estén: para eso hace falta algo más de lo que han demostrado los jueces.
Si nos vamos a los extremos, el PP no ha condenado el golpe militar que derribó una república legítimamente constituida y llevó a la guerra civil y al franquismo -¿acaso ha prescrito aquello?-, y no creo que su actividad deba ser suspendida, ni que sus dirigentes o militantes tengan que ir a la cárcel por opinar, aunque sea a posteriori, que las acciones llevadas a cabo por los mayores criminales de la historia contemporánea de España no estuvieron tan mal, a fin de cuentas. O, acercándonos más a nuestro tiempo, por defender que España tenía que participar en una intervención militar como la de Irak, que ni siquiera legitimaron las Naciones Unidas y ha dado lugar a una de las guerras más sangrientas que ha conocido la región.
A no ser que el mismo hecho de opinar y defender un proyecto desde la acción política y social -y no desde las armas- se haya convertido, de repente, en un delito en este país. Porque en ese caso, a la «socialización del sufrimiento» -horrible expresión- que propugnaba hace algunos años ETA cuando empezó a atentar contra concejales y políticos de los partidos constitucionalistas y periodistas o profesores no nacionalistas, el Estado respondería con una «socialización del sufrimiento judicial» que funciona según la lógica simplista de que «todo es ETA». Porque en ese caso, efectivamente, ¿después de ANV, qué viene? ¿Zutik, como apuntaba sibilinamente hace unas semanas el periódico Abc? ¿Aralar? ¿Dónde acaba ETA? ¿Dónde empiezan los demócratas? ¿No habíamos quedado que la sociedad vasca no puede compararse con la irlandesa, que aquí no había fractura social entre comunidades?
Porque si, por ejemplo, los condenados en el sumario 18/98 son «el entorno de ETA», yo, que ni siquiera soy independentista, soy del «entorno del entorno de ETA»: he colaborado, aunque sea de refilón, con la Fundación Josemi Zumalabe; he defendido, en los tiempos de la insumisión, la desobediencia civil; he publicado artículos y relatos en el periódico Egin o en Euskaldunon Egunkaria… Si mi implicación hubiera sido un poco mayor, yo mismo (y otra muchísima gente) podríamos haber sido encausados en un sumario como ése. Y quién me dice que, por esa regla de tres, no vayamos a ser incluidos en la próxima ampliación del campo de batalla, y entonces sean más las personas entre mis conocidos, familiares y amigos, incluso los que votan al PSE o al PP, que integren «el entorno del entorno del entorno de ETA». Y así hasta el infinito.
Desconozco si esta estrategia va a acabar con ETA; puede que no, puede que sí. Pero aun en el caso de que lo hiciera, el uso de estos métodos no hace más que causarle un perjuicio a la democracia española, de una forma muy semejante a la que lo hizo el GAL en sus tiempos, pero con un agravante: el GAL era una organización que actuaba al margen de ley, cosa que no puede decirse, desde luego, de la Audiencia Nacional o del Tribunal Supremo. Nuestro sistema político ya ha sufrido daños muy graves debido a la persistencia del terrorismo de ETA, que debió terminar hace mucho tiempo y sigue siendo nuestro problema más terrible, pero sentencias como la del 18/98, las insoslayables sospechas acerca de la continuación del uso de la tortura por parte de los cuerpos policiales, la suspensión de partidos como ANV o el PCTV o las detenciones masivas de dirigentes y militantes de la izquierda abertzale no hacen más que multiplicar dichos daños: es posible que esa estrategia llegue a triunfar, pero me preocupa el desolador paisaje que va a dejar tras de sí en nuestra polis.
Uno de los síntomas de ese paisaje es y será, sin duda, el cansancio que mencionaba al principio, esa indiferencia de la que hablaba Jokin Muñoz y que es consecuencia tanto de la reanudación de las acciones criminales de ETA como de una ofensiva judicial que tiene más que ver con criterios de estrategia militar y electoral que con la defensa de derechos civiles y democráticos. Un cansancio derivado de la sensación de que una historia absurda y cruel se repite sin cesar, del eterno retorno de la Cosa. Un cansancio que se filtra por todas partes y lo contagia todo, también, lastrándolas sin remedio, las palabras gastadas de este artículo, que casi no tengo fuerzas ni para releer.