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Reflexiones de un currante

El esfuerzo de todos para sostener a unos pocos

Fuentes: Rebelión

La principal ocupación de los Mercados Internacionales es, indiscutiblemente, mantener a toda costa la integridad del sistema de negocios, pero no cualquier negocio sino solo y exclusivamente los buenos negocios, teniéndose por buenos solo aquellos que independientemente de su estructura producen cuantiosos beneficios sin inmoderados esfuerzos. Lo malo de estos negocios (los buenos) es que, […]

La principal ocupación de los Mercados Internacionales es, indiscutiblemente, mantener a toda costa la integridad del sistema de negocios, pero no cualquier negocio sino solo y exclusivamente los buenos negocios, teniéndose por buenos solo aquellos que independientemente de su estructura producen cuantiosos beneficios sin inmoderados esfuerzos.

Lo malo de estos negocios (los buenos) es que, de manera intrínseca y por lo tanto inexorable, son de naturaleza especulativa lo que viene a significar que, al final, solo produce beneficios tangibles para los más astutos y taimados especuladores y que los demás participantes, a los que impulsa la misma intención especulativa, que conste, suelen quedarse solo con humo entre las manos. Es como el timo de la estampita, en el cuál, el ladino timador, tienta la natural codicia del incauto para satisfacer la suya propia.

Cuando la codicia y el voraz afán especulativo de los mercados se disparan alegremente y sin control y los negocios (los buenos, claro está) se ponen a producir dinero a espuertas, las economías crecen, los datos macroeconómicos impresionan y el optimismo se traslada a la sociedad, cosa bastante curiosa puesto que para los trabajadores de a pie no supone cambio alguno en sus básicas necesidades ni ahorro significativo en sus gravosos esfuerzos. Lo que sí que es significativo de este estado de cosas es que el dinero producido, que es muchísimo, entra a muy buen ritmo en los bolsillos de unos pocos, pero que aún siendo pocos, disponen de unos bolsillos extremadamente profundos e insaciables.

Pero, cuidado que, mientras todo esto sucede y los expertos en los buenos negocios (léase La Banca, las grandes corporaciones y otras esperpénticas creaciones capitalistas) amplían sin control alguno el círculo de sus actividades, el humo va llenando sin pausa las ya famosas «burbujas» con el consiguiente, previsible e inevitable peligro de estallido violento.

Este humo no es más que el residuo de la actividad especulativa, es decir la, cada vez, mayor diferencia entre el valor real de las cosas y el precio que llegan a alcanzar como consecuencia de una demanda desmedida y, demasiado a menudo, cuidadosamente diseñada.

Pero que nadie se llame a engaño, que el dinero no desaparece de repente, sino del bolsillo de los menos avispados cuya candidez no es , a menudo, inocente y del rio revuelto siempre ganan los pescadores más eficientes y perspicaces, que suelen ser los menos escrupulosos, y salen del lio con mucho más dinero y mucha más autoestima.

Ahora resulta que después del último batacazo del incontrolado sistema, se nos pide desde los organismos encargados de perpetuar este estado de cosas (Banco Central Europeo, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional…), esfuerzos y sacrificios a los que más sufrimos sus onerosas consecuencias con el fin de recuperar la confianza de… ¡los Mercados Internacionales!, es decir de los responsables últimos del estropicio y que no son dignos de confianza ni entre ellos.

Al final, obediente y complacientemente, el gobierno se ha plegado a las presiones de la Europa del Capital y ha dado un contundente mordisco a los pensionistas, funcionarios y otros ciudadanos de la parte de abajo, lo que pone en tela de juicio algo más que el contenido etimológico del nombre de su partido, traicionando así la confianza de sus votantes y dejando el camino libre a quienes terminarán el trabajo de volver a revalidar los parámetros inamovibles de su excluyente sistema.

Aún así, hay a quienes no les parece suficiente, seguramente los mismos astutos timadores o como se les suele llamar, hombres de negocios, y claman por un «reforma profunda» del mercado laboral, la contención del gasto social y otras lindezas, que no significan otra cosa que nos quieren incluir a todos nosotros, sostén absoluto del sistema productivo, en el gravoso esfuerzo por recuperar la confianza de los pertinaces e impresentables chorizos de guante blanco (es decir, ellos mismos) para que suelten la pasta y emprendan nuevos negocios, eso sí, de los buenos claro está.

El tímido intento de maquillaje por parte del gobierno al anunciar la creación de un impuesto para las rentas más altas está, convenientemente, siendo objeto de un pormenorizado estudio aunque ya se anuncia que será efímero en el tiempo lo que contrasta con la premura con la que se implantó el primer apretón a los pensionistas y funcionarios, y al que, además, no se ha puesto fecha de caducidad. ¿Será para siempre?, ¿quién sabe?

En fin, que nuestro destino parece diáfano e inexorable, ser descarada y permanentemente timados por los bancos y otros espabilados emprendedores mientras el gobierno nos mete la mano en los bolsillos directamente y por decreto en cuanto el sistema incurra en alguna de sus múltiples contradicciones desestabilizadoras que son más bien numerosas tanto y más cuando el control de los Estados es inexistente, que no su responsabilidad.

Mientras tanto, los currantes, complacientes y obedientes, cerramos la boca y apretamos los dientes y alguno hasta aplaude mezquinamente el varapalo que, de momento y solo de momento, afecta a otros trabajadores supuestamente privilegiados. Ya se sabe lo que se dice de los mansos, que ganarán no se qué lejano reino que, desde luego, no es de este mundo porque los de este ya tienen dueños.

Suena la hora de reclamar el lugar que nos corresponde en la sociedad, los que producimos y consumimos y los que, con nuestro esfuerzo, formamos la base que sostiene el sistema productivo. Suena la hora de decidir hacia donde se orientarán nuestros esfuerzos; hacia una sociedad más justa y solidaria y donde todos los hombres respondan de sus actos o a sostener la explotación ignominiosa, las desigualdades sociales y el secuestro oculto y solapado de nuestras libertades y derechos humanos en nombre de la codicia del capital.

Dice el Sr. Ferrán, presidente del empresariado más gordo, impenitente reventador de empresas y chorizo destacado y muy poco escrupuloso, que no está el país para huelgas generales; yo lo que creo es que no están los paisanos para más descaradas chorizadas y que los esfuerzos de todos no deben dirigirse a sostener a unos pocos que encima son los responsables de la situación. En resumen, que paguen el jarrón los que lo rompieron, caramba.

Wolfang Alcántara Romero. Conductor Perceptor. Miembro del Consejo de Administración de Guaguas Municipales por la representación Obrera.

http://colectivoindependientedeguaguas.blogspot.com/

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