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Sobre el fin del alto el fuego de ETA

El espejo del terrorismo

Fuentes: Rebelión

«Ningún Estado que esté en guerra con otro debe permitirse el uso de hostilidades que imposibiliten la recíproca confianza en la paz futura, tales son por ejemplo: el empleo en el Estado enemigo de asesinos (percussores), envenennadores (venefici), el quebrantamiento de capitulaciones, la excitación a la traición etc.» Immanuel Kant, La Paz perpetua El proceso […]

«Ningún Estado que esté en guerra con otro debe permitirse el uso de hostilidades que imposibiliten la recíproca confianza en la paz futura, tales son por ejemplo: el empleo en el Estado enemigo de asesinos (percussores), envenennadores (venefici), el quebrantamiento de capitulaciones, la excitación a la traición etc.»
Immanuel Kant, La Paz perpetua

El proceso de paz que se había iniciado al menos formalmente con el alto el fuego indefinido de ETA del mes de marzo parece haberse acabado de la manera más abrupta con la enorme detonación que destruyó un aparcamiento de la terminal cuatro del aeropuerto de Madrid sepultando entre sus ruinas los cadáveres de dos inmigrantes ecuatorianos. ETA ha demostrado de nuevo su incapacidad para salir del terrorismo. El concepto de terrorismo se constituye dentro de una lógica especular en la cual el enemigo político queda degradado al rango de criminal, de terrorista. No otra cosa supone, en efecto, el pretendido concepto de «terrorismo» si no la moralización y la falsa juridización de un conflicto de carácter político. El terrorista es el enemigo que no se quiere reconocer como tal, el enemigo excluido de la humanidad y contra el cual son posibles todas las medidas de retorsión pues nada obliga a respetar tan siquiera la vida de quien no es más que una fiera peligrosa. Así ve el Estado español a ETA y por extensión al conjunto del independentismo vasco, así ve ETA al Estado español y por extensión al conjunto de la población española.

El mayor problema que plantea en la actualidad el conflicto con ETA radica en el hecho de que a pesar de su autocalificación como tal ETA no es una organización militar ni parece tener la más mínima intención de llegar a serlo. Y ello por varios motivos: una organización militar hace la guerra, pero hacer la guerra no significa -al menos desde que existe el derecho público europeo- hacer cualquier cosa. En particular está rigurosamente prohibido por toda la legislación internacional que regula el derecho bélico desde la paz de Westphalia atacar a la población civil o romper una tregua sin previo aviso. Ambos actos constituyen crímenes de guerra de los que todo verdadero ejército debe abstenerse y que deben ser sancionados por las autoridades responsables en caso de producirse. Otro aspecto que diferencia radicalmente a la ETA actual de cualquier organización militar es su caos organizativo, pues todo deja entender que la supuesta dirección política no tiene ningún control efectivo de los comandos armados. Por otra parte, uno de los más graves problemas a los que se enfrenta el proceso de paz, y en ello hay que dar en parte la razón a sus adversarios, es que ETA jamás ha condenado sus propios crímenes de guerra. Esto la convierte en un sujeto sin talla moral, esto es sin capacidad real de negociar ni de acordar nada, como ha quedado ampliamente demostrado tras la ruptura unilateral y sin aviso del alto el fuego.

Las consecuencias del carácter no militar de ETA son gravísimas. Si una organización militar es siempre el brazo armado de una organización política capaz de definir en cada momento quién es el enemigo, en el caso de ETA y de la izquierda abertzale los términos parecen estar invertidos. La organización política se ve subordinada a un aparato armado que parece tener una dinámica propia al margen de cualquier finalidad política. Este aparato no hace la guerra a un enemigo a fin de lograr objetivos políticos concretos. Su actividad armada se convierte en una violencia sin límites que puede tomar como objetivo a cualquier persona no perteneciente al núcleo genuino de la organización. Naturalmente la genuinidad de ese núcleo puede siempre discutirse de tal modo que ni si quiera los miembros más fieles de la organización se encuentran realmente seguros y cualquiera de ellos puede llegar a ser un traidor. En cuanto al resto de la población, puede dividirse en dos sectores: los cómplices del mal, esto es cualquiera que no comulga suficientemente con los presupuestos de ETA y las víctimas potenciales de daños colaterales, cuyas vidas pueden sacrificarse en aras de una finalidad política cada vez más indefinida.

Para ETA se nos aplica a todos de manera rigurosísima la doctrina formulada por la Audiencia Nacional española contra la izquierda abertzale: todos somos, en mayor o menor grado, terroristas y como tales carecemos de cualquier derecho. Todos somos pues objetivos potenciales de una amplísima ofensiva en la que el enemigo ya no tiene identidad política. De enemigo de una causa concreta pasa a constituirse en enemigo de la humanidad, en monstruo. Tanto para los Estados como para los terroristas. Quien coloca 800 kilos de explosivos en un aparcamiento público sumamente frecuentado ha tenido que excluir previamente de la humanidad a sus numerosos usuarios. En tiempos de terrorismo y de guerra contra el terrorismo constituyen delitos sancionados con la pena de muerte el hecho de ir de compras, llevar a los niños al colegio o echar una cabezadita en el coche mientras se espera a un pariente. Es esta una situación de sobra conocida por víctimas habituales de organizaciones terroristas mucho más poderosas que ETA. Es la situación de la población Palestina desde hace más de 50 años o de los iraquíes desde hace más de 15.

ETA se ha convertido en uno de los elementos clave de la guerra permanente contra el terrorismo en su versión española. Es una organización decididamente moderna que ha integrado perfectamente en su actuación los principios de la guerra humanitaria que practican a mayor escala los estados imperialistas -en particular, el estado español en Afganistán o en Haití, como antes lo hiciera en Irak-. Para una guerra humanitaria hacen falta víctimas que justifiquen una intervención para salvarlas. El significante «pueblo trabajador vasco» (PTV) es el compendio de dos victimismos: el clásico victimismo de izquierda que justifica la actuación de una vanguardia en nombre de los trabajadores explotados y el victimismo nacional que permite a otra o incluso a la misma vanguardia asumir la representación política de quienes padecen una opresión nacional. El «PTV» expresa dos lógicas basadas en el más riguroso resentimiento, en lo que Spinoza denominaría «pasiones tristes». No se trata en ninguno de los dos casos de que pueda expresarse la potencia de los oprimidos, si no de representarla, de sustituirla. Hablar en nombre de las víctimas es siempre tomar la palabra sustituyendo a quien no puede hablar. Tampoco en esto hace gala ETA de gran originalidad, pues su victimismo basado en el sufrimiento de los presos y torturados y en muertos sobre todo del pasado refleja fielmente el de las asociaciones de víctimas del terrorismo que exigen vociferando en la calle que la lógica de la venganza sustituya el derecho penal.

En la situación creada por la decisión unilateral por parte de ETA de poner término al alto el fuego, sólo cabe exigir a esta organización y al gobierno español que abandonen su peligrosísima lógica (anti)terrorista. ETA debe para ello autodisolverse dejando paso a un proceso democrático de autodeterminación del pueblo vasco en el que la izquierda independentista pueda participar libremente sin depender de ninguna vanguardia pseudomilitar. El estado español, por su lado, debe democratizarse y abolir las leyes y prácticas de excepción instituidas en nombre de la lucha contra el terrorismo, aplicando sin discriminación sus leyes penales a todos los presos, incluidos los presos políticos vascos y permitiendo la autodeterminación del pueblo vasco conforme a un principio democrático elemental y a convenios internacionales suscritos por España. En cuanto a la izquierda abertzale, si quiere poder negociar algo con alguien, debe actuar como un sujeto autónomo y atreverse de una vez a condenar, si no la lucha armada de ETA, al menos los crímenes de guerra que ésta ha perpetrado.