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Entrevista al periodista de investigación Xavier Vinader

«El Estado nunca ha visto a la extrema derecha como un peligro, sino como a un colaborador»

Fuentes: Diagonal

Coincidiendo con el estreno del documental ‘Sense Ficció’, donde el periodista Xavier Vinader cuenta cómo se convirtió en el primer periodista exiliado y preso de la democracia, reproducimos una entrevista publicada en la Directa.

Durante los tiempos convulsos del tardofranquismo y la Transición, el periodista Xavier Vinader se volcó a desenmascarar a la ultraderecha y sus vínculos con las fuerzas de seguridad.

Se infiltró en Fuerza Nueva durante un año y, en ese período, llegó a reunirse con el líder del partido fascista Movimiento Social Italiano (MSI), Giorgio Almirante. Como consecuencia de su trabajo, se convirtió en uno de los objetivos de estos grupos: sufrió dos atentados y un intento de secuestro. En 1979, Vinader publicó tres reportajes centrados en la guerra sucia en el País Vasco, que lo llevaron al exilio y a la cárcel. ETA asesinó a dos de los ultraderechistas que se mencionaban en uno de los reportajes (Jesús García y Alfredo Ramos) y Vinader fue condenado a siete años de prisión por «imprudencia temeraria profesional».

Después de pasar más de tres años en el exilio, ingresó en la cárcel de Carabanchel, hasta que, un mes y medio más tarde, consiguió el indulto. El domicilio de Vinader es una inmensa librería que, en buena parte, repasa la historia de la extrema derecha, el terrorismo, la inteligencia militar y el crimen organizado. Alrededor de 15.000 relatos llenan las estanterías de quien fue pionero del periodismo de investigación en nuestro país. Conversar con él es sumergirse en un modo de informar rigurosa, valiente y comprometida y acercarse a las alcantarillas de la Transición española.

El terrorismo de extrema derecha, las redes europeas, la guerra sucia que se produjo en el País Vasco, los cuerpos de seguridad y los servicios de inteligencia… ¿Fue en los años 70 cuando nació el periodismo de investigación en nuestro país?

Éramos contados los que lo hacíamos; fuimos su pioneros. De hecho, esta tarea no tiene tradición a lo largo de nuestra historia y, además, el que había se terminó con la Guerra Civil. Empezaron 40 años de sequía y nos tocó inventarnos. Ahora bien, teníamos una cierta ventaja: la mayoría veníamos de las escuelas de periodismo y también de la escuela de la clandestinidad. Aplicamos las enseñanzas de esta última en la praxis periodística. Sabíamos perfectamente cómo meter la nariz en todas partes, estábamos bien orientados políticamente y teníamos un gran deseo de levantar las alfombras del poder y recuperar la memoria histórica. Nos tocó iniciar el camino con una legislación en construcción. Por un lado, era peligroso porque desconocíamos dónde estaban los límites, pero, por otro lado, era interesante: la línea roja imaginaria no estaba definida y podías forzar. Hablamos de las prisiones, de las torturas en las comisarías o de la historia de los maquis, de la ultraderecha y de sus conexiones con los servicios de seguridad del Estado… Eran hechos que este país no había escuchado nunca.

Vosotros lo teníais claro, sin embargo, ¿por qué razones una empresa como Interviú apostaba por un periodismo costoso e incómodo para el poder?

El empresario se quería hacer un hueco en el mercado y vio que esto tenía gancho. Había una redacción joven, lanzada, valiente y políticamente activada: parecía la quinta galería de la Modelo, porque todos habíamos pasado por la cárcel en algún momento o habíamos sido detenidos. Alguno venía del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), el otro del Partido Comunista Español (PCE), había anarquistas… Existía un ansia de periodismo político y la revista logró alcanzar el millón de ejemplares. Para explicar el éxito de Interviú, se ha hablado de la famosa foto de Marisol desnuda en portada; pero éste sólo fue el detonante, porque cada semana destapábamos algo -las cárceles franquistas, las fosas, la matanza de Badajoz-, entrevistábamos a algún miembro de ETA o del Grapo… publicábamos artículos punzantes y empezamos a dar voz a personas que no habían tenido nunca. La gente identificó la revista con una especie de juzgado de guardia de papel a quien contar historias que no contaría a nadie más. Había erotismo, pero también denuncia.

Actualmente, los equipos de investigación son prácticamente inexistentes, pero entonces eran imprescindibles. ¿Cómo trabajabais?

Éramos un grupo de francotiradores que nos poníamos de acuerdo fácilmente. El peligro de enfrentarnos a un enemigo tan grande y tan importante nos unía. Por ejemplo, compartíamos la información y, así, nos asegurábamos de que, si pasaba cualquier cosa, la investigación no se detendría. No había competencia ni personalismos. Se creó una especie de fraternidad que se ha repetido pocas veces, y menos ahora, que el periodismo se ha convertido en una profesión muy individualista. Incluso, si yo tenía que cerrar un reportaje y me quedaban pistas para estirar, las pasaba a otros colegas para que continuaran. No había el ego de mi exclusiva, lo más importante era que se conociera la verdad. Nunca te sentías solo; éramos conscientes de lo que teníamos delante y lo importante era desmontar aquel inmenso aparato, al que sólo le habían hecho un lifting. Eran la misma gente que mandaba antes, pero, de repente, se hablaba de vivir en democracia. En ese contexto, nos adentramos en el mundo de la extrema derecha y el terrorismo de Estado.

Antes de la muerte de Franco, sin embargo, ya te empiezas a interesar por estos temas…

A principios de los años 70, se empiezan a exhibir algunos libros en catalán a través de editoriales como Enlace o Cinco de Oros y hay una serie de atentados en Barcelona. Los grupos de ultraderecha colocaron explosivos en algunos escaparates e incendiaron alguna distribuidora. También golpearon curas que dejaban sus parroquias para hacer reuniones clandestinas. Entonces me empecé a interesar por aquel terrorismo de baja intensidad, sin muertos, que sólo aparecía en notas breves en los periódicos. Empecé a poner la nariz entre los aparatos del régimen: la Falange, los requetés [fuerzas de choque del carlismo], la guardia de Franco… Este mundo desprendía una cierta fascinación porque estaba virgen: eran personas que mandaban, gozaban de una impunidad total y se vanagloriaban. Antes de empezar a escribir, me pasé mucho tiempo documentándome. Leí libros clásicos del fascismo: Primo de Rivera de arriba abajo, Ramiro Ledesma Ramos, Onésimo Redondo, el Mein Kampf…

El hecho de que no se produjera una ruptura con el régimen franquista, sino una continuidad de los órganos judiciales, policiales y funcionariales ¿dio alas a las acciones violentas?

La extrema derecha actuaba con el paraguas de las fuerzas de seguridad. Estaba cubierto y era impune. Se ocupaba del trabajo sucio, de lo que no podía hacer el que llevaba uniforme. De repente, se popularizó la palabra «incontrolados», aunque nunca lo fueron: había plena coordinación con los cuerpos de seguridad. La mayoría de investigaciones en este campo las forzamos nosotros desde el periodismo. Competíamos con la policía y eso te obligaba a llegar a los lugares antes que ella. Era un ejercicio peligroso. Piensa que, durante mucho tiempo, la gente del Grupo Zeta no quería salir conmigo de la redacción por temor a que me disparasen o me agrediesen. La revista recibía amenazas y llegó a contratar a una empresa de seguridad israelí para pone detectores de metal en la entrada.

En un momento de máxima intensidad del terrorismo de extrema derecha en el País Vasco, en el año 1979, publicaste tres reportajes que te llevaron al exilio ya la cárcel. ¿Por qué te juzgaron?

En 1979, hacía más de diez años que investigaba este mundo, por eso siempre he subrayado que no me procesaron por aquel hecho concreto, sino por toda una trayectoria. Tenían dos soluciones: eliminarme físicamente o empapelarme. Optaron por la segunda opción, que era más fácil, porque ETA asesinó a dos personas mencionadas en uno de los reportajes. Descubrimos toda aquella trama gracias al policía nacional Francisco Ros Frutos, que se acercó a nosotros para explicarnos que la policía utilizaba a la ultraderecha en el País Vasco en operaciones encubiertas a ambos lados de la frontera. Planeaba atentados con el Batallón Vasco Español o la Triple A contra abertzales, simpatizantes abertzales, personas del entorno de ETA… Basándonos en las informaciones obtenidas, pusimos en marcha un equipo de seguimiento para documentarlas. Frutos se convirtió en un topo, le hicimos fotos con los ultras, en sus lugares de reuniones y de entrenamiento… Pudimos explicar los proyectos que tenían entre manos, como un atentado contra Telesforo Monzon, que fue líder del PNV durante la república y fundador de Herri Batasuna. ¿Qué hubiera pasado en un país normal? Que el aparato judicial se hubiera puesto en marcha para aclarar las responsabilidades que se derivasen…

Se puso en marcha, pero contra el mensajero. Un juez vinculado a Fuerza Nueva os condenó a ti y a Frutos. ¿Cómo afectó este procedimiento al periodismo?

Creo que significó un antes y un después. Hay quien, desde ese momento, decidió tener cuidado. No podemos olvidar que la petición fiscal era de doce años y, finalmente, me cayeron seis, una condena confirmada por Tribunal Supremo y el Constitucional. Mantuvimos un enfrentamiento terrible con el poder judicial, que estaba dispuesto a parar los pies a la prensa. Lo que no ha trascendido, sin embargo, es que Frutos no fue el único que cantó, vinieron otros policías, pero no lo hice público para evitar más procesos judiciales. Por las mismas razones, tampoco hemos contado qué equipo participó en la investigación. Aquellos reportajes apuntaban a los GAL: nunca se ha explicado quién marcaba los objetivos y qué información se facilitaba.

El 80% de los crímenes del Estado y de la extrema derecha cometidos entre 1975 y 1987 han quedado impunes. La impunidad llega hasta nuestros días, sin embargo, para afectar sólo a la derecha.

Sí, ha sido endémica. ¿Cuánto tiempo estuvo en prisión el asesino de la joven militante del Partido Socialista de los Trabajadores Yolanda González? Nadie fue condenado por el atentado del año 77 contra la revista El Papus; los crímenes de Montejurra terminaron en amnistía; no se produjo ninguna condena por el asesinato del estudiante Arturo Ruiz… La lista es muy larga. Los cuerpos de seguridad nunca han sido depurados, han sido formados por quienes han sido formados y tienen unas tradiciones que aún continúan. De hecho, en este país, el Estado nunca ha visto a la ultraderecha como un peligro, sino como un ente colaborador, a diferencia de la izquierda. Todo lo que huela a nacionalismo o independentismo, a anarcorevolución o a islamismo radical, genera alarma. En cambio, la apología del nazismo o la negación del holocausto no tienen consecuencias. Se generan contrastes sorprendentes. Porque se han detenido personas por hacer comentarios sobre la monarquía en Facebook, y se han registrado y desmantelado ateneos libertarios con excusas similares.

Desde que empezaste a investigarla, la extrema derecha ha cambiado de enemigo. ¿Conserva la capacidad de crear alarma social en beneficio propio?

Su capacidad de adaptación es muy grande y mucho más flexible que la de la extrema izquierda. Su actividad en el ciberespacio, su utilización de las redes, es anterior y más potente. Cuando empecé a investigarla, el enemigo era el comunismo, había que defender Europa de los rojos. A partir de los 90, cuando cae el muro de Berlín y está la bajada del Este, se cogen rápidamente a otro eje, que es la invasión del extranjero, de las personas emigrantes. Y si lleva chilaba, turbante y barba, peor aún. Son grupos que protagonizan la perversión de la palabra nacionalista: hay quien lucha para que su nación sea libre y otros que realzan los valores identitarios de superioridad. El posicionamiento de la ultraderecha bajo estos planteamientos identitarios comienza a mediados de los 80, con el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen. Es la primera vez que una formación se presenta a unas elecciones y entra en el juego electoral; hasta entonces, eran extraparlamentarias. Han cambiado de enemigo y ya no quieren dar miedo. La envoltura ha cambiado, pero las ideas son las mismas. Ahora, el derecho a decidir también es enemigo porque la unidad nacional aglutina y liga con los viejos ideales. Estoy cansado de decir que es un momento para estar atentos. No hay que generar alarmismos, pero si la policía está tan pendiente de «células durmientes» de supuestos yihadistas, también deberían vigilar la extrema derecha.

[ Entrevista publicada en la DIRECTA número 369, originalmente en catalán ] .

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