Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano. Estábamos citando autores marxistas. Otro nombre a destacar, Ernst Bloch. Sí, sí. Y con Roma, como decía, este legado se […]
Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano.
Estábamos citando autores marxistas. Otro nombre a destacar, Ernst Bloch.
Sí, sí. Y con Roma, como decía, este legado se extiende por el norte de África, que estaba tan romanizada como Hispania. África da el gran pensador que trata de encontrar alternativas a la crisis del Imperio Romano, proponiendo que sea la Iglesia la que sustituya y prolongue ese mundo, y lo hace tirando de los textos clásicos; me refiero a Agustín de Hipona. Africana fue la última capital de la república de Roma, Útica, ciudad próxima a Túnez donde se instala Catón, el filósofo republicano estoico que era Censor. Yo le debo a Georg Lukács el conocer la frase célebre de Lucano sobre Catón, la que escribe en su Farsalia: Victrix causa diis placuit, sed victa, Catone. La causa vencedora complació a los dioses; la vencida, a Catón. La tradición es de quien la continúa con su voluntad de apropiársela y de continuarla, Lukács lo hacía, como lo hacía Bloch y otros marxistas. El liberalismo, no.
Abuso más de ti. Antes de cerrar esta parte déjame hacerte una última pregunta. Constantino Bértolo acaba de publicar en Penguin clásicos una amplia antología de la obra de Marx: «Karl Marx. Llamando a las puertas de la revolución. Antología». En su presentación escribe:
No está mal ver tu nombre al lado de los de Engels, Gramsci, Guevara, Mariátegui o Sacristán. Mi enhorabuena. ¿Qué crees, pensando sobre ti mismo, que tiene de singular tu marxismo? ¿La importancia que das a Aristóteles y a Hegel en tu interpretación a la obra del compañero de Jenny von Westphalen?
De inicio decir que sí: sí soy marxista; comunista marxista. La lista que presenta Constantino Bértolo es de marxistas. En ese sentido, sí es correcta mi adscripción. Y que alguien con verdadero saber e inteligencia, con conocimiento profundo de lo que es el marxismo, como es Constantino Bértolo, a quien no conozco en persona, me haya incluido en esta lista, es un reconocimiento entre marxistas, y un halago verdadero. Pero la pregunta tuya, tácitamente, puntualiza muy bien: «Engels, Gramsci, Mariátegui o Sacristán». Mi talento no es comparable al de estas personas.
En tu pregunta recoges los nombres de Aristóteles y Hegel: creo que el trabajo que yo he hecho -«mi marxismo»-, si lo veo en retrospectiva sí tiene que ver con eso. Me explico. En primer lugar, como he dicho, lo que yo he elaborado es un marxismo.
Y soy parte de esta tradición. Porque el marxismo es una tradición filosófico praxeológica, con una consciente metafísica u ontología historicista -término que nada que ver con las teleologías evolutivas, causa-efecto- y praxeológica. Una tradición potentísima, vinculada a las luchas sociales, las luchas de clase; voz como rumor de muchas aguas.
Lo repito querido Joaquín: una voz como rumor de muchas aguas. Te he interrumpido.
La mayor, la más potente tradición de pensamiento revolucionario de la contemporaneidad. Y he optado dentro de los debates intelectuales marxistas. Lo he hecho a partir de la experiencia política de toda mi vida, de las derrotas, de los interrogantes. Como no puede ser de otra forma, porque uno siempre se es «coetáneo», nadie está fuera de su propio tiempo. Ni se puede sacar de su tiempo tirando de su propio pelo con la propia mano, como dice Hegel que explicaba haber hecho el barón de Munchaussen para salir de un pantano; o las ideologías cientifistas que ponen al sujeto que conoce, frente al mundo social a conocer -que, debe de ser que no conoce porque no vive en él, sino en Saturno-, separado de él y dotado de un método científico, que es el instrumental mediante el cual adquiere un saber esotérico que lo habilita para decirle a todo ser humano qué es lo que debe hacer…
Esa es, por lo demás, nuestra ventaja, la historia. Nosotros sabemos más porque hemos visto pasar ante nosotros la historia que otros no conocieron. No he considerado que se debiera partir de nuevo, partir de cero, ni tirar el niño con el agua sucia, sino, como se ha hecho siempre, partir de un legado, saberme ahorcajado a hombro de aquellos gigantes, tal como expresa otra tradición, la tradición retórica. De los gigantes que tú citas, por ejemplo y sin ir más lejos.
Un segundo elemento característico es el que tú señalas. Como persona de formación filológica siempre he sabido que el pensamiento, la escritura, toda obra, se enmarca en grandes tradiciones históricas. Dobles, las sociales y las literarias. Esto estaba ya descubierto en el marxismo, lo sabía y lo elaboraba Lukács, que estudia al joven Hegel, o que elabora una teoría de la génesis histórica de la estética desde una teoría de la génesis histórica de la civilización, la filogenética, las pinturas rupestres o el «arte sin mundo» neolítico, las cenefas y motivos geométricos de los vasos campaniformes, que no poseen organicidad, etcétera, y la ontogenética, la vida cotidiana y el pensamiento cotidiano – capítulo primero de su Estética- de cada sociedad histórica. Y Lukács defiende el valor de los legados literarios. Lo sabía Ernst Bloch, por ejemplo, su Thomas Münzer, teólogo de la revolución, o su otra obra que ya hemos citado, Avicena y la izquierda aristotélica, o la obra suya sobre la tradición del derecho natural. O Antonio Gramsci, que polemiza y se apropia de la tradición neohegeliana italiana y de la obra de Hegel. Que tiene tan clara la existencia de tradiciones, de las continuidades de las tradiciones intelectuales, en relación con el marxismo, con la filosofía de la praxis, que declara que el manual de historia de la literatura escrito por Francesco de Sanctis es la historia de la literatura de la filosofía de la práctica. Pero Gramsci sabía que De Sanctis era un hegeliano revolucionario que no había podido conocer la obra de Marx. Esta forma de tener en cuenta el legado del pasado e incluirse como marxistas en el mismo lo conocía Frederick Antal o Raymond Williams. Etcétera. Por eso siempre me pareció muy valioso lo que estaban haciendo los marxistas que ya sabían esto, los que lo habían descubierto.
Bueno, pues yo soy un marxista que se puso a leer los clásicos de la gran tradición, en cuya estela, la de la izquierda aristotélica, «aviceno averroísta», la de Hegel, se forma Marx. Lo hice, también porque para cuando comienzo a tomar consciencia del estado de nuestra situación política, la de los comunistas, me percato de que, por decirlo de alguna manera, ya no había prisa. Y que el problema no era el «carrillismo», por necio y tacticista que éste fuera -era no otra concepción política que la que aplican las fuerzas de izquierdas ahora, aunque pretenden marcar distancias entre la teoría de elites que ellas propugnan y la de aquél, denominando la teoría de elites pasada como «estalinismo»-, sino que no era consistente la doctrina cristalizada de la que partíamos, que era un sociologismo economicista estructural funcionalista -esto, esta crítica sintética, soy capaz de elaborarla ahora, claro.
Me obligas a una aclaración final. Te cito: «…era no otra concepción política que la que aplican las fuerzas de izquierdas ahora, aunque pretenden marcar distancias entre la teoría de elites que ellas propugnan y la de aquél, denominando la teoría de elites pasada como «estalinismo»». ¿A qué fuerzas de izquierda te están refiriendo? ¿Hablas de IU? ¿De Cataluña en común? ¿De Podemos?
Mi crítica es general: porque no existe fuerza política que no tenga como finalidad la representación institucional. Asumo aquí sin más lo que dice Cornelius Castoriadis en La ciudad y las leyes, respecto de la democracia representativa: el reproche que se le puede hacer es que, simplemente, destruye la participación. Y a partir de ahí, paso a señalar cual es el mecanismo de que se valen y en el que se justifican: son, todas las fuerzas, agrupaciones de elites que tratan de alcanzar el poder institucional y que justifican su capacidad de decidir sobre qué hacer y por qué mandar a partir de considerar que son ellos los que poseen un saber especial que los constituye en elite -en «vanguardia»-. Bueno, como sabes, habitualmente se llamaba estalinistas a los partidos comunistas occidentales, al francés, por ejemplo. Pero tras esa denominación lo que había era tan solo la referencia a una forma de ejercer la política que es la misma que practican todas las fuerzas políticas. Lo que se criticaba en esas fuerzas, otorgándole un nombre satanizador es no otra cosa que lo que practica la totalidad de las fuerzas políticas existentes. El estalinismo no es sino la teoría de elites habitual, compartida por todas ellas.
Por lo demás, ahora, en la izquierda, y entre comunistas marxistas, aquí y allá, ha comenzado a plantearse el debate sobre cómo generar auto organización popular, y, en consecuencia, cómo ayudar a cambiar las cosas. Ojalá los aparatos no logren agostar estos elementos nacientes.
Que tu deseo se cumpla. Entramos en, «La tradición política grecolatina», página 102 de tu libro Copio tu resumen: «Este legado se fundamenta en una onto antropología, en una metafísica y filosofar sobre el ser humano que es antagónica con la sostenida por el liberalismo y por las variantes neo republicanistas en él fundamentadas; la variante onto antropológica del individualismo antropológico y la acción racional». Sobre él te pregunto.
Cuando quieras.
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