El «eterno retorno» es, como sabemos, una concepción filosófica del tiempo que desde los estoicos antes de Cristo, y Nietzsche en el siglo XIX, junto con otros filósofos, teorizaron. Plantea que no sólo son los acontecimientos los que se repiten, sino también los pensamientos, sentimientos e ideas, vez tras vez, en una repetición infinita e […]
El «eterno retorno» es, como sabemos, una concepción filosófica del tiempo que desde los estoicos antes de Cristo, y Nietzsche en el siglo XIX, junto con otros filósofos, teorizaron. Plantea que no sólo son los acontecimientos los que se repiten, sino también los pensamientos, sentimientos e ideas, vez tras vez, en una repetición infinita e incansable. Algo así como en una visión circular del tiempo.
El filósofo alemán tenía razón en algo y es que la historia no se dirige linealmente, no lleva la trayectoria rectilínea del proyectil. Es más caótica, donde todo se repite, aunque sea en «clave de farsa». ¿O no es lo que ahora mismo está sucediendo en nuestro país con los pactos, tanto autonómicos, locales y de gobierno del Estado? ¿No nos resulta un lamentable remedo de lo ocurrido desde la transición?
La incapacidad, cuando no el cinismo, en bastantes casos, de los y las dirigentes de la política de llegar a pactos no es nada nuevo, es la repetición, sine die, de lo que en España ha venido sucediendo en estos años de democracia demediada. Actitudes cainitas y traiciones entre personas del mismo partido; amenazas de donde dije digo, digo Diego. Recuerdos, como falacias argumentativas, a la historia más negra de España, incitando a emociones opuestas a la razón, entreteniendo a esa «gente» que dicen representar; distrayéndola con la a veces actitud rayana en la pornografía política de las organizaciones y sus dirigentes.
Esas actitudes, nos llevan a una realidad social en la que los mismos discursos, las mismas e incumplidas promesas, los mismos fracasos de la gente de siempre, aquella que no tiene nada, retorna incansablemente por mor de espurios intereses. Son los infinitos casos similares, aunque de forma diferente, los que se presentan año tras año y nos conducen a ese eterno retorno que es la política en sus diferentes segmentos de representación. Ha pasado tiempo desde las elecciones . Se han dicho cosas que ahora se olvidan en aras de un supuesto bienestar del país, o se niegan con total descaro. Se cuecen otras en reuniones secretas, cuando alguno de los partidos en liza prometía que todo sería con luz y taquígrafos. Nada les importa que se haya votado, que llevemos esperando de que quienes dicen ser «representantes nuestros» tengan un hálito de dignidad para dejarse la piel en llegar a acuerdos en beneficio del país, no del partido correspondiente o del ego personal de la o el dirigente de turno. O de la subida de sueldo de concejales, concejalas. O alcaldes y alcaldesas.
Se vuelve al retorno de aquella política representada en la frase del político alemán Eduard Bernstein: «El movimiento lo es todo; la meta final no es nada». De la que Lenin dijo que «determinar el comportamiento de un caso para otro, adaptarse a los acontecimientos del día» olvidando los intereses vitales del proletariado (aquí y ahora podríamos decir de todo el espectro social), sacrificando éstos por ventajas efímeras, reales o supuestas», es «la máxima del revisionismo».
Así, parece que el retorno de Bernstein está muy vivo en las negociaciones políticas del momento, ya que si el próximo gobierno, que se supone será de izquierdas, queda constituido ofreciendo más de lo mismo y no una alternativa real progresista para quienes son referidos como los de abajo, y para ellos y ellas, no solo traicionaran a ese inmenso colectivo; también a todo un país. Esperemos.
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