La literatura sobre los medios para salir de la crisis climática está llena de escenarios tecnológicos más o menos elaborados cuyos autores presumen de haber encontrado el medio de satisfacer las necesidades de la humanidad prescindiendo completamente de los combustibles fósiles. Estos escenarios pecan generalmente en tres aspectos. En primer lugar, se trata a […]
La literatura sobre los medios para salir de la crisis climática está llena de escenarios tecnológicos más o menos elaborados cuyos autores presumen de haber encontrado el medio de satisfacer las necesidades de la humanidad prescindiendo completamente de los combustibles fósiles. Estos escenarios pecan generalmente en tres aspectos.
En primer lugar, se trata a menudo de escenarios nacionales que no integran las «emisiones grises» (las emisiones resultantes de la producción en los países del Sur de bienes consumidos en los países desarrollados y que deberían ser imputadas a éstos). Ahora bien, la amenaza climática es global y necesita poner fin a las emisiones en el mundo entero, teniendo en cuenta las responsabilidades diferenciadas de los países del Norte y del Sur.
En segundo lugar, las y los autores no se cuestionan en absoluto la finalidad de la producción, de los transportes y de los servicios. Se contentan con demostrar que el futuro sistema 100% renovables procurará la energía necesaria para las actividades existentes, como si todas éstas fueran intangibles. Un ejemplo llamativo de esta sumisión al orden existente es la actitud frente al ejército y a la industria de armamento. En general, este sector es sencillamente ignorado, como si fuera evidente continuar produciendo y utilizando armas cuando el mundo roza la catástrofe. El ecologista estadounidense Amory Lovins va incluso más lejos: en su obra «Reinventar el fuego», el inventor del concepto de Negawat explica ampliamente a los militares cómo las energías renovables podrían aumentar la operatividad de las tropas… [1] .
En tercer lugar, en lugar de explicarnos cómo pasar del sistema fósil actual a un sistema 100% renovables, estos escenarios nos explican que un sistema 100% renovables es posible. Es un grave error metodológico, pues la transición consiste justamente en producir las componentes del sistema que reemplazará al antiguo. Y es ahí donde está el problema. Pues cambiar de sistema energético es una tarea gigantesca, que necesita energía, y esta energía es hoy fósil en un 85%. En otros términos, si todo lo demás sigue igual, la transición es fuente de emisiones suplementarias. Éstas deben absolutamente ser compensadas, sin lo cual se hace estallar el presupuesto de carbono (la cantidad de carbono que puede emitir una economía ndt).
¿Cómo compensarlas? Se puede mejorar la eficiencia energética, pero esto no basta. De una parte, las posibilidades no son infinitas; de otra, en un sistema productivista, toda ganancia de eficiencia es explotada para aumentar la producción (es lo que se llama «efecto rebote»). Hay por tanto imperativamente que reducir el consumo global de energía, lo que puede implicar suprimir actividades productivas y/o de transporte [2] . En otros términos, hay que poner en cuestión la vaca sagrada del capitalismo: el crecimiento.
La vaca sagrada del crecimiento
No habiéndose hecho nada o casi nada desde la Cumbre de la Tierra en Río en 1992, el presupuesto de carbono se ha ido progresivamente reduciendo (de hecho, si se tienen en cuenta las retroacciones positivas del sistema Tierra, ¡no está excluido que el presupuesto neto sea ya negativo!). Es la razón por la que la supresión de ciertas producciones y actividades se ha vuelto absolutamente indispensable. Esta conclusión plantea evidentemente cuestiones mayores: ¿qué actividades hay que suprimir, en función de qué criterios, y cómo evitar una explosión del paro, de la miseria, de las desigualdades?
Los escenarios que hacen «como si» el paso a las renovables estuviera hecho equivalen a evitar estas preguntas. Por ello la transición está tratada en ellos como una cuestión principalmente técnica, reservada a las y los expertos. Ahora bien, el problema es político y social, e incluso de civilización. La significación profunda del calentamiento de la Tierra es, en efecto, la siguiente: con su frenesí de crecimiento infinito en un planeta finito, el capitalismo nos ha llevado al borde del precipicio. O bien la humanidad derrota al capitalismo, o bien la acumulación capitalista transformará el globo en un horno y hundirá a la humanidad en un cataclismo inimaginable.
No es extraño que escenarios de transición escritos por tecnócratas mainstream disimulen este aspecto político de la transición. La investigación científica está cada vez más sometida a los imperativos de la producción capitalista. Esto se expresa en las publicaciones del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, por sus siglas en inglés). El quinto informe de este órgano lo escribe negro sobre blanco: «los modelos climáticos suponen mercados que funcionan plenamente y comportamientos competitivos de mercado». Ni hablar de tocar la vaca sagrada. Ni hablar de imaginar una sociedad basada en el reparto más que en el intercambio, en la cooperación más que en la competencia, en las necesidades reales más que en las necesidades alienadas, en la puesta en común de los recursos más que en la apropiación por la minoría y la desposesión de la mayoría… [3]
La socialdemocracia y los partidos Verdes se alinean con esta tendencia dominante. No es una sorpresa: esos partidos han optado por la gestión del productivismo capitalista. Pero que una organización de la izquierda radical silencie el hecho de que la tendencia al crecimiento ilimitado entre en contradicción con la transición energética necesaria, y no plantee ninguna cuestión sobre lo que es producido, es bastante llamativo. Ahora bien, es lo que hace el PTB (Partido del Trabajo de Bélgica).
No basta con planificar
En un panfleto distribuido en la manifestación «Claim the Climate», el 2 de diciembre en Bruselas, y en un informe puesto en línea en su web («Red is the new green»), el PTB llama a las masas: «Descubrid la gran revolución del hidrógeno» [4] . ¿Teméis que la lucha contra el cambio climático sacuda vuestro modo de vida? El PTB os tranquiliza. El hidrógeno va a resolverlo todo: los trenes marcharán con hidrógeno, los autobuses rodarán con hidrógeno, la energía renovable excedentaria será almacenada bajo la forma de hidrógeno, la electricidad producida con hidrógeno será distribuida en un «smart grid», el hidrógeno será utilizado incluso para un «funcionamiento más ecológico de la industria petroquímica».
Decir que este «plan» es puramente tecnológico sería exagerado. El PTB acusa al «caos de la competencia» por la ganancia y reclama una «planificación ecológica». OK, estamos de acuerdo -a condición de precisar que la planificación debe ser democrática y descentralizada [5] . Pero el problema climático no se limita a la falta de planificación provocada por el caos de la competencia. El nudo de la cuestión es que el éxito de la transición necesita imperativamente romper con el crecimiento -planificado o no- y que el capitalismo es incapaz de ello. «Red is the new green» no dice nada sobre este tema.
He escrito «plan» entre comillas, más arriba, porque la proposición del PTB solo es una idea general de plan. Un plan debería estar cuantificado. Habría que probar que Bélgica puede reemplazar los combustibles fósiles y el nuclear por hidrógeno respetando su parte del presupuesto de carbono, tomando a su cargo las «emisiones grises» y… sin reducir el consumo de energía. Esta demostración no está hecha y es irrealizable.
Es cierto que el hidrógeno ofrece una solución racional al almacenamiento de la energía producida por las fuentes renovables, pero esto no es la solución milagrosa que permitiría salvar el clima sin tocar la vaca sagrada del crecimiento. Los artículos que dicen lo contrario están escritos por adeptos del «capitalismo verde». En realidad, el «plan» del PTB no va más allá de lo que se puede leer en la gran prensa sobre las promesas del hidrógeno. «Red is the new green» da por otra parte una gran impresión de improvisación. El PTB logra incluso una hazaña: presentar una proposición de «revolución energética» planificada ¡omitiendo recordar que demanda la socialización del sector de la energía… sin embargo indispensable para la planificación!.
A pesar de su optimismo tecnológico, los tecnócratas del capitalismo verde admiten que no basta con reemplazar el petróleo, el carbón y el gas natural por renovables: además hay que aumentar la eficiencia y la sobriedad energéticas. Tratan estas cuestiones como cuestiones técnicas, vaciándolas de su contenido social y político. Pero las tratan. El PTB no. Se puede encontrar en el «plan» una pequeña frase que indica que los transportes públicos (gratuitos) deberían tener la prioridad sobre el coche individual, y otra, aún más pequeña, diciendo que el TGV debería ser favorecido para los desplazamientos a media distancia (una alusión implícita al avión). Es todo. De una forma general, la eficiencia y la sobriedad están ausentes de la «gran revolución del hidrógeno». La experiencia histórica muestra sin embargo que la planificación no basta para eliminar los despilfarros. Al contrario: una planificación burocrática puede ser aún más derrochadora que el capitalismo…
No están claras las TEN
¿Por qué el combate contra el productivismo es tan importante hoy? Porque, sin restricciones de la producción y de los transportes, el presupuesto de carbono será muy probablemente superado a corto plazo, lo que significa que el umbral de peligrosidad del calentamiento (1,5ºC) lo será también. Los gobiernos capitalistas van a intentar tranquilizarnos diciendo que «tecnologías de emisiones negativas» (TEN) permitirán enfriar la Tierra en la segunda mitad del siglo, retirando CO2 de la atmósfera. La historia del capitalismo está jalonada de este tipo de huidas tecnológicas hacia adelante, pero la que se prepara con las TEN podría tener consecuencias gravísimas. Estas tecnologías, en efecto, son hipotéticas y podrían ser peligrosas. En el marco actual, implican una apropiación generalizada de los ecosistemas por los mercados. Sobre todo, la situación es tan grave que una «superación temporal» podría bastar para provocar catástrofes definitivas, como una subida de varios metros del nivel de los océanos.
Lo que es molesto aquí es que el PTB no es claro … sobre las TEN. Hace algún tiempo, tres de sus militantes habían escrito que «Las nuevas tecnologías para captar el CO2 de los gases de combustión o para retirarlo de la atmósfera están hoy suficientemente perfeccionadas como para ser aplicadas» [6] . «Red is the new green» retoma la idea y la precisa: el texto propone captar el CO2 liberado por «ciertas grandes instalaciones de combustión industriales» para combinarlo con hidrógeno y producir así metano y metanol. «El metano puede reemplazar al gas natural y el metanol puede servir como materia prima para la petroquimica. Así creamos circuitos casi cerrados». ¿»Circuitos casi cerrados»?. No. En la medida en que el CO2 de los combustibles industriales siga proviniendo de combustibles fósiles, la petroquimica y las instalaciones a gas continuarán utilizando carbono fósil. La producción de metano y de metanol será entonces una valorización del residuo CO2, no una supresión de éste.
La izquierda radical no puede permitirse jugar con escenarios tecnológicos que soslayan la cuestión del crecimiento. Tampoco puede -está ligado- aventurarse en las aguas turbulentas de la «superación temporal con enfriamiento posterior por las TEN». Debe, al contrario, decir la verdad sobre la extrema gravedad de la situación, y responder a ella con reivindicaciones anticapitalistas, por tanto antiproductivistas. Solo la verdad es revolucionaria. La verdad es que no hay salida sin producir menos. La respuesta anticapitalista consiste en compartir más. Compartir las riquezas, el trabajo necesario, los recursos. Compartir el espacio, acoger a las y los inmigrantes. Compartir los medios, expropiar el capital fósil y los bancos que lo financian. Compartir las experiencias de lucha y de control para aprender a reapropiarse la decisión política y la gestión de los territorios. Compartir sobriamente los frutos de la tierra, salir del agrobusinesss para generalizar una agroecología campesina, de proximidad (es así como hay que retirar el CO2 de la atmósfera, no fabricando metanol). Su gran revolución gaseosa arrastra al PTB en otra dirección.
[1] Amory Lovins, » Reinventing Fire «. Trad francesa : » Réinventer le feu : Des solutions économiques novatrices pour une nouvelle ère énergétique «, distribuido por la asociación Negawatt.
[2] Los espejismos de la eficiencia y de la necesidad de reducir el consumo energético están desarrollados en la nota que Grégoire Wallenborn y yo mismo redactamos para la campaña TamTam: «La transition énergétique sera politique et sociale ou ne sera pas».
[3] El informe especial del IPCC sobre los 1,5ºC marca un progreso, pero muy insuficiente, en la toma en cuenta de las ciencias sociales.
[4] https://fr.redisthenewgreen.be/
[5] No está totalmente excluido que el capitalismo de un giro planificador-autoritario-tipo capitalismo de guerra- para intentar yugular la amenaza climática. Hay por tanto que insistir en la necesidad de una «planificación democrática», decir que la descentralización energética abre oportunidades formidables para el control de la producción renovable por las comunidades, en la base.
[6] 9/11/2016, https://ptb.be/articles/cop22-ne-laissez-pas-le-debat-sur-le-climat-aux-diplomates-et-lobbyistes
Texto original en francés: https://www.gaucheanticapitaliste.org/le-faux-miracle-de-la-revolution-de-lhydrogene/?fbclid=IwAR3N0aGB1l_oeiqHl68beljUp_Kfkc1OYKDAlmYKEGBWeH3fONFbPgzw3OA
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur