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El fascismo risueño

Fuentes: Gara

Se tiende a creer que los grupos neonazis son algo ajeno al estado o incluso enfrentado a él. Un estado democrático y de Derecho que se ve, ¡pobre!, acosado por los radicalismos extremos: de un lado, anacrónicos comunistas que todavía creen en la revolución, y, de otro, una extrema derecha cavernícola y casposa que cree […]

Se tiende a creer que los grupos neonazis son algo ajeno al estado o incluso enfrentado a él. Un estado democrático y de Derecho que se ve, ¡pobre!, acosado por los radicalismos extremos: de un lado, anacrónicos comunistas que todavía creen en la revolución, y, de otro, una extrema derecha cavernícola y casposa que cree que España se desmembra y Zapatero es un peligroso socialista. En medio estarían los demócratas, las burguesías periféricas y las almas bellas. Y por encima de todos el estado. Pero lo cierto es que a la cárcel siempre van los mismos para cumplir largas condenas: comunistas, patriotas y antifascistas.

El fascismo no es sólo una ideología propia de cachorros nazis. El fascismo concierne principalmente al estado. La burguesía adoptará o el fascismo o la democracia burguesa como formas de dominación, según la agudización y nivel de desarrollo de la lucha de clases. Cambiará la forma, pero no el contenido, esto es, la dictadura de la burguesía. Si el estado fuera democrático, Iñaki de Juana Chaos no se vería obligado a iniciar una huelga de hambre para reclamar que se cumpla la propia ley burguesa. No existiría la llamada «doctrina Parot» ni habría una Ley de Partidos. Ni habría torturas ni el mal llamado «conflicto vasco» se eternizaría. No es porque exista ETA que el Estado endurezca su legislación penal, sino, al revés, es su carácter fascista y su incapacidad política y nulo espíritu democrático el que provoca la reacción y lucha de los pueblos y lo más avanzado de ellos. El Estado preferiría la balsa de aceite, es decir, que la clase trabajadora se dejase explotar dócilmente sin ejercer el monopolio de la violencia. Pero existe la maldita lucha de clases, que no inventó Marx, por cierto, que deturpa y arruina los paraísos capitalistas y los finales de la Historia y de esta historia. Hasta el punto de saltarse sus propias leyes, como ocurre de manera obscena en el caso de Iñaki de Juana y antes de Crespo Galende y Juan Manuel Sevillano. No solamente vulneran el principio de irretroactividad que en derecho penal es fundamental, sino que desprecian la excepción a esa regla principal, esto es, la retroactividad de la ley penal más favorable (al reo). Te juzgan según el viejo Código Penal y te meten más puro según el nuevo, algo antijurídico.

El «indestructible» Estado se ve contra las cuerdas frente a la firme decisión de un solo hombre: Iñaki de Juana. La inepcia del Estado, que entiende eso como un «desafío», decide alimentar forzosamente al preso político, o sea, prolongar la tortura, y ello no para salvaguardar la vida del huelguista, como proclama cínicamente, sino para desmoralizar, primero al huelguista y, segundo, escarmentar a quienes admiran tal demostración de dignidad. He aquí el talante del Estado: la venganza. Y eso se llama fascismo aunque le pongan rostro risueño. O, más bien, siniestro (unheimlich).