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El feminismo argentino como fuerza en disputa

Fuentes: CLAE

Los feminismos populares construyen su programa de lucha como parte de la fuerza política general, no por fuera, no en los márgenes, no como “comisión de género” de los espacios políticos.

Un nuevo #3J irrumpe en un escenario político argentino particular. Como hace años, la consigna Vivas, Libres y Desendeudadas/es recorrió las plazas y las calles de todo el país, consigna que fue acumulando la densidad política de los sectores y expresiones contenidos en el movimiento feminista y disidente. El 3 de junio de 2015 nació el movimiento Ni una menos como una expresión masiva destinada a visibilizar la violencia por motivos de género.

Poder visualizar los procesos organizativos, los debates y tensiones que hacen síntesis en las banderas, significa nada más ni nada menos que ver la construcción del programa de la fuerza social y política de la cual los feminismos populares son un componente central.

Su protagonismo con capacidad de visualizar las causas de los problemas profundos de los sectores populares y sus responsables es innegable, en los últimos años de la política argentina. 

Desde el primer paro al gobierno neoliberal de Mauricio Macri, hasta la gran batalla por la reforma previsional, hito de constitución de la fuerza que logró construir poder y realizarlo en la victoria electoral del Frente de Todes. Las mujeres y disidencias, lograron superar los límites de sus organizaciones y espacios políticos, para ir tejiendo la red que permitió ampliar las alianzas y lograr la unidad, frente al proyecto neoliberal que representaba el macrismo y los actores económicos concentrados. 

Desde aquellos momentos, la exigencia de querernos desendeudades expresaba la claridad de los feminismos sobre las consecuencias que traería a la sociedad argentina el acuerdo que Macri consumó nuevamente con el Fondo Monetario Internacional en 2018. Varios años después, las proyecciones se cumplen, con mayores índices de pobreza, desocupación y hambre. 

Dicha situación fue obviamente agravada por la pandemia y el confinamiento consecuente, a 99 días de asumido el gobierno del Frente de Todes. La conjugación de “las dos pandemias” (tal y como nombró la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner al gobierno de Mauricio Macri, seguido de la emergencia sanitaria), afectó mayormente a mujeres y disidencias, producto de desigualdades históricas y estructurales. 

El confinamiento social por Covid-19 aumentó también las estadísticas de violencias de géneros. Se hizo aún más evidente que nuestros hogares no parecen ser lugares tan seguros, y menos para nosotres. Confinadas a la reducción de nuestros encuentros sociales, con mayor violencia económica producto de la crisis, con aumento de las exigencias de trabajos de cuidado no remunerados, y con la impotencia de no poder tomar las calles masivamente, se hizo necesario ocupar también las redes sociales,.

Estas se constituyeron en espacios de posibilidad de encontrar resguardo en las redes sororas. Es que cuando la violencia irrumpe, no hay opción, está en juego la vida de cada une de nosotres. 

Este 3 de junio la calle fue habitada nuevamente por miles de mujeres y disidencias, en una movilización que realizó un proceso organizativo de construcción de poder que la precede. Proceso que tiene como protagonistas a organizaciones, sindicatos y todo tipo de expresiones que transversalizan el movimiento. 

Los feminismos populares construyen su programa de lucha como parte de la fuerza política general, no por fuera, no en los márgenes, no como “comisión de género” de los espacios políticos. Y es fundamental comprender este hecho, desde el interior de las propias organizaciones, para asumirlo como potencialidad y no como amenaza, o al menos, para no subestimarlo. 

La experiencia histórica demuestra que en general, el papel de las mujeres ha sido invisibilizado. Parece ser hora de asumir toda la complejidad que contienen y expresan los procesos populares. 

En un escenario de grandes incertidumbres, y hasta de cierta dispersión política agudizada por el confinamiento que inmovilizó de alguna manera el músculo de calle de la fuerza política popular, los feminismos tuvieron por ejemplo, la capacidad el 8M, día de paro internacional, de poner como consigna central “que la paguen los que la fugaron. La deuda es con nosotres”. 

La consigna sintetizó claridad respecto del enemigo y una salida concreta al problema de la asfixia por endeudamiento a la que nos condenó el macrismo y el Fondo Monetario Internacional, de violencia política y económica que supone condenar a un pueblo al hambre. Dicha consigna fue tomada por Cristina Kirchner y materializada en una serie de acciones para responsabilizar a quienes saquean al país a través de la fuga de capitales y la especulación que deja vacías las mesas de les argentines.

El feminismo como campo de disputas

La expresión popular de los feminismos, de la mano de compañeres con una larga trayectoria histórica de lucha en sus organizaciones, se enfrenta en los debates y en las acciones con fracciones conducidas por un feminismo liberal, importado desde otros centros de poder mediante la penetración de ONG y financiamiento internacional, o de expresiones  que imponen la discusión sobre antinomias o cambios reformistas, que abonan a la dispersión y claramente, atentan contra los procesos organizativos. 

A este fenómeno no hay que subestimarlo, pero es fundamental entenderlo. Los feminismos están en disputa, como cada fracción del campo del pueblo: abandonar esta disputa constituye un error estratégico. 

Un movimiento que está teniendo capacidad de tejer un hilo de continuidad entre generaciones, sumando la experiencia organizativa a la capacidad de cuestionar el status quo de millones de jóvenes, fuera todavía del proceso de corporativización ciudadana, esa imposición de relaciones sistémicas difíciles de poner en tensión. Esta conjunción intergeneracional, de circulación de conocimientos, formas de lucha, dan al movimiento la potencialidad de cambiarlo todo. 

Hoy está más claro que nunca que aquí reside la fuerza instituyente para transformar de raíz las formas de organización para enfrentar a un enemigo que ha cambiado sus formas, en un tiempo histórico donde crujen las estructuras mismas del sistema capitalista y patriarcal, pero donde se agudizan las condiciones de explotación. 

Hay que poder pensar por qué las fracciones más conservadoras del poder atacan directamente a los feminismos y sus consignas, preguntarnos dónde reside la supuesta peligrosidad que dichos sectores le atribuyen a su fuerza de cambio. 

O por qué dichos sectores también están logrando aglutinar a parte del campo popular bajo un discurso de extrema derecha, que contiene también un discurso antisistema, cuestionando el fondo del Estado y sus instituciones, pero que bajo su conducción, se vuelve antipolítica, socavando la única vía que tiene el campo popular para terminar con las condiciones de opresión en las que vive bajo estas relaciones sociales. 

Saltadas las vallas que impone el proceso de conformar una fuerza social, el desafío que se presenta ahora es el de articular un programa de justicia social capaz de cuestionar el carácter sistémico sobre el que se configura el patriarcado, que nos permita seguir identificando el enemigo común, construyendo las herramientas de organización para realizar el poder que nos da la fuerza de calle. 

Un programa que permita trazar un horizonte, aglutinar a les indecises, construir la mística y la épica que ha caracterizado cada proceso de lucha histórica, que permita salir de la inmovilidad, superar los discursos de moderación y consenso con los poderosos, escenario donde las grandes mayorías siempre pierden potencia. Un programa que permita radicalizar la fuerza hacia un feminismo popular.

* Psicóloga, magíster, militante sindical y feminista, colaboradora del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).

Fuente: https://estrategia.la/2022/06/03/el-feminismo-argentino-como-fuerza-en-disputa/