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A treinta años de la muerte de Franco

El fin de la historia

Fuentes: Página12

En la madrugada del 20 de noviembre se cumplieron tres décadas de lo que pareció la agonía más larga del mundo. Se acababa una época feroz en España, moría un dictador eterno y de hierro, nacía un nuevo modelo. Aseguran que ocurrió a las 3.20 de la madrugada, pero no fue sino hasta las 5.40 […]

En la madrugada del 20 de noviembre se cumplieron tres décadas de lo que pareció la agonía más larga del mundo. Se acababa una época feroz en España, moría un dictador eterno y de hierro, nacía un nuevo modelo.

Aseguran que ocurrió a las 3.20 de la madrugada, pero no fue sino hasta las 5.40 que las radios anunciaron por fin: «Atención españoles (…) Las casas Civil y Militar informan que a las 5.25 según los médicos de turno, Su Excelencia El Generalísimo acaba de fallecer por parada cardíaca, como final del curso de su shock tóxico por peritonitis». El régimen había acompañado la decadencia del jefe de Estado acentuando su ferocidad. Daba manotazos de ahogado. En esos meses de despedida, Francisco Hermenegildo Paulino Teódulo Franco Bahamonde, Caudillo de España por la gracia de Dios, había firmado la ejecución de cinco jóvenes en Barcelona, Burgos y Madrid, condenado a prisión a diez oficiales integrantes de la Unión de Militares Democráticos y detenido en 70 días a más de cuatrocientas personas. El hombre de hielo

El parte, suscripto por el «equipo médico habitual» dictaminó: «Enfermedad de Parkinson, cardiopatía isquémica con infarto agudo de miocardio, anterioseptal y de cara diafragmática: úlceras intestinales agudas, reincidentes con hemorragias masivas reiteradas; peritonitis bacteriana; fracaso renal agudo; tromboflebitis ileofemoral izquierda; bronconeumonía bilateral aspirativa; shock endotóxico; parada cardíaca».

El miedo, la incertidumbre, las intrigas y el humor negro habían marcado los meses de agonía. Se decía, sin mucha certeza, que al despedirse de Isabel II, Manuel Fraga Iribarne, entonces embajador en Londres, escuchó a la reina saludarlo con un chiste: Franco, moribundo alcanzó a oír que, en la calle, la multitud gemía «¿dónde iremos sin ti?». Con un hilo de voz, el dictador preguntó a su asistente: «¿Dónde quieren ir todos esos de ahí afuera?». Circulaban parodias de comunicados («Esta mañana, Su Excelencia el Jefe del Estado, ha tolerado perfectamente su tercera autopsia») y también los juegos anticipatorios, como aquel que sostenía que la suma de la fecha del Alzamiento (18-7-36) con la del fin de la Guerra Civil (1-4-39) se obtenía como resultado 19-11-75. Franco tenía turno para morir el el 19 de noviembre del ’75. El pronóstico iba a errar por horas.

Lo cierto es que la noticia encontró a pocos opositores en su casa. En las vísperas todos habían optado por dormir en domicilios prestados. Jordi Solé Tura relató en sus memorias que el imparable descenso de «Paquito» a los infiernos lo había sorprendido a él y otros miembros del PSUC -Partido Socialista Unificado de Catalunya, el PC catalán- reunidos en un pueblecito de la Costa Brava. «Decidimos dispersarnos», rememoró y agregó que, junto a su mujer, decidieron pernoctar en otros sitios hasta que se produjera el gran suceso. Muchos decidieron esperar el cumplimiento del plazo fijo del otro lado de la frontera, en Francia. En vista del previsible y magno óbito, el 19, Televisión Española modificó su programación nocturna y suspendió el envío de La Hora de…, dedicado a Julio Iglesias y Rafaella Carrá, por el film Sucedió en Birmania. El deceso agudizó las luchas que se desarrollaban detrás de la escena entre los políticos y lo que llamaban «la camarilla de El Pardo». La hon ras fúnebres se concentraron en el escenario majestuoso que enmarcan la Plaza de Oriente, la calle de Bailén y Palacio Real, desde cuyos balcones, poco antes, el 1º de octubre, durante el 39 aniversario de su llegada al poder, y tratando de disimular su disnea, el hombrecillo despiadado, de voz aflautada y vientre irreprimible, había lagrimeado al pronunciar el último y escalofriante «¡Arriba España!» que unificaba a los vencedores de la Guerra Civil. Junto a él estaba Juan Carlos de Borbón, su sucesor. Pues bien, en sus exequias, el superministro Carlos Arias Navarro pidió que los obispos más importantes, entre ellos Enrique y Tarancón, de la diócesis de Madrid, tomaran a su cargo una misa concelebrada. Los tres obispos se negaron. Las relaciones entre Franco y la Iglesia estaban en un mal momento. Franco, el almirante frustrado, que daba rienda suelta a susfantasías marítimas en la cubierta del yate Azor, el guionista de Raza, había hecho oídos sordos al pedido de clemenci a del Papa por Jon «Txiki» Paredes, Angel Otaegui, José Luis Sánchez Bravo, Ramón García Sanz y Humberto Baena, ejecutados a fines de septiembre. El féretro, flanqueado por la Guardia Mora, fue llevado al Valle de los Caídos, la faraónica tumba de piedra que «Paquito» había construido para su propia gloria con el sudor y la sangre de miles de presos de la República. Una losa de granito de 1500 kilos selló el sepulcro. Tarancón sí pronunciaría la homilía en la coronación de Juan Carlos de Borbón, pidiéndole que fuera «justo» y rey «de todos los españoles».

Retrato de familia

Como de costumbre, Franco había pasado su último verano en Pazo de Meiras. Allí, en Galicia, había celebrado el Consejo de Ministros que sancionó la ley antiterrorista con que se juzgaría de ahí en más cualquier actividad opositora. El Generalísimo actuaba como un inmortal pero presentía que la Parca lo cortejaba. En 1973 había aceptado dividir el poder omnímodo, mantenerse como jefe de Estado y designar un jefe de Gobierno. La elección recayó en el almirante Luis Carrero Blanco, el individuo que debía supervisar al futuro rey y garantizar que España fuera como el Caudillo había planeado: «Una, Grande y Libre». El proyecto, sin embargo, voló literalmente por los aires en la calle de Claudio Coelho, en el barrio de Salamanca. Una carga explosiva colocada por ETA levantó el automóvil que ocupaba Carrero hasta el tejado de la embajada de los Estados Unidos, donde quedó colgado. Franco concurrió al velatorio de Carrero Blanco y lloró. Pero se le escuchó murmurar «no hay mal que p or bien no venga». Es posible que la frase le ayudara a creer que su diseño de futuro se mantendría, de cualquier modo. El gallego, nacido en el puerto de El Ferrol, ungido el general más joven de Europa, jefe de la Legión, acostumbrado a hacer marchar a los castigados bajo el sol del desierto y cargando una mochila colmada de piedras, parecía ser, sin embargo, un «calzonazo», influido por un grupo familiar compuesto por mujeres y en el que la matriarca era la asturiana seca y dura, de dentadura prominente, Carmen Polo Meléndez-Valdez, su mujer, más conocida por los antifranquistas como «la Collares», a causa de su tendencia a los collares de perlas de muchas vueltas. Fue «la Collares», sostienen, la que impuso a Carlos Arias Navarro para reemplazar a Carrero Blanco. A esas alturas, al octogenario caudillo lo digitaba el entorno, un entorno compuesto por su hija, Carmen Franco Polo, «Nenuca», su marido Cristóbal Martínez Bordiú, marqués de Villaverde, cardiocirujano famoso por su ineptitud y porque cuando a los pacientes les tocaba su turno se encomendaban al cielo. El marqués fue, con todo, d esignado jefe de servicio, un cargo al que no era ajena su condición de «yernísimo»; del mismo modo obtuvo la representación de las motos «Vespa», que hacían furor en España. Por esa suerte, la tendencia ibérica a los motes, lo nombraba como «marqués de Villavespa». La Collares había hecho nombrar duquesa a «Nenuca» y los asistentes recomendaban que quien se dirigiera a ella lo hiciera como «Alteza». La pareja tuvo siete hijos. El primogénito, Francisco Martínez Bordiú Franco, fue rebautizado como Francisco Franco Martínez Bordiú para que el apellido perdurara. La abuela Polo sabía que el bebé era ya un aristócrata y se preocupaba: «¿Le han dado ya el biberón al señor?». La segunda, Carmencita, era el ojito derecho del abuelo, que desplazó al padre marqués y la llevó al altar el día de su boda con Alfonso de Borbón. Aunque entrelazada la sangre Franco con la estirpe real, Carmencita no pudo cumplir el sueño de la Collares: ser reina. «Paquito», a bordo del Azor, había conven ido con el exiliado Juan de Borbón que fuera su hijo Juan Carlos el encargado de volver a hacer de España una monarquía. El 15 de octubre de 1975, ya de regreso de sus vacaciones, el Generalísimo, tocado por una flebitis que lo tenía a mal traer, sintió queel pecho se le partía y el dolor se reflejaba en la espalda, entre los hombros. El 16, los médicos dictaminaron una insuficiencia coronaria. Igual, quiso atender las cuestiones de Estado; el 19 aparecieron las extrasístoles: «Esto se acaba», dicen que dijo; el 22 trasladaron equipos cardiológicos a El Pardo; el 23 los dolores de pecho se hicieron más intensos; en la madrugada del 24 se agravó el problema cardíaco y se sumaban una candidiasis, distensión abdominal, gases que lo tenían en un grito. El 25, por las dudas, le dan la extremaunción y el obispo de Zaragoza le coloca sobre la cama el Manto de la Virgen del Pilar, patrona del Ejército, bordado de rodillas por las adoratrices que prometieron que la virgen lo estrenaría el día que las tropas nacionales entraran en Madrid; el 26 comienza una hemorragia digestiva; el 3 de noviembre, Franco se ahoga entre vómitos de sangre, que sale «a chorros» de acuerdo a la confesión de un familiar. Sin tiempo para llevarlo al hospital, lo intervienen allí mismo, en un quirófano improvisado en la guardia de El Pardo. La sutura detiene la hemorragia. El médico duerme al lado, en La Perona, la habitación del palacio del Pardo que había ocupado Eva Perón durante su viaje. El 7 de octubre lo reintervienen en la Ciudad Sanitaria La Paz. En la habitación 103 están él y un respirador, un riñón artificial. Tiene sondas en nariz, boca, uréter y recto, una aguja en vena que hace pasar el contenido de tres frascos, cables en el pecho que lo conectan a un electrocardiógrafo, un desfibrilador y un marcapasos, y un drenaje en el abdomen. «Es duro morir», cuentan que murmura en su sopor. Otros relatan que le ha tomado la mano a su médico implorando «no me deje». Usan hielo para contener la sangre, imparable. Los medios venden a su madre por una foto del Caudillo en la cama. Los médicos se niegan, pero es el marqués de Villaverde el que pide una cámara con flash para inmortalizar la situación porque «esto es parte de la historia de España». El marqués vende, con seguridad a un gran precio, la exclusiva». El 18, Nenuca, su mujer, la hija del Generalísimo le grita «¡Basta YA!». El 19 por la noche, Martínez Bordiú, en medio del escándalo causado por ese descomunal e inútil soporte, pide a los médicos que se retiren. Van a quitarle la asistencia. El encarnizamiento terapéutico ha tenido una poderosa razón: tratar de hacerlo vivir hasta el 27 y renovar el cargo de Rodríguez Balcarce, el hombre en quien confiaba «la camarilla de El Pardo» para controlar al nuevo Jefe del Estado español. No puede ser. Francisco Franco da la última boqueada en la madrugada del 20. El régimen que quiso ser «la historia» misma se derrumba. Al poco tiempo, los niños en la calle recordaban la muerte del ogro con una canción irreverente: «Franco. Franco/tiene el culo blanco/porque su mujer/lo lava con Ariel».