A la policía se le acaba el chollo de las mentiras sin réplica, del anonimato, de las cloacas invisibles. Durante más de setenta años, la tortura, los malos tratos, las detenciones ilegales, los abusos, las vejaciones y las agresiones brutales a manifestantes pacíficos han sido prácticas sistemáticas e impunes (es decir, sistémicas) en el Estado […]
A la policía se le acaba el chollo de las mentiras sin réplica, del anonimato, de las cloacas invisibles. Durante más de setenta años, la tortura, los malos tratos, las detenciones ilegales, los abusos, las vejaciones y las agresiones brutales a manifestantes pacíficos han sido prácticas sistemáticas e impunes (es decir, sistémicas) en el Estado español, con la abyecta complicidad de jueces, políticos y medios de comunicación. Y esto no lo dicen los simpatizantes de ETA: lo dicen, entre otros, Amnistía Internacional, los relatores de la ONU y el medio centenar de organizaciones integradas en la Coordinadora para la Prevención de la Tortura.
Pero se les acaba el chollo, se les ha acabado ya. Hace solo diez años, la mayoría de la población creía que la tortura se había terminado con la supuesta transición a la democracia; hoy solo la niegan los necios y los canallas. Los medios alternativos y las redes sociales difunden en tiempo real la información veraz, esa que los discípulos de Goebbels intentan sustituir por una gran mentira mil veces repetida. Es imposible evitar que circulen las fotografías y los vídeos de la brutalidad policial cuando en cada teléfono móvil hay una cámara y un transmisor, cuando cada ordenador puede convertirse en una potente unidad emisora-receptora. Dont’ hate the media, become the media (no odies a los medios, conviértete en los medios), dicen los antisistema británicos, y la consigna ya es un hecho.
Ansuátegui era tan zafio como Carrión (por no hablar de Rubalcaba, que, ¿alguien lo duda?, sigue siendo el ministro de Interior); pero aquel aún tenía algunas posibilidades de que sus mentiras fueran creídas, mientras que los penosos balbuceos de esta son instantáneamente desmentidos por los cientos de imágenes y testimonios que circulan por la red.
Ahora todo el mundo sabe que hace falta una docena de antidisturbios para reducir a un periodista (lo cual da idea de la valía -y valentía- relativa de ambos oficios). Todo el mundo puede comprobar en vivo, y a veces incluso en directo, la bravura y eficacia de los agentes del orden. «Dos contra uno, mierda para cada uno», dicta la justicia popular. Cuando son doce contra uno, sobra la sentencia, pues los doce la mierda ya la llevan puesta. Y a la vista de todos, aunque intenten esconderla debajo de los cascos.
Fuente: http://boltxe.info/?p=36485