El gobierno español es, en el momento actual, un gobierno que trabaja en su totalidad en defensa de los intereses de los grupos propietarios del capital financiero, de las grandes compañías eléctricas y de las grandes empresas de la construcción que en buena medida las controlan, del capital inmobiliario en sus intentos por sobrevivir a […]
El gobierno español es, en el momento actual, un gobierno que trabaja en su totalidad en defensa de los intereses de los grupos propietarios del capital financiero, de las grandes compañías eléctricas y de las grandes empresas de la construcción que en buena medida las controlan, del capital inmobiliario en sus intentos por sobrevivir a la crisis por él provocada a costa de muchas de sus víctimas.
El gobierno ZP se ha echado en manos de los grupos poderosos sobre todo a partir de los episodios de mayo del 2010. Atemorizado ante la magnitud de los amenazas provenientes de la presión especulativa de los grupos de poder que controlan el mercado financiero, carente de ideas y de cuadros capaces de articular políticas distintas de las ordenadas por el directorio Merkel/Sarkozy/Trichet, desconectado de la base electoral que por dos veces le ha llevado a la Moncloa, ZP no ha encontrado otro recurso que emprender el camino de la recesión prolongada para efectuar los ajustes que los mercados (una vez más), son incapaces de realizar.
Cuando se ha verificado el rotundo fracaso del capitalismo español realmente existente -el del «ladrillo», el capitalismo inmobiliario, levantado sobre la superexplotación de una mano de obra precarizada y con merma de derechos, con recurso a un endeudamiento enloquecido de las familias y las propias empresas y con un tratamiento fiscal más que favorable- la única solución a dicho fracaso es… volver a reflotar a los mismos grupos de poder mediante una bajada descomunal de las rentas del trabajo que, si pueden ofrecer oportunidades a corto plazo de recuperación de la tasa de ganancia, amenazan su continuidad por el escenario de contracción de la demanda y recesión económica que dibujan, tal y como confirma el recientemente publicado informe del FMI.
La elección de esta hoja de ruta expresa bien los límites de la socialdemocracia española para definir una política propia cuando la crisis capitalista reduce las posibilidades de distribución de rentas entre la clases subalternas. «¡Qué bien se gobierna cuando hay dinero!» parece que exclamaba ZP en su primera legislatura cuando el funcionamiento del modelo español de crecimiento le permitía alegrías ciudadanistas y hasta bienestaristas sin molestar los espectaculares beneficios del capitalismo inmobiliario
La hegemonía de los liberales al frente de la política económica en los gobiernos de FG y ZP y la falta de coraje de los guerristas y la izquierda socialista, está pasando factura: la dirección del PSOE -ésta y cualquier otra que pudiéramos imaginar-, parece incapaz siquiera de diseñar un política orientada a reactivar la economía y combatir sus principales desequilibrios, manteniendo los principales derechos sociales e instituciones del Estado del bienestar.
El PSOE, que ha sabido ganarse la confianza del capital y de los asalariados, está perdiendo la del primero a pesar de los duros sacrificios que impone a los segundos con su política de austeridad.
La hegemonía del pensamiento y la explicación conservadora de la crisis atribuye la ineficiencia del gobierno y al exceso de burocracia las causas de la «enorme deuda»(poco importa que los datos demuestren que el nivel de la misma está muy por debajo del de los principales países de la UE15) a pesar de que la deuda de las AAPP represente solo el 13% del total de la deuda en la que bancos y empresas representan el 70%.
El crecimiento del endeudamiento público se ha disparado en los dos últimos años por efecto de la financiación de los programas de reactivación -muy en primer lugar con la inyección de recursos a los bancos para impedir el frenazo al crédito y consecuente estrangulamiento de hogares y empresas- y el déficit fiscal incrementado con la reducción de los ingresos públicos.
Ese elevado nivel de endeudamiento privado -fundamentalmente a través de inversiones en cartera (emisión de títulos y valores)- que ha financiado tanto la inversión como el consumo la actividad económica, es la expresión mas fiel de las disfunciones del modelo productivo español -el basado en el ladrillo alimentado por endeudamiento de los promotores y los compradores, a mayor gloria de los bancos y con la ayuda de las demenciales ayudas fiscales- del que tanto se ha vanagloriado la derecha política y del que el PSOE no ha sabido (ni, probablemente ha querido) zafarse.
Uno de los sectores más endeudados por efecto de sus elevadas inversiones ha sido el sector eléctrico y eso y no el peso de las ayudas a las energías renovables explica la reciente subida de la luz, un balón de oxígeno a las eléctricas ante las más que posibles bajadas de la calificación de sus deudas. Es este un ejemplo claro de las vacilaciones y los temores de este Gobierno declinante. No solo nos obliga a pagar el Kwh de nuclear (de coste casi cero con unas instalaciones amortizadas) como si fuera de una central de ciclo combinado (mucho más caro por estar en pleno proceso de amortización) regalándole a las nucleares unos «beneficios caídos del cielo» sino que, incapaz de desembarazarse de la herencia de Aznar con su regalo a las eléctricas del llamado déficit tarifario, nos obliga asumir la carga de la financiación de este déficit a través de la emisión de bonos con el aval del Estado. Asustado por sus «audacias» de la anterior legislatura, el gobierno retrocede en su política de energías renovables, cediendo así al chantaje de las eléctricas y abriendo el paso a la construcción de nuevos reactores nucleares, legitimados además como fuentes no productoras de emisiones de CO2.
Ese endeudamiento ha sido también la válvula de escape y el alimento artificial necesario para mantener un nivel de demanda que los bajos salarios no permitían. Lo que los trabajadores españoles y sus sindicatos no conseguían por la negociación y las luchas reivindicativas les era suministrado por los bancos al precio de una hipoteca en muchos casos de por vida. Es fácil hacerse una idea de la profunda erosión que este fenómeno ha generado en los sentimientos y la identidad de clase de los trabajadores y las consecuencias que ya estamos viendo a la hora de hacer frente al vendaval de nuevas agresiones capitalistas.
Los sectores sociales dominantes que han aprovechado la utilidad y los servicios del gobierno del PSOE hasta el último momento, ya han percibido que no le necesitan, ni siquiera para frenar las respuestas sociales de UGT y CCOO a las más agresivas medidas adoptadas por gobierno alguno desde la muerte de Franco. La debilidad y adocenamiento de los aparatos sindicales, verificada el pasado 29S y desgraciadamente corroborada con el acuerdo sobre pensiones, inspira escaso temor a las clases pudientes, que se disponen a gozar de un largo período de tranquilidad y acumulación de beneficios con el gobierno amigo del PP. La primacía cuando no la exclusividad del diálogo social del sindicalismo oficial que ha unido su suerte a la del gobierno ZP parece mostrar asimismo sus límites cuando ni el Gobierno ni la patronal tiene otra cosa que ofrecer que la aceptación de una nueva merma en los derechos de los trabajadores que se impondrá con o sin su apoyo. En esta tesitura, dos actores en retroceso, el Gobierno y los sindicatos, convienen en echarse una mano para conservar el máximo de legitimidad posible, el primero ante sus próximas citas electorales, los segundos ante las también próxima elecciones sindicales en espera de revalidar su hegemonía y, por tanto, la fuente de recursos que los sostiene como aparato.
El ciclo electoral que se avecina puede ser catastrófico para el PSOE. No solo puede perder el Gobierno del Estado y el de varias CCAA sino también varios ayuntamientos importantes y muchos medianos y pequeños. Lo que representa un descalabro importante para un partido como el PSOE cuyo proceso de reclutamiento se basa antes que nada en la expectativa de acceso a una carrera pública en los diferentes niveles políticos y administrativos.
El descalabro del PSOE deja a la socialdemocracia sin uno de sus últimos bastiones en Europa, al fin y al cabo la cuna y el «hábitat»natural de esta corriente política. Algunos lo interpretan como el fin de la socialdemocracia y con él de las ilusiones reformistas de humanizar al sistema capitalista. La política socialdemócrata ha estado basada en dos grandes principios: 1) la economía capitalista (de «mercado») es insuperable y consustancial a las sociedades complejas de modo que sin ella es impensable la democracia política y 2) la consecución de mejoras constituye la función histórica de los gobiernos progresistas. La actual crisis de la economía capitalista global parecería que va a desmentir ambos postulados. La economía capitalista se ha encontrado en los tres últimos años más de una vez al borde del precipicio y cuando parece alejarse de él lo hace con una hoja de ruta alejada de cualquier veleidad humanizadora.
Ningún sentimiento de alegría pueden producir estos hechos entre las filas de la izquierda que todavía no ve la luz al fondo del largo túnel de estas últimas décadas. Las emergencias de nuevos sujetos políticos no han despertado el interés de los sectores sociales que potencialmente podían sentirse atraídos por sus propuestas, lo que seguramente permite cuestionar la teoría de un espacio anticapitalista «vacante». La tarea que hay por delante es ingente y no me resisto a la tentación de calificarla como un nuevo comienzo para el que resulta imprescindible el concurso de todas las corrientes, sensibilidades, etc. con frecuencia en procesos de reagrupamiento ante coyunturas y demandas determinadas y temporalmente limitadas.
Creo que el papel fundamental, histórico, le vuelve a corresponder al movimiento obrero, a otro y nuevo movimiento obrero. Es comprensible que los cuados y dirigentes del movimiento sindical vean con recelos incluso la mera teorización de estas posibilidad y necesidad histórica. Creo que durante un largo período, el movimiento sindical clásico y este «otro movimiento obrero» van a tener no sólo que coexistir sino que colaborar, complementándose entre sí como ya se apunta en algunas luchas en la actualidad. Pero ese es otro cantar.
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