El pasado 16 de marzo se produjo en España un hecho histórico, aunque poco advertido en los medios: el retiro de la colosal estatua ecuestre de Francisco Franco que se erigía en la plaza de San Juan de la Cruz, junto a Nuevos Ministerios. ¿Significa esto el punto final de la larga noche fascista? ¿Es […]
El pasado 16 de marzo se produjo en España un hecho histórico, aunque poco advertido en los medios: el retiro de la colosal estatua ecuestre de Francisco Franco que se erigía en la plaza de San Juan de la Cruz, junto a Nuevos Ministerios. ¿Significa esto el punto final de la larga noche fascista? ¿Es el colofón, al menos emblemático, de la dictadura? Desde luego que no, por ahí anda todavía Aznar rebuznando con sus despropósitos neolíticos.
El problema de las transiciones políticas ha afectado a muchos medios sociales y naciones en diversas épocas. La transición española: del franquismo a la monarquía parlamentaria ha sido señalada como uno de los milagros políticos del siglo XX. En realidad no fue tanto el prodigio porque la mayor parte de las estructuras de la dictadura permanecieron estables cambiando solamente de fachada. La Falange se convirtió en el Partido Popular y Franco reencarnó en Aznar.
El gobierno de Caudillo fue de carácter absolutista, unipersonal y altamente centralizado. Ni siquiera el partido de Estado, la Falange, conocido sencillamente como el «Movimiento», tuvo un papel determinante. A inicios de su dictadura Franco garantizó que ni la Iglesia católica ni el Movimiento pudieran constituir una concurrencia de su poder total y les otorgó funciones ornamentales más que control efectivo.
Franco gustaba de asignar rumbos de gobierno a diferentes personalidades. Así, Martín Artajo, Fraga Iribarne y Carrero Blanco fueron, cada uno, un partido, es decir una programa de gobierno y de enmiendas de carácter individual. A uno que se atrevió a preguntarle el camino a seguir el Caudillo le respondió: «haga lo que yo, no se meta en política».
Al hablar Felipe González de la transición española confiesa que la primera tarea fue sacar a su país del aislamiento internacional. Después hubo que modernizar la economía fabricando un mercado serio que no existía. Más tarde fue necesario abrir oportunidades a todos los ciudadanos y eso se logró con una liberalización pluralista. También hubo que atender el problema de las autonomías regionales y finalmente hubo que sacarle los colmillos al ejército, profesionalizándolo para que dejase de ser una fuerza amenazante de la democracia.
El carácter fragmentado, unipersonal y carente de una verdadera filosofía política que caracterizó el franquismo es la causa de que el pacto de la Moncloa no creó bases ideológicas de la nueva democracia. La monarquía parlamentaria se sostuvo gracias a la tolerancia, la armonización, la indulgencia y la amnesia.
Es un viejo axioma el que afirma que los pueblos votan con el estómago, no con la cabeza. Felipe González perdió cuando el desempleo había vuelto a incrementarse hasta un 23%. La derrota de la izquierda española se explica por la corrupción y las ilegalidades cometidas por el PSOE en cuyo gobierno se llegó a enviar tropas a los Balcanes, de la misma manera que Franco envió sus huestes a la Unión Soviética en la tristemente célebre División Azul. Fue eso lo que permitió el regreso del falangismo, encarnado en Aznar.
Durante la transición española la estrategia de la ultraderecha fue banalizar la dictadura, tratar de que sus crímenes y agravios a la sociedad fueran tratados como algo superficial, coyuntural, periférico. De esta manera se fueron distanciado emocionalmente de la gravedad de la violenta usurpación cometida, de la sostenida exacción del patrimonio español (¿recuerda alguien las joyas ostentosas de Carmen Polo?) y el golpe contra la democracia republicana.
La metamorfosis de la Falange en el Partido Popular tuvo tras ella la habilidad política de Fraga Iribarne. Aznar debió a las circunstancias su promoción al poder, más que a su capacidad personal. Su exaltación fue el resultado de la incompetencia del felipismo más que a su propia aptitud.
El gobierno de Zapatero subió al poder respaldado por once millones de votos. Aznar se empeñó en desconocer la voluntad del 90% de los españoles que desaprobaban su aventura guerrerista, su entrega al servilismo más indigno a Bush y le cobraron la cuenta. Ahora España está actuando con voz propia, con autonomía de criterio y con un tino que le ha devuelto el respeto en los escenarios internacionales.
El desmontaje de la estatua de Franco es otro signo más de los nuevos tiempos.