Alfredo Grimaldos es uno de los estudiosos con un posicionamiento más claro y crítico. Ha publicado una enjundiosa ‘Historia Social del Flamenco’, que falta hacía.
Alfredo Grimaldos es uno de esos periodistas en peligro de extinción, uno de los que asustan cuando amenazan con escribir y reciben querellas cuando escriben. También se dedica al flamenco, y su posicionamiento como estudioso es uno de los más claros y críticos. Sobre este campo ha publicado, además de diversos textos, un libro-disco sobre el cantaor jerezano Luis el de la Pica (El duende taciturno) y, recientemente, en la editorial Península, una enjundiosa Historia Social del Flamenco.
En el libro defiendes que el flamenco está ligado a una extracción social muy determinada.
Si coges el primer cancionero flamenco, el de «Demófilo», la cantidad de letras alusivas a la represión, la cárcel y la guardia civil son tremendas. El flamenco siempre ha sido una música con un gran poso de rebeldía; una música en la que se ha cantado a la marginación, a la discriminación racial; en definitiva, a la pobreza, pero sin una elaboración política grande; salvo, como digo en el libro, en los momentos de la República, en los que unos cuantos cantaores -payos, es importante la matización- cantan a Fermín Galán, a García Hernández y a los capitanes de Jaca, etc. Cantan a la República y se comprometen con ese proceso. Después, en los años duros de la posguerra, se vuelve a cantar a la pobreza y la marginación.
«El flamenco vinculado a las raíces sociales desaparece, como el lince ibérico o los bolcheviques»
La gran transformación se produce con Pepe Menese y las letras de Francisco Moreno Galván, los dos de la Puebla de Cazalla y militantes del PCE.
Renuevan las coplas flamencas partiendo de las raíces populares. En los discos de Menese se habla abiertamente de los maquis, la guerrilla, los últimos fusilamientos de Franco, la muerte de Grimau y de Centeno, etc.
¿Qué queda de ese flamenco áspero y reivindicativo?
Progresivamente, el flamenco fue saliendo de sus círculos naturales y se fue convirtiendo en otra cosa en la medida en que la sociedad iba evolucionando, se globalizaba. No se puede analizar aisladamente el flamenco.
Una determinada forma de flamenco, que es la que a mí me gusta, se está acabando. Ya no salen cantaores de ese corte, la sociedad es otra; el patio de vecinos donde vivía la Piriñaca y nació el Terremoto, el tabanco donde cantaba el Sordera, eso ya no existe. Ahora hay cantaores globales, como Miguel Poveda, que ha aprendido a cantar escuchando discos y que lo canta todo bien, a un nivel profesional, pero sin sabor ni pellizco: las alegrías no saben a Cádiz, las bulerías no saben a Jerez… El flamenco vinculado a las raíces sociales va desapareciendo, como desaparece el lince ibérico o los bolcheviques.
¿Queda algún reducto?
El último es Jerez, pero incluso los jovencitos que salen de Jerez y dan cuatro voces medio bien dadas ya no quieren ser Mairena, quieren ser Michael Jackson, es decir: ganar dinero con 20 años; y eso se gana en el mundo del pop y del rock, donde el público es poco exigente.
En Jerez sigue saliendo gente, como el Mijita, que canta bien, pero, como decía Gila: «¿comparado con quién?». Si comparas esta generacion del Mijita con la del Capullo, el Torta, Fernando el de la Morena…, y si comparas a su vez esa con la anterior: Terremoto, el Sordera…, verás que va todo en declive.
«Antes había gente que cantaba y bailaba de maravilla y que podían pasar a primera fila en cualquier momento»
En los carteles de las cumbres flamencas de los ’80 había cien artistas, y cada uno con su singularidad. Ves lo que hay ahora y te das cuenta de que esto es un embudo, que cada vez hay menos y que lo que quedan son artistas globalizados tipo Poveda. Es lo que hay. Rancapino ya no va a salir ninguno. Eso se ha acabado.
¿No tenías esperanzas en Fernando Terremoto hijo?
Bien, pero comparado con Terremoto padre… El hijo era buen cantaor, pero Terremoto padre era otra dimensión.
Como Vicente Soto Sordera respecto a su padre Manuel, ¿no?
Pero Vicente Soto, por conocimiento, por vivencia, porque tiene un compás de la hostia, porque ha cantado para baile…, es uno de los grandes actuales, es el enlace con la vieja generación.
Como Enrique de Melchor (en la guitarra) o José Mercé. Mercé puede hacer pamplinas, pero cuando se sube a un escematanario la cosa va por derecho, y si hay que cantar por seguiriyas y partirse los riñones, a ver quién se mide con Mercé.
Recuerdo que una vez, después de entrevistarle sobre un disco suyo , ya en el bar, le pregunté si cuando grabó el disco Bandera de Andalucía, con letras de Caballero Bonald, él, un gitanito de Jerez con 20 años, sabía lo que estaba cantando, si sabía de esas cosas autonomistas, o era como esa gitana que durante la Guerra Civil, cuando bombardeaban Madrid los fascistas, decía «¡ay madre mía la que han liao aquí los payos!». Y me respondió: «Sí que lo sabía; estuve trabajando cuatro años con Gades. Lo primero que hizo Gades fue explicarnos un poco el tinglado y de allí, nos llevó al cine a ver Morir en Madrid de Fréderic Rossif…
No quiero que haya ninguna guerra, pero si hubiera alguna sabría cuál es mi bando».
El flamenco espectacular ha existido desde los años ’50 (los de la ópera flamenca), pero siempre quedaba algo al margen. ¿Se ha perdido?
Lo que había entonces era mucha gente no profesional que cantaba, bailaba y tocaba la guitarra de miedo pero que quizá luego tenía miedo escénico o trabajaba a gusto en otra cosa. El último ejemplo de esto es Luis el Zambo. El Zambo se hace profesional con 50 años.
Era pescadero, pero como vio que el trabajo iba decayendo y que faltaban cantaores como él, dio el salto. Es uno de los grandes cantaores que hay ahora, su eco es una cosa fuera de serie. Antes era habitual encontrar cantaores semiprofesionales.
Había un caldo de cultivo en los barrios (en las familias) de gente que cantaba y bailaba de maravilla y que podían pasar a primera fila en cualquier momento. Ahora no hay ya. Siquiera se reúnen.
¿No queda una escena flamenca compartida? ¿Una vivencia común entre sus intérpretes?
Cuento en el libro que en los ’70 se gastaban el dinero conforme lo ganaban en comerse un pollo, beberse una botella de vino y escucharse cantar uno a otro. Ahora no. Mercé mismo te dice que él se pasa el día en su casa viendo el fútbol, sale en su coche, actúa, vuelve y no se relaciona con otros flamencos.
Y no es el único. No hay ese mutuo enriquecimiento. Si ya lo traes de familia puesto, no te lo puede quitar nadie, pero los nuevos… Fijaos en la diferencia: Mercé sale de una familia de gitanos, escuchó cantar en su bautizo y todos los días de su vida, su tío es el Sordera, su tatarabuelo es Paco la luz… ¿Cómo va a a cantar ese igual y con el mismo soniquete que el que nace en Alpedrete y empieza a cantar escuchando discos? Se puede hacer otro flamenco, musical y profesionalmente de calidad, pero ese flamenco con saborcito y pellizco; ése ya…