Hoy la paradoja nacional consiste en que mientras todo el establecimiento dominante se alinea con la terminación negociada del conflicto armado, amplios sectores populares se muestran escépticos frente a ese proceso y el gobierno sufre un fuerte desgaste político. Tal situación se presenta porque mientras el gobierno firma la paz en La Habana, realiza una […]
Hoy la paradoja nacional consiste en que mientras todo el establecimiento dominante se alinea con la terminación negociada del conflicto armado, amplios sectores populares se muestran escépticos frente a ese proceso y el gobierno sufre un fuerte desgaste político.
Tal situación se presenta porque mientras el gobierno firma la paz en La Habana, realiza una guerra económica y social contra el pueblo. La gente del común no asimila esa actitud contradictoria. Mientras tanto Uribe capitaliza ese hecho y la izquierda no sabe qué hacer.
Mientras Santos urdía el nombramiento de la jefe de la izquierda legal como Ministra de Trabajo, aprobaba a espaldas de los trabajadores el decreto 583 que legaliza la tercerización laboral en Colombia. Mientras quita derechos entrega burocracia pero aumenta el desempleo.
Mientras Santos nombra como Ministro del Ambiente a un ingeniero originario del Chocó, aprueba proyectos que agreden a la naturaleza como la explotación petrolera en la serranía de La Macarena (que por afectar a Caño Cristales le tocó revocar de afán) y permite la desviación de ríos y arroyos en La Guajira en beneficio de la gran industria carbonífera.
Mientras Santos firma acuerdos para aplicar la justicia transicional a quienes cometieron delitos durante el conflicto armado, le asegura el cargo de Fiscal General al principal negociante del Derecho, socio y subalterno del más grande multimillonario del país, quien será el encargado de garantizarle la impunidad a Uribe y a todos sus cómplices.
Mientras Santos firma la paz con las guerrillas, entrega ISAGEN al gran capital canadiense en un proceso ilegal y arbitrario; se descubre la enorme corrupción en Reficar; se premian los robos de Saludcoop con el cambiazo de Cafesalud; y se revelan los negociados de verdaderas mafias que se enriquecen con los dineros destinados a la nutrición infantil.
Mientras Santos firma acuerdos con la insurgencia armada para garantizar un desarrollo rural que favorezca a los campesinos, aprueba la Ley ZIDRES que otorga enormes ventajas al gran capital para invertir en agro-negocios que arrasarán con los ecosistemas de la Orinoquía y el Chocó Bio-geográfico aplicando un modelo de supuesta «asociación» entre pequeños productores y poderosos empresarios que es una «pelea de tigre con burro amarrado».
Mientras Santos llama al pueblo a ahorrar energía para evitar el racionamiento eléctrico por los efectos del fenómeno del niño, oculta la falta de planificación en el desarrollo energético, el fracaso de un modelo diseñado por los grandes monopolios y prepara la entrega del río Magdalena al capital chino para construir entre 14 y 17 nuevas centrales hidroeléctricas.
Mientras Santos promete ríos de leche y miel para el «post-conflicto», prepara una reforma tributaria que -dada la situación económica del país y fiscal del gobierno-, no puede más que gravar con nuevos impuestos a los trabajadores y clases medias y, ofrecerle nuevas ventajas y exenciones impositivas al gran capital para poder atraer la inversión extranjera.
Mientras Santos promete paz y seguridad para todo el país, más de 40 municipios de 8 departamentos del norte del país son paralizados por un «paro armado» realizado por grupos que se autodenominan «Autodefensas Gaitanistas», que el gobierno define como «bandas criminales» pero que son en verdad «paramilitares reciclados».
Mientras Santos anuncia reformas políticas para garantizar la reconciliación entre los colombianos y el fortalecimiento de la democracia, violenta en forma grosera la dignidad de partidos políticos que no hacen parte de la «Unidad Nacional», al socavar en forma irrespetuosa a importantes dirigentes de esas colectividades con ofrecimientos burocráticos.
Todo este conjunto de incoherencias le pasa factura negativa al gobierno Santos. Todos sus actos contradicen lo que afirma. Es por eso que su credibilidad está en el suelo. Mientras habla de transparencia actúa en forma oscura. La componenda, la trampa, la coima, el cálculo politiquero, las cartas jugadas por debajo de la mesa, las presiones y chantajes, aparecen a la luz todos los días. Ya ni siquiera lo ocultan, el cinismo es total.
El problema para los demócratas y la izquierda que apoya al gobierno en el tema de la paz es que tiene que soportar esas incongruencias y compartir su deterioro político. Pero además, los graves errores que del otro lado cometen las guerrillas, como ocurrió ayer con el cambiazo de secuestrado por el ELN que acaba de hacer en el Chocó, es achacado de alguna manera a quienes apoyan el proceso. Y por partida doble si es de izquierda.
Pero además, mientras la izquierda apoya el proceso de paz se ve sometida a un verdadero ataque. Su unidad es demolida por el mismo gobierno. No se practica la lealtad ética con el opositor democrático. Las mínimas normas de comportamiento decente son violentadas por el afán de sostener una gobernabilidad que va en caída. Es síntoma de una crisis estructural.
Y esa crisis estructural que no es sólo de este gobierno sino de todo el régimen se presenta en un instante trascendental para el país: la firma de la terminación de un conflicto armado de más de 50 años. Frente a ello… ¿Qué garantías de cumplimiento ofrece un gobierno que representa a un régimen en crisis? ¿Qué certeza puede haber de paz cuando grupos armados ilegales hacen y deshacen en las narices de un Estado impotente? ¿Qué credibilidad ofrece un gobierno apoyado en una coalición endeble y pegada con «mermelada»?
El escepticismo y la incredulidad que se respira entre amplios sectores de la población tienen soportes reales. Y por ello, las ventajas que acumula el «uribismo» son enormes. Todos trabajan en su favor. Así los grandes empresarios del campo (cañeros, palmicultores, grandes ganaderos) se le hayan retirado a Uribe y sumado al proceso de paz, éste ahora se apoya en otros sectores sociales, en fracciones de la burguesía emergente, clases medias, pequeños y medianos productores agrarios, desplazados por la violencia y sobre todo, sectores marginados de las ciudades, lumpen y mafias que están dispuestas a apoyar aventuras.
Es indudable que el seudo-fascismo tropical que encarna Uribe está nuevamente por sus fueros. El «populismo de derecha» que él encarna, así se firme la paz, está acopiando fuerzas entre amplios sectores populares ante el vacío dejado por los demócratas y la izquierda, que paralizados por el tema de la paz no apuntan a actuar unificada y contundentemente. El fortalecimiento del «populismo de derecha» que encabeza la hija de Fujimori que disputa la presidencia de la república en el Perú, debe alertarnos y servirnos de ejemplo.
Una cosa es la unificada y disciplinada bancada del Centro Democrático actuando adentro y afuera del Congreso, con el activismo del Procurador, la acción mediática permanente del expresidente, usando todas las formas de lucha, presionando desde las alturas del poder económico, y otra cosa muy diferente es una izquierda totalmente dispersa, sin coordinación, sin disciplina, con problemas internos, dividida y enfrentada por intereses grupistas, con liderazgos desgastados por los recientes resultados electorales, mirando hacia atrás, tambaleando, sin norte.
Una izquierda que por apoyar la supuesta «paz» ha entregado su alma al diablo oligárquico, le permite a quien hoy representa la oposición de derecha, crecer y consolidarse como la más fuerte alternativa de poder para el año 2018. Por ese camino «santista» está empedrado el camino «uribista». Qué falta de visión política participar en un gobierno neoliberal y pésimo como el de Santos que solo tiene un porcentaje de aprobación del 13 % por parte de los colombianos y que con seguridad cuando apruebe la reforma tributaria seguirá bajando.
Sólo la construcción de un «movimiento ciudadano» que le proponga al país una alternativa totalmente alejada del «santismo» y el «uribismo», deslindada en forma absoluta de las guerrillas, puede disputarle durante los años venideros el espacio al seudo-fascismo de Uribe.
Se requiere un movimiento que ponga en primer lugar la lucha contra el clientelismo, la politiquería y la corrupción pero que a su lado coloque la defensa beligerante y activa de la naturaleza frente a la ofensiva del gran capital que con proyectos mineros, petroleros y de agro-negocios agresivos y depredadores del ambiente, se está convirtiendo en el mayor factor de violencia, descomposición social, corrupción y anti-democracia en Colombia.
«El apoyo a la salida negociada del conflicto no implica un apoyo al gobierno de Santos», lo dicen muchos izquierdistas y demócratas. Pero no se unen para oponerse con fuerza a sus políticas ni le disputan ese espacio a Uribe. Su blandenguería es lo que ha permitido los «affaires» burocráticos recientes. De seguir así, el precio a pagar será invaluable.
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