Que ETA ha quedado rezagada, vencida por el tiempo y la competencia, es un hecho tan obvio que no merecería comentario. Y es que, en este mundo globalizado que nos ha tocado en suerte, quien no es capaz de renovarse, de introducir cambios y mejoras en sus esquemas de organización y funcionamiento, corre el […]
Que ETA ha quedado rezagada, vencida por el tiempo y la competencia, es un hecho tan obvio que no merecería comentario. Y es que, en este mundo globalizado que nos ha tocado en suerte, quien no es capaz de renovarse, de introducir cambios y mejoras en sus esquemas de organización y funcionamiento, corre el riesgo de quedarse atrás, de verse superado por propuestas más acordes a las actuales circunstancias, a los nuevos retos.
La efectividad de ETA como banda terrorista, y a los hechos y datos me remito, es penosa. En los últimos dos años apenas ha logrado provocar dos muertes y ni siquiera de manera deliberada. Cifras que están muy lejos de las obtenidas por bandas terroristas como la OTAN y la CIA, para sólo mencionar algunas, que un solo día de ejercicio son capaces de producir centenares de víctimas y reeditar, al día siguiente, su asesina competencia, incluso, mejorando el rendimiento. Una banda como ETA, que «mata por matar» y que, sin embargo, ofrece tan pobres resultados, no puede pretender disputar la supremacía de bandas profesionales del terror como las citadas. Hasta la siniestralidad laboral en el Estado Español, responsable de la muerte de 5 trabajadores al día para un total de 1.500 al año, en accidentes nunca accidentales, deja en ridículo las expectativas delictivas de ETA.
La OTAN, por ejemplo, en apenas una semana de espectacular repunte en la Bolsa del crimen, ha multiplicado la sangría de sus acciones, generando alzas impresionantes en Afganistán y otras áreas del mundo. La eficacia de sus bombas no tiene punto de comparación con las de la banda vasca. Y ello, entre otras razones, por las inversiones tecnológicas que la OTAN ha llevado a cabo en sus arsenales y que le han permitido renovar sus existencias de explosivos. Pretender sacar adelante campañas de terror en base a artefactos artesanales o bombas de fabricación casera, como venía haciendo ETA, y advertir, incluso, de la colocación de las mismas, denota una lamentable falta de profesionalismo, particularmente grave cuando bandas como la OTAN disponen de toda suerte de sofisticados artilugios y, muy pronto, también de inhibidores para sus blindados.
El terrorismo, hoy en día, a lo que parece, no sólo precisa abundante y variada munición sostenida y sustentable, también exige aviones, helicópteros, buques, tribunales de justicia y otras modernas armas que multipliquen la eficacia criminal de sus bombas.
Pero no sólo ETA ha quedado absolutamente desfasada en este capítulo militar.
Una banda terrorista, en la actualidad, también necesita hábiles y expertos portavoces, relacionadores públicos que sepan manejar con diplomática eficacia los intereses de sus representados. ETA necesita interlocutores que, llegado el caso, puedan pedir disculpas después de cada bomba, que sepan reconocer errores tras de cada atentado y volver a insistir en los perdones antes de la siguiente detonación para acabar condenando la violencia en los funerales de sus últimas víctimas; necesita relacionadores públicos que puedan matizar términos, acuñar nuevas expresiones, crear nuevos giros lingüísticos que expliquen sus acciones en los medios de comunicación; necesita bufetes de abogados, funcionarios asequibles que, en un momento dado, puedan poner en libertad al responsable de dinamitar un avión cubano con casi un centenar de pasajeros o condenar a la perpetua a cinco honorables ciudadanos cubanos por prevenir atentados como el citado o condenar a doce años un delito de opinión.
Todos esas relaciones son necesarias para reconducir carreras como las de Posada Carriles.
Una tosca nota, un breve comunicado cada seis meses, como acostumbra ETA, no es suficiente labor en unas relaciones públicas acordes a la modernidad.
La existencia de zulos en los que retener personas secuestradas pudo, tal vez, haber sido en el pasado una solución eficaz al problema de qué hacer con los presos enemigos, pero en la actualidad se impone la construcción de grandes campos de concentración como Guantánamo o Abu Ghraib, de cárceles clandestinas por las que mover en secretos vuelos personas secuestradas a las que torturar y, en última instancia, hacerlas desaparecer sin dejar rastro, menos aún cargos y culpas, ni siquiera secuelas en los medios de comunicación, tampoco colectivos de víctimas.
La modernización de las infraestructuras de aniquilamiento que muestran la CIA, el MOSAD y otras análogas empresas del terror, convierten los zulos de ETA en la risible y obsoleta expresión de un pasado superado.
Una banda terrorista que se precie, y este es otro aspecto que demuestra el atraso de ETA, precisa contar con surtidos y organizados archivos de sus operaciones, con una amplia documentación de sus crímenes, torturas y secuestros, de manera que pueda, cada veinte o treinta años, desclasificar sus propios informes y darlos a conocer para mejor edificar la opinión pública. Como dijera el filósofo, «quien ignora su pasado, carece de futuro». Las carencias de informes y documentos en relación a la propia obra delictiva, así estén clasificados o desclasificados, pueden ser la diferencia entre una banda terrorista sólida y pujante y un grupo de aficionados.
Entre los muchos aspectos que prueban el atraso de ETA, uno de los más sobresalientes es, sin duda, su negativa a incorporar a sus comandos, emigrantes latinoamericanos que, por un buen salario o la promesa de convertirlos en ciudadanos vascos en el futuro, a ellos y a sus familias, además del repentino amor a la bandera, puedan fortalecer la organización y aumentar su eficacia, tal y como lo hacen la banda terrorista atlántica o la propia CIA con el masivo reclutamiento de latinoamericanos, en el mantenimiento de una tradición que ya practicaba el imperio romano y que, en un pasado más reciente, disfrutó la presencia de guardias moras en la banda que dirigiera el apodado «El Caudillo» o de gurkas en la banda británica.
Tampoco parece, como acostumbra ETA, que la lucha en la calle, la llamada «kale borroka», a estas alturas de milenio, pueda ser un instrumento adecuado y útil para la captación y rodaje de nuevos activistas. Ni siquiera las ikastolas, como han denunciado algunos visionarios periodistas, pueden constituirse en la cantera de la que salgan los futuros miembros. La modernidad impone sus criterios y una banda terrorista con vocación de futuro precisa centros de formación como la Escuela de las Américas, hoy conocida como el Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación de la Seguridad, que durante sus 60 años de historia ha graduado a más de 60.000 profesionales del crimen en Latinoamérica, de la talla de Ríos Mont, D´abuison o Pinochet.
Otro ejemplo del atraso que caracteriza a ETA lo constituye su cerrazón a diversificar sus operaciones económicas para aumentar su cifra de negocio. Todavía persiste ETA en el envío de cartas a empresarios reclamando impuestos revolucionarios, cuando bandas como la OTAN o la CIA y sus respectivos entornos, recurren a la Bolsa, a los gravámenes o al narcotráfico para multiplicar sus beneficios de manera espectacular. Lejos de subvencionar sus operaciones con la exportación de cocaína, como la CIA llevara a cabo en el pasado en su guerra a la Nicaragua sandinista, o como en el presente hace la OTAN con el cultivo de amapola en Afganistán y la distribución y venta de heroína por todo el mundo, ETA insiste en el envío de cartas a empresarios, como si no hubiera recursos más actuales y modernos para fortalecer sus finanzas, como si no existieran los bancos para aumentar bienes y patrimonios.
Otro de los aspectos más destacados a la hora de evaluar el estancamiento de ETA lo supone su secular desprecio por el cuidado de su imagen, de su proyección pública. Mientras bandas terroristas como la OTAN, la CIA o el MOSAD colocan a sus representantes en los más altos puestos de la administración y dirigen instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario, mientras cuidan y potencian la imagen pública de sus miembros, erogando los fondos necesarios, por ejemplo, para cabildearles la medalla de oro del Congreso de los Estados Unidos o el premio a la tolerancia de la comunidad de Madrid o su investidura como bodegueros de honor de academias del vino o de la orden de Carlomagno, ETA persiste en el uso de capuchas, como si fueran simples mamporreros o agentes de la ley.
Sólo en un aspecto, curiosamente, ETA mantiene una clara supremacía sobre todas las bandas terroristas que se dan cita en el escaparate de la violencia: las encuestas.
Y es que, a pesar del paro, del coste de la vivienda, del precio de la vida, de la especulación del suelo, de la citada siniestralidad laboral, de la violencia de género, del cambio climático, de la corrupción, de la represión, de los pucherazos, de todas las lacras que hoy definen nuestra vida y convivencia, ETA sigue siendo el principal problema que padecen los españoles. Claro que, ni siquiera puede ETA adjudicarse el mérito de la preocupación. Los medios de comunicación también hacen su aporte.