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La alternativa económica más razonable es democratizar

El Frente Amplio, la ideología dominante y el mercado

Fuentes: Rebelión

Nicolás Grau, entrevistado por El Mostrador en su condición de coordinador económico del Frente Amplio (FA), declaró: «nosotros no estamos proponiendo quitarle un rol al mercado en el grueso de la economía porque, por lo menos desde mi perspectiva, yo creo que el mundo más de izquierda no tiene, hasta el día de hoy, alternativas […]

Nicolás Grau, entrevistado por El Mostrador en su condición de coordinador económico del Frente Amplio (FA), declaró:

«nosotros no estamos proponiendo quitarle un rol al mercado en el grueso de la economía porque, por lo menos desde mi perspectiva, yo creo que el mundo más de izquierda no tiene, hasta el día de hoy, alternativas razonables para reemplazar al mercado en el grueso de la economía. Lo que ha propuesto el FA, y en general está acorde a lo que ha sido la tradición de los movimientos sociales en Chile en los últimos veinte años, es que el mercado no juegue un rol en un área específica de la economía que son los derechos sociales, que son salud, educación, alguna dimensión de vivienda, pensiones»

Lo que justificaría, entonces, la ausencia en el Programa del FA de una propuesta de cambios más profundos en el decisivo plano económico -que es el lugar en que se constituyen, consolidan y amplían hoy las verdaderas relaciones de poder en la sociedad es -según Grau- la falta de «alternativas razonables para reemplazar al mercado en el grueso de la economía»! En otros términos, si el FA no levanta objetivos anticapitalistas no es por las dificultades y riesgos políticos que ello conlleva sino, simplemente, porque, al parecer, viviríamos hoy, soportando algunos problemas menores, en el mejor de los mundos posibles.

Nótese, en primer término, que Grau, en sintonía con el lenguaje deliberadamente ambiguo de los apologistas del sistema, al invocar equívocamente el rol del «mercado» en la economía, en rigor elude el problema central, que es el de la lógica del capital y su valorización, que sirve de fundamento al conjunto de las relaciones sociales establecidas. Y tampoco es del todo claro al aludir al «grueso de la economía» que, como todos saben, incluye actividades de un carácter y tamaño extremadamente variado.

En efecto, se ha hecho habitual que los economistas convencionales eviten hablar del capitalismo y prefieran utilizar en su lugar el eufemístico término «economía de mercado». Esto es equívoco porque si bien bajo el capitalismo es el mercado el mecanismo a través del cual se realiza la función clave de asignación de los recursos productivos, el mercado como mero intercambio de bienes es algo que existe en toda sociedad en la que ya se haya desarrollado una cierta división del trabajo. Es decir, prácticamente no hay ya sociedades en las que no exista mercado.

Por otro lado, ¿qué quiere significar Grau con el «grueso de la economía»? ¿La mayor parte de las actividades productivas? Como sabemos la inmensa mayoría de tales «emprendimientos» corresponden a actividades desarrolladas en pequeña y mediana escala. Más aún, en los países periféricos como el nuestro estas actividades corresponden en una importante proporción a meras estrategia de sobrevivencia de los sectores crecientemente excluidos del sistema. Pero es igualmente claro que las actividades económicas claves se hallan altamente concentradas en un muy reducido número de grandes empresas.

Ahora bien, cuando Grau nos dice que a su juicio no hay «alternativas razonables para reemplazar al mercado en el grueso de la economía» y se limita a cuestionar la lógica de la valorización del capital en los acotados ámbitos de aquellas prestaciones que se reivindican como derechos sociales, lo que nos está diciendo es que no ve «alternativas razonables» al sistema de explotación y opresión capitalista para articular el conjunto de la economía.

Su visión crítica respecto de los males del capitalismo se evidencia así como superficial, orientada solo a la superación de algunos de sus impactos más nefastos sobre las condiciones de vida del pueblo trabajador. Dichos impactos negativos, que ya habían sido atenuados en el marco del Estado de bienestar propiciado por las políticas keynesianas de posguerra, se vieron fuertemente intensificados luego del viraje impuesto a escala mundial por el gran capital -a través de las políticas neoliberales- con el fin de revertir el declive generalizado de sus tasas de ganancia.

Sin embargo, el problema de fondo no es el neoliberalismo sino el propio capitalismo y su criterio de racionalidad económica. Es decir, el criterio que en definitiva orienta la toma de decisiones en el campo económico y que bajo el capitalismo no es otro que el objetivo de la valorización del capital, criterio que choca de manera permanente y de un modo cada vez más virulento con lo que, de una manera evidente, debiese ser el criterio de racionalidad económica en una sociedad verdaderamente civilizada: la valorización de la vida.

En efecto, bajo el capitalismo se invierten las prioridades de modo que la satisfacción de las necesidades humanas, es decir la valorización y reproducción de la vida, fin natural de toda actividad económica, pasa a ser un simple medio para el logro de otra finalidad que, siéndole extraña, sin embargo se impone como superior: la continua e insaciable valorización del capital. Un objetivo que, en rigor, no es más que el del acrecentamiento del poder social -legitimado bajo la forma de derechos de propiedad sobre la riqueza socialmente producida- de que actualmente disponen unos sobre otros.

Si bien es evidente que, aguijoneado por sus presiones competitivas, el capitalismo ha evidenciado una gran capacidad para promover un desarrollo dinámico de los conocimientos técnicos y las capacidades productivas, es igualmente claro, para cualquiera que observe con un mínimo de atención lo acontecido en el último siglo, que bajo este sistema tales logros se hallan en su mayor parte controlados y operan directamente en beneficio no de la inmensa mayoría de la población sino de una minoría cada vez más reducida.

Se opera así una formidable contradicción entre las inmensas posibilidades materiales hoy existentes y el magro aprovechamiento efectivo que la humanidad logra hacer de ellas en su propio beneficio debido al inmenso poder social que los derechos de propiedad individual otorgan a esa ínfima minoría en desmedro de los elementales derechos, intereses y aspiraciones de la inmensa mayoría que no puede acceder hoy a una vida digna, segura y acorde con las posibilidades ya abiertas por el progreso científico-técnico.

Al contrario de la imagen de extraordinaria eficiencia económica y social que la propaganda imperante suele atribuir al capitalismo, los hechos -considerados en el real alcance y extensión de este sistema- muestran con claridad exactamente lo contrario: que el capitalismo no es solo un sistema económico socialmente ineficiente, que agudiza las desigualdades de todo orden y los conflictos que de ello derivan, sino, además, crecientemente autodestructivo, hasta el punto de poner hoy en peligro la propia sobrevivencia de la humanidad.

Entre los problemas más importantes creados y recreados permanentemente por el «capitalismo realmente existente» podemos mencionar:

a) En el plano económico, el enorme desperdicio de recursos y la creciente destrucción del medioambiente que resultan tanto de la competencia entre los muchos capitales que operan en los mercados, de las absurdas crisis recurrentes que de ello resultan y del amparo que a esos intereses particulares, artificiosamente identificados con el interés general, brindan los Estados a través del ingente gasto militar y una legislación que prioriza su total sintonía y sumisión a ellos.

 

b) En el plano social, la inmensa e injustificable desigualdad social que la propiedad capitalista de los medios de producción acrecienta en forma inexorable -sobre todo a escala global- sea por la vía de la precarización que se impone sobre las condiciones salariales y laborales de los trabajadores, o por medio de la exclusión del empleo formal de un porcentaje cada vez mayor de la fuerza de trabajo que se ve obligada a ensayar múltiples formas vulnerables de subsistencia.

 

c) En el plano político, el tremendo poder fáctico que la propiedad de las empresas estratégicas pone en manos de los grandes capitalistas les permite controlar por distintas vías, legales e ilegales, el sistema político-institucional de los Estados que, aparentando representar los intereses de la nación, fija las normas que rigen la convivencia social y que, en defensa de los intereses que ellas cautelan, desata brutales represiones internas así como conflictos bélicos de inédita destructividad

 

d) En el plano cultural, socava constantemente los lazos de solidaridad entre las personas y los sentimientos de responsabilidad social, promoviendo un desquiciado individualismo que solo vela por el propio interés concebido en forma estrecha y socialmente descontextualizada, y por lo tanto completamente falseado, ya que el desarrollo integral del individuo no es posible más que en el marco de una interacción social efectivamente solidaria y productiva.

Como bien sabemos, el sistema capitalista en que actualmente vivimos es presentado hipócritamente por quienes se benefician de él como el reino de la libertad, la democracia y los derechos humanos. Pero para cualquiera que conozca la historia del capitalismo real esto no pasa de ser un simple cuento de hadas. Como señaló Marx, el capitalismo real vino al mundo chorreando sangre y ha desatado luego las peores masacres de que se tenga memoria.

Tan solo después de verse amenazado por la posibilidad de una revolución obrera que barriera sus privilegios los capitalistas se allanaron a poner en pie, sobre todo en los países imperialistas -cuya prosperidad en gran parte se basa en el sometimiento y explotación despiadada de los pueblos que ellos dominan- regímenes políticos y sociales en que los trabajadores han logrado gozar de cierto espacio de libertades y derechos.

Pero según Grau, no hay «alternativas razonables» al capitalismo para «el grueso de la economía». Recordemos solamente la propuesta que la izquierda chilena sostuvo con Allende, esto es que, en el plano económico, lo socialmente más justo, eficaz y eficiente es un sistema económico mixto, cimentado en diversas formas de propiedad de las empresas (social, mixta, cooperativa o privada), pero bajo control y dirección democrática efectiva de la nación a través de la propiedad social de las empresas estratégicas y la planificación central y democrática de la economía en su conjunto. ¿No es ésta una «alternativa razonable»?

La legitimidad de la demanda de expropiación de las empresas estratégicas, como por ejemplo las de la gran minería del cobre o del litio en el Chile de hoy, deriva del hecho de que ellas y los recursos que explotan son en rigor «bienes sociales», por ser fruto de un esfuerzo colectivo que recorre varias generaciones, o bienes naturales de propiedad de la nación, y no simplemente bienes individuales, exclusivamente fruto de un esfuerzo personal de sus actuales propietarios.

Quienes suelen considerar que no hay «alternativas razonables» al capitalismo suelen hablar con gran desenvoltura del fracaso de la experiencia histórica de economía socializada y planificada, sin que ello corresponda ni a lo que indica la lógica ni a lo que verdaderamente señala la experiencia. La planificación es algo tan obvio para tornar eficaz y eficiente la actividad económica que, precisamente a partir de los grandes éxitos de la experiencia soviética, fue también adoptada y puesta generalizadamente a su servicio por los Estados y grandes empresas del mundo capitalista.

No hay que olvidar que durante la década de los años 30, mientras el capitalismo experimentaba su crisis más prolongada y profunda, llevando al fascismo y la guerra, la economía soviética prosperaba a un ritmo sin precedentes, impulsando la rápida industrialización que le permitirá luego derrotar a Alemania. Ello, a pesar del bajo nivel de desarrollo del que debió partir y de los grandes estragos que le ocasionaron la Gran guerra y la guerra civil. Los éxitos alcanzados desde entonces por la economía planificada no tienen parangón en la historia como lo acredita cualquier estudio serio de la información existente.

Lo que comenzó a entrabar luego su desarrollo más complejo no fue ni la socialización de las grandes empresas ni la planificación central, sino la falta de libertades propias del sistema político de nuevo despotismo ilustrado ejercido por la burocracia nacionalista y socialmente privilegiada. Ese sistema no podía menos que impedir la indispensable participación e identificación popular con la propiedad social, amparando con ello la discrecionalidad, opacidad, ineficiencia y corrupción burocráticas así como a niveles claramente injustificados de desigualdad social

El problema que socavó y terminó por liquidar a los llamados «socialismos reales» fue por tanto de naturaleza política y no económica, tornando necesaria una revolución justamente política que le permitiera al pueblo ejercer una real soberanía sobre el conjunto de las decisiones. Asimismo el grado en que se ahogaron los incentivos a la iniciativa privada en las actividades productivas a pequeña y mediana escala traspasó claramente los límites de lo socialmente conveniente, incrementando el peso del lastre con que debió cargar el conjunto de la economía.

Por lo tanto, la alternativa económica más «razonable», es decir, socialmente más conveniente, es democratizar. Se trata en definitiva de hacer prevalecer el interés social sobre el individual, aunque reconociendo la legitimidad de este último en un amplio campo de actividades. El objetivo, por tanto, es la construcción de una economía mixta, en que los sectores de importancia estratégica sean de propiedad social, permitiendo otras formas de propiedad, individual o colectiva en las demás, y en que su orientación de conjunto sea dada por una planificación democrática de la misma a través de un sistema político pluripartidista y representativo

Chile es hoy un país enteramente sometido al poder de los grandes grupos financieros y monopolios transnacionales que tienen luz verde para saquear sin restricciones las riquezas naturales existentes en su territorio, desquiciar desaprensivamente su medioambiente natural y explotar inmisericordemente a su población, negándole incluso la posibilidad de ejercer derechos sociales básicos como lo son el acceso a la educación, la salud, la vivienda y la protección social.

Al no denunciar la dictadura del capital como problema central, el FA subordina su programa a la ideología dominante, contribuyendo a naturalizar las relaciones de dominio y explotación sobre las cuales se erige. Una realidad que, ante la aparente disolución de la clase trabajadora, es necesario confrontar ante todo, precisamente, sobre el campo político, desplegando un esfuerzo permanente por crear una conciencia y voluntad colectiva orientada a lograr que las metas y los resultados de la actividad económica sean realmente subordinados a los intereses mayoritarios de la sociedad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.