Gato inteligente Yo también tengo familia humana,y antes de esta familia humanatuve otra familia humana,incluso una tercera familia humana, anterior a éstas.He conocido de todo,Desde el cariño hasta el desamor,pasando por el olvido.Pero a mí no me enjaula nadie:Voy a casa para comer si me apeteceo para estar con los humanos a veces,pero […]
Gato inteligente
Yo también tengo familia humana,
y antes de esta familia humana
tuve otra familia humana,
incluso una tercera familia humana, anterior a éstas.
He conocido de todo,
Desde el cariño hasta el desamor,
pasando por el olvido.
Pero a mí no me enjaula nadie:
Voy a casa para comer si me apetece
o para estar con los humanos a veces,
pero mi vida es la calle,
conocer gatas y tapias,
y otras gatas y otras tapias.
Poco bueno se aprende de los humanos:
les he visto abandonar perros en las cunetas,
y pese a que con los perros no suelo intimar
demasiado,
mi ética me dice que eso no se hace.
¿Podría confiar en ellos?
(Destellos de una existencia, Antonio J. Quesada Sánchez)
Hace unos días me sorprendió una clarividente columna pescada on line que llevaba por título Los gatos. El autor de la poesía que encabeza el texto, Antonio J. Quesada , amigo y compañero en estos lares alternativos, casualmente me habló del columnista, cuyo nombre ahora no recuerdo, pero sí que me dijo que acababa de saltar de La Razón a El Mundo. Un posible recambio en ciernes para el Umbral, ya que Raúl del Pozo, «rojete» calavera como su maestro, parece un tanto descalabrado mientras se descalabra Ejpaña, según él.
Yendo al fondo del asunto, porque la forma es impecable, declaraba abiertamente -trataré de recordar pues no tengo a mano el artículo- que dedicarse a cuidar de los gatos y de sus derechos o protección era cosa de gente que demostraba tener su estómago lleno y su vida resuelta, porque sino ya me dirás, que empezaban como lavando su barrio para limpiar su conciencia y no sé ya bien si insinuaba o ni siquiera insinuaba que este tipo de gente venía a ser un peligro por donde podían ir a parar.
Me acordé entonces de la última novela del último Premio Nacional de las Letras Españolas, Félix Grande, La balada del abuelo Palancas, donde describiendo la posguerra última en un lugar de la Mancha que sí creo recordar que no fue la olvidada cervantina Argamasilla de Alba sino su vecino rival llamado Tomelloso, repara en el hecho de que como por arte de birlibirloque casi desaparece toda su población gatuna. Menos mal que los vecinos alarmados exclamaron, pero hasta dónde vamos a llegar, y hoy, mal que le pese al brillante columnista de El Mundo, los gatos y, en particular, el gato tomellosero (no tomellosino, como recuerda el poeta premiado que les llamó un desafortunado político) continúa siendo una realidad. Y es que -insinúo yo- el personal cuando no llena la barriga y no tiene la vida resuelta hay que ver qué cosas hace, ¡que no se bien que es peor!
Al final, me quedo con Antonio que parece saber más de gatos y su «tristeza en la mirada: los animales nos hablan», su poesía que nos hace mejores.