Cada vez estoy más convencido que las personas de izquierdas poseen un gen que se torna más autodestructivo conforme la ideología y praxis política se va asentando. De no ser así, no entenderíamos cómo fuerzas políticas del estilo de Izquierda Unida muestran, una vez que han conseguido consolidarse en el panorama político, esa velocidad de […]
Cada vez estoy más convencido que las personas de izquierdas poseen un gen que se torna más autodestructivo conforme la ideología y praxis política se va asentando. De no ser así, no entenderíamos cómo fuerzas políticas del estilo de Izquierda Unida muestran, una vez que han conseguido consolidarse en el panorama político, esa velocidad de vértigo por la autoinmolación. En otros partidos progresistas y de izquierdas también sucede algo parecido, pero su contacto con el poder impide momentáneamente la división celular del gen.
Los expertos en genética de las más afamadas universidades no dejan de sorprendernos cada día con el descubrimiento de genes que nos alertan de la posible causa de tal o cual enfermedad. Sin ir más lejos, hace unos meses nos avisaban del gen Sirt1 como causante de los horribles michelines que adornan nuestras nalgas, abriéndose, por lo tanto, la posibilidad, con su neutralización, de la desaparición en pocos años de los gordos de la faz de la tierra. También sé de la existencia de un mecanismo, observable por escaneo cerebral, que configura, como si de un ordenador se tratara, las opiniones y criterios que tenemos sobre el mundo que nos rodea. Si todo esto es así, tengo la intuición de que la actual división, subdivisión y parcelación familiar de la izquierda no se debe, como hasta ahora se creía, a las diferencias en los medios para llegar a los mismos fines (la sociedad sin clases), sino a la existencia de un malvado gen autogenocida. En cuanto podamos rastrear a través del escáner cómo se generan en las circunvalaciones del cerebro las segmentaciones que hacen del dirigente de izquierdas un ser sectario y antisocial, al igual que desaparecerá la gordura por el conocimiento del gen del michelín, también la mitosis izquierdista podrá erradicarse y pasará a ser enfermedad de los siglos XIX y XX, pero no del XXI.
Hasta que esos descubrimientos sean realidad y la Iglesia Católica nos autorice a la manipulación de la células madre, tendremos que soportar la hiperactividad que el gen está manifestando últimamente, en especial con Izquierda Unida. Los descalabros electorales recientes sufridos por IU han hecho que el gen se haya cebado con esta fuerza política. En España, desde un punto de vista objetivo, sabemos que un partido político a la izquierda del PSOE tiene público y votantes suficientes para instalarse definitivamente en el teatro parlamentario. Sin embargo, elección tras elección Izquierda Unida está al borde de la marginalidad política. ¿De quién es la culpa? Desde luego, de los posibles y potenciales votantes no. Más bien será que cuando se consigue unas condiciones óptimas para el crecimiento, es entonces cuando actúa el gen de la izquierda y comienza el proceso de mitosis o división del gen en dos o más células-hijas. Un repaso por el pasado aportaría pruebas irrefutables de ello, y sin la necesidad de irnos a la época de José Díaz o de Santiago Carrillo, podemos, haciendo un poco de memoria, comprobar en la historia reciente de Izquierda Unida, la veracidad de la cultura de la escisión, motivada, según mi teoría, por la existencia de un gen mitoso.
Con el fervor anti-OTAN el ya olvidado Gerardo Iglesias consiguió aunar en un solo movimiento político a las fuerzas del NO. Logró un relativo, pero meritorio éxito electoral, no obstante ahí estaba el gen para avisar del peligro de tanta unidad; a Gerardo se le echa sin más, quizás por ser minero y putero. Julio Anguita, a su pesar, viene a Madrid desde su alcaldía cordobesa consiguiendo un rápido reconocimiento de líder carismático. Tanto subidón molesta de nuevo al gen y comienza la mina de Nueva Izquierda que entre infarto e infarto provoca los primeros revolcones electorales. Anguita es tachado de utópico y pedagogo, siendo facturado a su instituto de enseñanza a recitar poesías y a escribir manifiestos. (Curiosamente el discurso de Zapatero el martes pasado en la ONU recoge ese espíritu de utopismo anguitista y la misma prensa que denostó a Julio, ahora alaba al Presidente ZP por su compromiso ideológico). Sin el califa cordobés se instala en la dirección una especie de bicefalia, compuesta por Paco Frutos para el PCE y Gaspar Llamazares, más suave, para candidato electoral. De nunca en política las parejas de hombres han funcionado. Más tarde o más temprano el gen tenía que volver a sus andadas: Frutos se hace más comunista al lado de su amigo italiano Fausto Bertinotti y Llamazares más sociata y ecologista (mi gen político se inclina más por éste). A tres meses de la Asamblea Federal de Izquierda Unida donde se elegirá a su nueva dirección, no me cabe ninguna duda del efecto divisor de los filamentos genéticos instalados en los cromosomas celulares de los hombres y mujeres de la actual dirección de I. U. Así, a pesar de la querencia de los tres millones de posibles votantes, nos encontraremos de nuevo con la mitosis que obligará al electorado a aparcar su papeleta en el diván del psicoanalista.
Por extensión, esto no ocurre sólo en los partidos políticos de izquierdas, también el virus contagia, a veces, a la derecha y en especial a los sindicatos. Algo de ello ha ocurrido en Galicia y en el seno de la dirección de las CCOO regionales, que tras conseguir una presencia casi insultante en todas las estancias posibles de Castilla-La Mancha, el genoma sindical está tan dividido que tememos por su futuro.